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    Una banda en cada puerto

    Pedro Dalton entre Buenos Muchachos, Chillan las Bestias, la poesía y la pintura

    Yo sé que hay un valiente que respira en cada uno/ y acaricia con la flor en una mano,/ y nos cuida con la espada de oro en la otra./ Es un tipo que existe,/ que conocemos/ y no lo vemos. Está ahí en el espejo.

    El poema se llama “Tipo dios” y está en “No solo de hambre vive el hombre” (Amuleto, 2007), el segundo libro de poesías de Pedro Dalton, sucesor de “Mentira el cielo” (Artefato, 2006). Un vómito y un balazo son las imágenes que encuentra Alejandro Fernández Borsani, el artista conocido como Pedro Dalton, para describir el arrebato poético, el instante en que el poeta se bate a duelo con el papel.

    Chillan las Bestias

    Antes de pintar sobre lienzo y papel pintaba casas y muros exteriores, hasta que logró vivir exclusivamente de su arte. Su trabajo más conocido es el de compositor, letrista cantante y frontman de Buenos Muchachos, pero el hombrecito de 46 años, de voz ronca y cabellera adolescente, siempre se movió en varios frentes. Poeta, narrador y pintor son sus oficios conexos. En 2009, el sello Cachimba del Piojo publicó su primera novela, “La cara del ángel” y en 2010 apareció “Cuatro libros de poesía y un montón de ojos en la cabeza”, una compilación de sus dos obras poéticas editadas y otras dos inéditas.

    Ha pasado la última década en un ida y vuelta constante entre Montevideo y Buenos Aires, donde se quedó a vivir cuando conoció a su pareja. No tiene hijos pero la convivencia con los de su mujer le aportó aires de paternidad a su vida. Ahora, hace unas semanas que está en Montevideo para asistir al taller del artista visual Álvaro Amengual.

    Durante los últimos tres años ha cantado hasta dos y tres veces en la misma semana, a dúo (2 Daltons) con su hermano Marcelo, uno de los guitarristas de Buenos Muchachos, y en otros formatos bolicheros. En la próxima semana cantará dos veces en La Trastienda: mañana viernes 25 y el sábado 26 en la evocación de los diez años de “Amanecer Búho”, el disco bisagra de su banda, y el sábado 2 en el debut local de Chillan las Bestias, el grupo que formó en Buenos Aires con sus amigos músicos, huérfanos de vocalista.

    En la tarde desierta del último feriado, Dalton conversó con Búsqueda sobre poesía y canción, porteños y uruguayos, cine y teatro, pintores y dibujantes, búhos y bestias.

    —Hace diez años presentaban “Amanecer Búho” en El Galpón en un show que marcó un antes y un después en la puesta en escena del rock en Uruguay. ¿Cómo será este festejo?

    —Más que festejo es una recreación, una manera de darle un valor sentimental a algo que fue muy importante para nosotros y que marcó un cambio de actitud muy fuerte en la banda, hacia el profesionalismo. Ese show nos llenó de emociones y marcó el mejor sonido en vivo que habíamos logrado hasta el momento.

    —En los últimos dos años han creado formatos bolicheros como “2 Daltons”. ¿Por qué tocan tan seguido en ese plan?

    —Necesitamos tocar para vivir. Si yo tuviera que pagar alquiler, tendría que emplearme en un trabajo. En base a tocar tanto me puedo dedicar a tiempo completo a la música y no tengo necesidad de pintar casas como hacía antes, aunque si lo tuviera que hacer, no tengo problema.

    —A los veinte no paga las cuentas, pero a los cuarenta sí...

    —Por supuesto, y lo mejor que te puede pasar es que tu actividad te reditúe dinero como para vivir. Hoy en día, por suerte, hay ayudas públicas que facilitan. Después de “Amanecer Búho” decidimos que solo tocaríamos donde pudiéramos plantar el equipo completo. No queremos ir al interior a dar menos.

    —Desde hace varios años alterna su vida entre Montevideo y Buenos Aires. ¿Cómo se vive en dos ciudades?

    —Me radiqué en Buenos Aires porque mi mujer es de ahí. Siempre voy y vengo, estoy acá con Buenos Muchachos y allá con Chillan las Bestias, pero vivo muy tranquilo, en Malvín. En otros momentos fue una locura, una doble vida, pero ahora estoy superrelajado. Para mí, Buenos Aires es un boliche en San Telmo con olor a incienso y bandas tocando acústico.

    —¿Le afecta la creciente crispación social de Argentina?

    —Aunque la veo desde cerca y tengo cédula argentina no he logrado entender del todo la idiosincrasia, y no formo parte de ella. Son diferentes a nosotros, de verdad. Hay un mínimo quilombo y salen a protestar. Nosotros nos dejamos estar, no movemos un pelo, nos creemos que por intelectualizarlo todo vamos a cambiar algo. Si se hubiera prendido fuego Cromañón acá, seguirían todos los boliches clausurados. Allá dijeron: Ok, está todo cerrado, hagámoslo por la nuestra, y explotaron las fiestas clandestinas. Ellos se mueven, loco, y eso lo respeto. Pirarán, harán locuras, cagadas, se muere gente todo el tiempo, pero se mueven, y me quise contaminar de eso. Tenemos que aprender de ellos en lugar de criticarlos tanto. No son tan agrandados, no jodan. ¡Es un país grande!

    —Pero se dice que somos muy parecidos...

    —En algunas cosas, pero en muchas otras no. Ellos nos quieren mucho y nosotros no tanto. Y lo entiendo. Pero puedo discutirle a cualquiera que son harta gente. Acá hablamos del tango, pero vos te bajás en Buenos Aires y el tango existe, hay barrios de tango. Acá no. Yo me bajo en Tres Cruces y el tango no está. También me di cuenta de lo uruguayo que soy, aprendí cómo se me despertaba la bandera con episodios como el de Botnia. No me sentí cómodo en ese momento. La sufrí, y mis amigos porteños me entendieron.

    —¿Cómo surgió Chillan las Bestias?

    —Los músicos de Chillan son los mismos de Ángela Tullida, una banda amiga de Buenos Muchachos con la que intercambiamos acá y allá desde 1999. Trabé una gran amistad con ellos, canté con ellos, y cuando se abrió Gonzalo, su cantante, me invitaron. Ensayaban en la esquina de mi casa, en Almagro, una zona llena de teatros, bares y milongas. Al principio me pedían que recitara, pero...

    —Lo suyo es el canto...

    —Exacto. En el recitado importa mucho la palabra, y lo que siempre me cautivó es la cantada, la interpretación. No tengo ni puta idea de lo que dice Tom Waits, no domino el inglés, pero me fascina su forma de cantar. Obvio que después leo las letras y confirmo que es un genio. Prefiero apostar a la imaginación del escucha antes que amputar un chillido, un grito o una tonada para meter dos palabras que hagan clara la imagen.

    —Sin embargo, sus letras son muy ricas en imágenes. ¿No es contradictorio?

    —Sí, dedico mucho a las letras, pero no con la intención de que se entienda todo perfecto, sino de que yo lo entienda y me provoque.

    —Eso puede ser chocante para muchos...

    —Las canciones se acoplan a lo que va pasando. Cada interpretación tiene su valor. No creo en las explicaciones.

    —Esa es tarea del espectador, ¿no?

    —Cuando fui a ver “Mulholland Drive”, en la entrada te daban un papelito con las siete pistas de David Lynch para entender la película, y pensé: esto debe ser una tomada de pelo de este hijo de puta. Nunca haría eso en serio. Capaz que quiso burlarse de las críticas a “Carretera perdida”. En un momento estaba contando las colillas de cigarrillos que había en el cenicero porque una de las pistas decía algo de la mesa de luz y pensé que era importante. ¡Estuve a punto de perderme la emoción de esa película, que es perfecta! Me importa tres carajos lo que quería decir, comparado con las emociones que me hizo vivir. Hay películas que son historias y otras que son emoción. Están bien las dos cosas. Como las obras de Roberto Suárez. En “El hombre inventado” no entendí nada, pero había una magia visual deslumbrante. Y “Bienvenido a casa” me parece la mejor obra de teatro que vi en mi vida. El tipo está de la cabeza y me encanta.

    —¿Cómo trabaja la escritura de las canciones?

    —Cuando escribo una canción es porque hay una música hecha. Aunque a veces, releyendo textos viejos me surge una idea musical. Hacer una letra definitiva me lleva mucho tiempo. Por suerte tengo que hacer muchas canciones para el próximo disco de los Buenos. Eso me motiva.

    —¿Y cómo escribe poesía?

    —Vomito, no pienso nada. Es puro impulso. El primer estado de la poesía tiene que ser un balazo. ¡Bang! Un disparo directo al papel.

    —¿Cómo canaliza un estímulo de la realidad, la imaginación o los sueños hacia una poesía, una canción o una pintura?

    — Eso pide solo... Lo que me dispara el dibujo es ver exposiciones. En Buenos Aires retomé la pintura luego de ver una muestra en tinta china y pluma de Carlos Alonso, un pintor argentino notable, y salí derecho a dibujar.

    —¿Y qué salió?

    —Salió un personaje con cabeza de animal, que terminó en una serie muy variada (la portada del disco de Chillan las Bestias, extraída de esa serie).

    —¿Qué trabaja en el taller de Amengual?

    —Pintura con nogalina, una tinta para teñir madera que se hace con la nuez. Luego de la tinta china necesitaba más soltura.

    —¿Qué muestras recuerda de Buenos Aires?

    —Tengo un Triángulo de las Bermudas, donde siempre me pierdo: Centro Cultural Recoleta, Museo Nacional de Bellas Artes y el Palais de Glace. En alguno de esos siempre hay algo que está bueno. Y si no, cruzás al museo a ver algún Goya. Además de Alonso, me gustó mucho lo que vi de (Luis Felipe) Noé y (Alejando) Xul Solar. Para mí, los mejores ilustradores del mundo salen de Argentina. Carlos Nine es un genio, tipos como Alberto y Enrique Breccia me parten la cabeza. Las muestras de Ron Mueck y Mapplethorpe también. Buenos Aires es increíble. La escena independiente tiene una fuerza tremenda, hay festivales por todos lados. Ves cosas en arte de tapa de discos que no existen en los catálogos de los sellos. Cuando empezamos a ir, hace diez años, quise empaparme de esa energía, y justo al siguiente fin de semana conocí a María, me enamoré y me quedé.

    Vida Cultural
    2014-07-24T00:00:00