Cuando un artista genial muere, suele decirse que seguirá viviendo a través de sus obras, algo indudablemente cierto. Sin embargo, pocas veces esa máxima sirve de consuelo inmediato y mucho menos si se trata de Fermín Hontou, quien murió a los 65 años el jueves 25. Ilustrador, dibujante, caricaturista y docente, sus obras firmadas como Ombú acompañaron más de 40 años de la historia gráfica uruguaya. Su trazo, hecho con la mano izquierda, creó un estilo singular en sus dibujos. El estilo Ombú.
Acompañaba su inmenso talento con una personalidad compleja, a veces taciturna, pero siempre sociable, que tenía su máxima expresión en los boliches de la Ciudad Vieja, donde no pasaba desapercibido con su sombrero de fieltro negro, su figura enorme y su mirada entre pícara e inquisidora. Allí observaba y dibujaba, porque el boliche fue una de sus fuentes de inspiración, además de lugar para la conversación y el debate. Fermín era un discutidor frontal, sin eufemismos, y por eso se ganó algunos rencores, pero también mucho respeto por su honestidad y libertad de pensamiento. Y, sobre todo, se ganó el cariño del ámbito cultural y periodístico. El día de su muerte, colegas, alumnos, amigos y personas que solo lo conocían por su obra invadieron las redes sociales con mensajes de admiración y tristeza.
Había nacido en Montevideo en 1956 y dibujó desde niño. Tal vez su primera influencia fue su madre, Carmela del Portillo, quien dibujaba a sus hijos, casi siempre de perfil. De Ombú hizo unos cuantos retratos, y uno de ellos colgaba de su living, cuyas paredes estaban tapizada de fotografías y dibujos propios y ajenos. Ese living repleto de objetos, cuadros, máscaras, muñequitos, fotografías y pinceles hablaba de él, de su trayectoria, de sus amigos y su familia. Otro retrato le había hecho Pepe Montes, para él su primer maestro importante. Después vendrían otros maestros, entre ellos, Julio Alpuy y Guillermo Fernández.
Cuando era adolescente, un compañero de liceo empezó a jugar con su nombre y a llamarlo Jazmín Ombú. Sin saberlo, aquel chiquilín molesto le había regalado una firma. Con el tiempo fue perdiendo el Jazmín y quedó el Ombú como marca indeleble de su obra. Con aquel primer seudónimo, había firmado en 1981 la historieta Las aventuras de Juan el Zorro, una adaptación de los relatos de Serafín J. García que publicó con el guionista Carlos di Lorenzo (Dilo) en la revista para niños Patatín y Patatán. En 2021, la editorial HUM rescató en una preciosa edición estas historietas que son una verdadera muestra del arte en ese género.
Un año después, la dupla Ombú-Dilo recibió la propuesta de publicar en la revista Opción una historieta, y así surgió El Manicero, un hombre de boina, vestido de negro y un poco encorvado que conversa y filosofa sobre la realidad política y social con los animales que se detienen frente a su carrito de maní. En época de dictadura, el personaje fue un símbolo del decir sin decir, una especie de metáfora callejera y surrealista de la denuncia.
Opción sufrió censuras y cierres y en una de esas clausuras temporales se fue gestando otra idea que germinó en un éxito editorial: El Dedo. Fundada en 1982 por Antonio Dabezies y un grupo de dibujantes jóvenes, fue la revista de humor político que se estaba necesitando en aquellos años sin sonrisas. Entre sus dibujantes estaba Ombú, quien creó la mascota de la revista: un dedo sonriente que se metía indiscretamente en la última o de la palabra. Al poco tiempo de crearlo, Ombú se fue a México y regresó con la vuelta a la democracia. Para ese entonces, la revancha la había dado Guambia, la revista que mantuvo prácticamente el mismo equipo y espíritu de El Dedo, que había sido clausurada después de siete números.
Entre los grandes
Tunda Prada fue uno de los jóvenes dibujantes que integraron las revistas y el creador de la mascota de Guambia, un indio patudo y de nariz enorme. Los dibujantes mantuvieron un vínculo primero por cartas, cuando Ombú estuvo en México, y luego en el trabajo conjunto en Montevideo. “Fuimos generando una hermandad”, recuerda Tunda en conversación con Búsqueda. “Hablábamos mucho sobre el humor, que en aquel tiempo era bien distinto al de ahora. Fermín nunca desvinculó el humor del arte. Para él no era solo la caricatura, él no hacía un humor puro y duro, sus propuestas eran reflexivas y a veces poéticas”.
En 1993, Tunda y Ombú abrieron juntos un taller de caricaturas e historietas por el que pasaron varios estudiantes, algunos de ellos hoy reconocidos dibujantes. “Aprendíamos de los estudiantes y en algún momento llegamos a tener más de 70. En las clases siempre defendimos la opinión de cada uno. Eso enriquecía mucho el taller. A veces teníamos visiones diferentes, pero después de clase nos quedábamos conversando sobre qué le podíamos dar a cada alumno. Teníamos momentos de absoluta creatividad”.
Ombú tenía sus desajustes emocionales y pasó por momentos críticos. No era fácil trabajar con él y con los años ambos dibujantes decidieron separarse y ofrecer el taller cada uno en su casa, pero la amistad se mantuvo intacta. “Fue un dibujante único, en los viajes que llegamos a hacer juntos se sentía la admiración en el extranjero. Fermín siempre fue muy intenso, de ir al fondo de todo. Si en este momento tuviera que rescatar algo sería la investigación artística que hicimos juntos y las charlas que mantuvimos en bares con otros compañeros. Su presencia era polémica y siempre daba que hablar. Contradecía a todo el mundo, era un cascarrabias, pero tenía una opinión sólida. Era un tipo muy lúcido, un librepensador de verdad. Decía lo que pensaba sin importar lo que pensaran los demás. Obviamente que a veces se le iba un poco la moto, pero siempre fue muy honesto y fiel a su pensamiento”.
Tunda recuerda que a fines de los 80 y comienzos de los 90 eran habituales las reuniones culturales en los boliches y menciona a algunas de las figuras con las que compartían mesa, entre otras, Cuque Sclavo, Milton Fornaro, Juceca, Horacio Buscaglia. “Quizás Fermín es desde el punto de vista simbólico el último de esa tanda. Desde muy joven defendió mucho la cultura y conocía muy bien el ambiente cultural. Tenía una impronta particular, de persona diferente, y eso a mí me encantaba. Tuve la suerte de conocer a muchos artistas y puedo asegurar que Fermín es de los grandes. Va a quedar en la historia con una obra única”.
Trabajó en publicidad, diseñó portadas de libros y revistas, sus caricaturas estuvieron en varios medios nacionales e internacionales, pero sobre todo se destacaron en El País Cultural y en el semanario Brecha, donde aún estaba trabajando.
Tuvo una muestra de caricaturas de personajes de la cultura rioplatense en 2014 (Me Río de la Plata), otra de dibujos eróticos en 2016, con sus mujeres desinhibidas y voluptuosas, y la más reciente en 2019: Noche de Ronda. Para estos dibujos se inspiró en el bar La Ronda de Ciudad Vieja, a donde iba asiduamente con su block de hojas A4 a observar, escuchar y dibujar. “Sin una atmósfera una pintura no es nada”, había dicho Rembrandt, el gran artista de La ronda de noche. Esas palabras tienen eco en estos dibujos de Ombú, quien supo recrear la atmósfera de humo, esnobismo, música y juventud del boliche La Ronda.
Fermín Hontou, Ombú, en su casa de la calle Piedras. Foto: Ricardo Antúnez / adhocFOTOS
La línea recta
“Mi casa es chica, pero girás en el living y hay 16 cuadros de Ombú colgados. Más lo que tengo en sobres y nunca colgué”, dice Fabricio Pascuali, uno de sus alumnos más antiguos, el que se mantuvo hasta el final en su taller. “Tengo recuerdo de que el primer dibujo que vi de él fue en un semanario que sacaba el Partido Nacional y se llamaba Propuesta. Había una nota sobre Leo Maslíah ilustrada por Ombú, una caricatura muy sencilla en blanco y negro. Yo era seguidor de Maslíah en ese momento, a inicios de los años 80, y me impactó”. De allí en más Fabricio, a quien siempre le gustó dibujar, lo siguió en varias publicaciones, pero sobre todo le fascinaban sus dibujos en El País Cultural. A impulsos de un amigo se animó a anotarse en su taller en 2008. Y allí comenzó una historia de estrecha amistad.
En 2011 formaron un grupo con tres discípulos y se fueron con Ombú a Buenos Aires a conocer a Hermenegildo Sábat. Fabricio recuerda que en un momento pudo hablar con Sábat en su despacho de Clarín y le comentó que Fermín a veces parecía vivir en un mundo paralelo. “Sábat levantó la mirada por encima de los lentes, dejó el lápiz en la mesa y me dijo: ‘Es así como tiene que ser, viejo’. Ombú vivía en su mundo, y en muchos aspectos estaba perdido en el mundo real, sin embargo, podía leerlo. Quienes lo conocimos sabemos de su ausencia de maldad. Era hasta extremadamente inocente”.
La semana pasada, circuló por las redes una caricatura de Onetti que parecía hecha por Ombú, pero la había hecho Fabricio. “Esa caricatura la tenía colgada en su casa. Puede ser que el humo del cigarrillo se parezca al que dibujaba Ombú, pero las manos no son de Ombú. Él siempre se iba a la línea recta, resolvía en trazos rectos lo que es curvo”.
Misterioso
La artista visual Pilar González conoció a Fermín en Guambia. “Con el paso de los años nuestra amistad se fue profundizando y compartimos charlas, asados y comidas que me gustaba cocinarle”. Para la artista, la técnica de Ombú era impecable, “pero lo más notorio e interesante se revela en su lenguaje plástico, absolutamente personal, único, que lo distingue notoriamente y que hace que pueda ser identificado a primera vista”.
Desde el punto de vista humano, Pilar destaca el interés que tenía por todo lo que lo rodeaba y su sensibilidad y pasión para defender sus convicciones. “Su personalidad carismática, interesante, graciosa, a veces fuerte y otras veces frágil, me hacía oscilar entre la más profunda admiración y la necesidad de protegerlo cariñosamente. Uruguay perdió un artista de enorme valía. En lo personal perdí un amigo muy querido. Un hombre irremplazable por transparente, distinto, íntegro, honesto en su vida y en su obra”.
Otro de sus amigos cercanos es el fotógrafo Óscar Bonilla, con quien Ombú compartió redacción en Brecha y tenía una relación de más de 30 años. “Lo conocí cuando volvió desde México a Uruguay. Yo también había estado mucho tiempo en el exterior. Teníamos nuestros rituales y bolicheábamos juntos”. Cuando cerró el Bar Bacacay, lugar de encuentro para ellos, les hicieron notas por ser asiduos parroquianos.
“Era muy discutidor y cada tanto sacaba todo lo que tenía dentro y decía todo tipo de cosas. A veces le daba manija porque era el Fermín que yo quería. Si tuviera que decir adjetivos, diría que era un tipo de una transparencia brutal como persona, de una bondad infinita y de un talento incalculable. Era un tipo muy misterioso. Al mismo tiempo transparente y oscuro”.
Para esta nota, otro de sus discípulos dejó su homenaje silencioso y emotivo. Con el trazo de Junior, Ombú nos sigue mirando.