“El problema más grande en este momento es que hemos formado a toda una generación de jóvenes científicos de calidad internacional que el Estado —es decir, el pueblo uruguayo— pagó, y muy caro, y que si no la aprovechamos nosotros, otros países lo harán, sin invertir un peso. Ya tenemos la cuarta parte que se nos van. Y no solo exportamos licenciados, también posgraduados” sobre todo hacia Estados Unidos y Europa, afirmó.
Cristina lamentó “el no haber podido retener a toda esa generación de jóvenes científicos formada” durante estos ocho años en Uruguay, “por falta de políticas de Estado para capitalizar esa materia gris”, y reconoció que allí radica su “gran debe” como decano.
“El problema más grande en este momento es que hemos formado a toda una generación de jóvenes científicos de calidad internacional que el Estado —es decir, el pueblo uruguayo— pagó, y muy caro, y que si no la aprovechamos nosotros, otros países lo harán, sin invertir un peso”.
Según un censo de la Facultad de Ciencias, el 70% de los graduados de ese servicio consideran que la formación recibida es de calidad. Pero cuando se les pregunta si esa formación se ajusta a las demandas de los empleadores, menos del 20% responde que sí.
La inversión total en investigación y desarrollo (I+D) durante estos años se situó en 0,35 y 0,36% del producto bruto (PBI) de Uruguay, correspondiendo, dentro de ese monto, un gasto público que osciló entre 0,25 y 0,27% del Producto Bruto Interno, según la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII).
Suecia invierte 3,26%, Finlandia 2,90%, Reino Unido 1,70%, e “incluso otros países pequeños invierten mucho más”, como Israel (4,45%) y Corea del Sur (2,96%), apuntó Cristina en su libro de “memorias” al frente de la Facultad de Ciencias (2010-2018), que presentará este viernes 19 en la sede de Malvín Norte.
El decano sostuvo que es “evidente que la inversión que hace Uruguay en investigación en I+D es insuficiente para llevar adelante el desarrollo científico-tecnológico que el país demanda en el siglo XXI”.
A sus 61 años, este biólogo molecular de formación demócrata-cristiana, dos veces electo decano por unanimidad —cargo que “venció” el 5 de agosto—, volverá “al laboratorio” y a dar clases de virología. El claustro elegirá su sucesor como decano el próximo 24 de octubre.
Pisándonos en los corredores.
Creada en 1990, la Facultad de Ciencias es representada por su decano con voz pero sin voto en el Consejo Directivo Central (CDC) de la Udelar, según lo establece la Ley Orgániza de 1958, por tratarse de una institución creada después de la aprobación de esa ley. Al respecto, Cristina opinó que esa ley, cuyos principios filosóficos de base comparte, debe ponerse al día con la realidad actual.
También sostuvo que el CDC debe “reservarse para tratar temas estratégicos y trazar las grandes avenidas”, y que “las decisiones de temas concretos deben ser descentralizadas” del máximo órgano directivo de la institución.
“En el CDC hay que discutir lo sustancial, y nosotros venimos arrastrando temas de fondo desde hace mucho tiempo. Discutir siete años la reforma de la ley orgánica y no presentar nada... ¡No puede ser! ¡Cinco años discutimos el nuevo estatuto del personal docente! Eso tampoco es razonable. Nada de eso ayuda a tener una buena imagen de nuestra Universidad”, dijo.
Una gran limitante para el sector científico y tecnológico, según el decano, es “la fragmentación de esfuerzos” dentro del Estado. “En vez de invertir cuatro veces en lo mismo, hay que hacer una sinergia de esos esfuerzos”, criticó. Citó el caso de la Udelar y la Universidad Tecnológica (Utec) y también la creación de varias dependencias sobre transformación productiva y competitividad que “llaman a la reflexión” sobre la subdivisión de funciones y de recursos.
Según un censo de la Facultad de Ciencias, el 70% de los graduados de ese servicio consideran que la formación recibida es de calidad. Pero cuando se les pregunta si esa formación se ajusta a las demandas de los empleadores, menos del 20% responde que sí
“La fragmentación de los esfuerzos del Estado puede ser también causa de pérdida de efectividad en las políticas públicas en ciencia, tecnología e innovación”, escribió en sus memorias. Y entrevistado por Búsqueda resumió: “Al final del día, los mismos terminamos pisándonos en los corredores”.
En institucionalidad de la ciencia, Cristina reconoció “avances”. En 2006 fue creada la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, “un mojón importante en la historia de la ciencia en Uruguay”. Otro “hito” fue la creación de la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay, en 2009, dentro del Ministerio de Educación.
Dijo que Uruguay debe encaminarse a la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología para sellar políticas de Estado en este ámbito. La decisión de Tabaré Vázquez de crear una Secretaría Ciencias que orbita en Presidencia es “un paso” en esa dirección.
Pero lo que más cuesta, según el decano, “es convencer a la clase política, gobierno y oposición, de la verdadera dimensión del trabajo científico, que llegará un momento en que la fotosíntesis no lo resolverá todo”.
Comentó que Uruguay produce alimentos para 28 millones de personas. “Ahora bien, ¿cómo sostener esa producción con ecosistemas resilientes a esas actividades económicas para las comunidades nacionales? Israel y Japón invierten en alternativas para no quedar sujetos a una sola actividad. ¿Qué va a pasar cuando nos vaya mal en algunas materias primas? Para eso también es necesario el conocimiento científico”, explicó.
Otro ejemplo: “Uruguay reclamó y amplió su espacio marítimo de 250 a 350 millas desde la costa. El mapa que me enseñaron en la escuela no existe más: ahora tiene más agua que tierra. Esto tiene importancia ante la posibilidad de verificar la presencia de yacimientos de hidrocarburos. Pero no nos da para hacer todas las investigaciones necesarias con la cantidad de oceanógrafos que hay en el país que no tienen dónde embarcar”.
De hecho, Uruguay no tiene un buque con capacidad oceanográfica y tampoco existe un programa nacional oceanográfico que permita financiar proyectos científicos relevantes en esta área.
El equipamiento científico es otro “talón de Aquiles” para el desarrollo de las facultades del área de tecnologías y ciencias, lo que, según Cristina, plantea un “gran dilema” en la Udelar, que genera el 80% del conocimiento del país. La Facultad de Ciencias constituye el 20% del Sistema Nacional de Investigadores en el área de las ciencias básicas y cuenta con equipos de gran porte con más de 20 años, como los microscopios electrónicos y el equipo de resonancia magnética nuclear.
La facultad también tiene problemas de infraestructura. A pesar de sus dimensiones, con más de 600 trabajadores en el edificio de Malvín Norte —una mole de 16 pisos, cercana al Instituto Pasteur—, “se encuentra al borde de su capacidad”, ya que la complejidad de una torre diseñada para un hogar estudiantil en la década de los 50, limita la adecuación de espacios destinados a los laboratorios.
Más allá de estas limitantes, lo más importante para el decano saliente es “acercar la ciencia a la vida cotidiana de la gente” y que “la ciudadanía no vea al científico como alguien que trabaja en su torre de marfil”.
“Si la ciencia es algo que hace ‘la gente inteligente que está afuera’, ‘que es difícil y no es para nosotros’, seguiremos siendo un país subdesarrollado, no solo económicamente sino también culturalmente”, dejó escrito Cristina en sus memorias.