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    Josefa Palacios, una pepita de la pintura

    Redactora de Galería

    Con un “boleto largo” se puede llegar desde la terminal de ómnibus de Colonia del Sacramento hasta el cruce de las calles Juan Manuel Blanes y Josefa Palacios, pintora coloniense del siglo XIX. En el mes de abril esta artista se convirtió en el centro del primer trabajo conjunto entre el Museo de Colonia (MDC) y el Museo Histórico Nacional (MHN). El punto de partida fue una colección que contenía su obra principal y algunos retratos.

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    La investigación detrás de la exposición Josefa vuelve a casa la revalorizó como personaje local; es la primera vez que su cuadro más importante, Desembarco de los Treinta y Tres Orientales se expone en el departamento, en el Espacio Español. Pero traerla de vuelta a casa no fue sencillo. Si bien la “sobria” curaduría de Laura Irigoyen, que respeta y acompaña los colores de la pintura, hizo que la obra pareciera pertenecer desde siempre a la sala donde se exhibe, en las empedradas calles del barrio histórico no conocen a Josefa. “Los personajes vinculados a la historia local son desconocidos hasta para los colonienses”, contó Irigoyen a Búsqueda, y señaló el esfuerzo del MDC por “democratizar” las colecciones y la importancia de alimentar el vínculo entre las localidades del interior —donde se siente “el cuco” de “los de Montevideo”, según Valeria Mello, encargada de la muestra— y el MHN.

    Hasta este último mes, el cuadro de Josefa estuvo exhibido en Casa Rivera en Montevideo. Para Mello, es un orgullo que las personas se acerquen al museo para verlo y empiecen a conocer a la artista. La muestra busca que Colonia la descubra y que se conozca su visión de la Cruzada Libertadora y cuánto aporta a la historia nacional.

    Mucha pose

    Juan Manuel Blanes se convirtió en el pintor de la patria por sus interpretaciones de la historia nacional, como en Juramento de los Treinta y Tres Orientales, de 1876. Pero los retratados no eran tan orientales, ni fueron treinta y tres ni los protagonistas de un desembarco de epopeya. Fue Palacios quien pintó dos décadas antes Desembarco de los Treinta y Tres Orientales (1854), con un relato de los hechos “de primera mano”, contaron a Búsqueda los encargados de la investigación.

    Por un lado, la valentía y el clamor que comunican las pinceladas de un artista épico; por otro, el sigilo y las expresiones tranquilas de una artista más práctica. “El otro (el de Blanes) tiene mucha pose”, advirtió alguien del público durante el primer conversatorio sobre la exposición.

    La de Josefa era una pintura menos grandiosa y más oscura, al punto que desde el museo potenciaron los colores de la imagen para la impresión de la cartelería. Si se mira en detalle, del color negro del cuadro emergen nuevas figuras, aunque no se distinguen cuántas son. Blanes caracterizó a cada uno de los 33 revolucionarios; Josefa no, pero los encargados de la muestra se empeñaron en encontrar ese número de personas en su obra.

    El de Juan Manuel Blanes es de 1876 Juramento de los Treinta y Tres Orientales

    Otra diferencia con el cuadro de Blanes es que el Desembarco no incluye ninguna referencia masónica, simbología recurrente en obras masculinas.

    Ambas obras destacan al comandante Juan Antonio Lavalleja. Pero como la de Josefa se trata de una escena nocturna —a diferencia del Juramento— no se lo distingue por ser quien sostiene la bandera tricolor desplegada, sino por un claro de luna que recorta su figura. La bandera en esta oportunidad está recogida. Cada elemento marca una diferencia importante con las versiones más extendidas del episodio. La incógnita era saber cómo Josefa conocía al detalle el escenario que se vivió aquel 19 de abril de 1825.

    Varias Josefas

    La exposición es minimalista; la sala solamente exhibe el Desembarco. Se podría pensar que después de la moderada representación de la Cruzada no había nada más para ver, hasta que voltearon la pintura. El lado B de la muestra es el exhaustivo trabajo de investigación que realizó Mello junto con su equipo con lo que encontraron.

    Hilos de lana de colores unían un postit a un nombre con una fotografía o retrato y el esquema tenía un aire detectivesco. La historia de Josefa es una historia de vínculos y el equipo del museo llevó a cabo su seguimiento. La investigación comenzó por los censos nacionales, las ubicaciones geográficas, así como las partidas de nacimiento, casamiento o defunción, que son documentos que “cierran círculos”, según Mello.

    El Archivo Histórico Regional de Colonia tiene como sede la Casa de Palacios. Hasta ahora, se pensaba que ese había sido el hogar de Josefa, la artista, pero se le estaba rindiendo homenaje a la persona equivocada. En el árbol genealógico de su familia figuran por lo menos cinco miembros más con el nombre de Josefa. Entre ellas, la verdadera dueña de la casa del archivo, la Josefa tras la cual la pintora estuvo oculta durante todos estos años: su tía.

    Antonio Palacios Vigil, abuelo de la artista y uno de los primeros pobladores de Colonia del Sacramento, se casó con dos mujeres. Con Josefa de la Vega tuvo al padre de la pintora. Cuando De la Vega murió, Antonio se casó de nuevo con Ana María Carbajal, con quien tuvo una hija llamada Josefa Palacios Carbajal, tía de la pintora y dueña de la casa del archivo. Si los Palacios eran una familia adinerada, Palacios Carbajal lo era aún más. Fue un personaje fuerte de la sociedad coloniense de la época. Una mujer sin hijos, pero que apadrinó a 16 niños blancos y nueve esclavos, entre los cuales había niñas llamadas Josefa. La que figura en los censos de la época, domiciliada en la calle Real, es Palacios Carbajal, que tuvo una menor a su cargo de 16 años también llamada Josefa, pero que tampoco era la pintora. “Se venía transmitiendo una historia que no era”, señaló Mello.

    “Blanes la opacó como artista, pero su tía como mujer”. Recién en la partida de nacimiento de su hijo, la artista decidió marcar la diferencia firmando como Claudia Josefa Palacios Gonzáles, ya que en esa época los segundos nombres eran clave para evitar confusiones. Sin embargo, desde el inicio Mello sospechó que Josefa Palacios Carbajal, “la del archivo”, no era la pintora; “eran historias de vida distintas”. Había una importante diferencia de edad y, además, las partidas de matrimonio señalaban a la Josefa del archivo casada con Gerardo Delgado, mientras que la artista estuvo casada con Manuel Gómez de la Gándara. Y con él, aparece otro vínculo que marcaba la diferencia.

    El de Josefa Palacios es de 1854 Desembarco de los Treinta y Tres Orientales

    Gómez era el padrino de Ana Luisa Rodríguez Lavalleja, la nieta del comandante. La familia Palacios tenía territorio dentro de la zona de Las Vacas. En la época del Estado Cisplatino era común el reparto de tierras y que muchas de ellas terminaran en manos de militares o jefes políticos, otra pista para pensar que la familia de Josefa tenía cierta relevancia social. Además, se estilaba juntar chacras cercanas para formar estancias. Una “denuncia” de Juan Antonio Lavalleja por el terreno lindero a la casa de los Palacios reveló que las familias eran vecinas en Las Vacas.

    En la Casa Lavalleja del MHN se exhiben dos retratos de la autoría de Josefa: uno de Ana Lavalleja de Landívar, hija del comandante, y otro de Antonio Rodríguez Landívar, su esposo. El estilo sobrio y la forma de marcar los detalles en estas pinturas son comparables a las del Desembarco, que Josefa pintó un año después de la muerte de Lavalleja. Mello piensa que puede tratarse de una suerte de homenaje y que sin duda se puede intuir que su cuadro es “la más fidedigna” de las representaciones.

    Josefa murió entre 1881 y 1882. La fecha no es precisa porque no alcanzaron a ubicar todavía su acta de defunción, y si bien en algún momento decidió vivir en Buenos Aires, no se conoce si la artista murió o no en Argentina. El esquema de los vínculos de Josefa llega hasta la línea de sus nietos.

    Era mujer

    La diva de la pintura. / Pepita artista oriental, / Me hizo mi retrato, y tal / que es mi idéntica figura. / Dios la inspira, y como soy, / que a veces dudo perplejo,/ si es mi retrato, o mi espejo, / el que allí mirando estoy. Con estos versos Francisco Acuña de Figueroa le agradeció el retrato que le hizo Josefa, y con ellos la presentaron en el conversatorio. De la investigación del MDC surge que trabajaba en un estudio donde personajes más o menos relevantes la visitaban para contratar sus retratos, que no firmaba ni fechaba.

    Era mujer y se esperaba que se dedicara a la poesía, como las demás mujeres de su época, antes que a la pintura, un terreno marcado por los hombres. Conocer más sobre Josefa, si bien no es un aporte puntual a la historia del género, lo es para la historia y el reconocimiento de las mujeres del siglo XIX. En la primera semana de mayo, se llevará a cabo el último conversatorio en el marco del cierre de la exposición para profundizar en este tema, que tendrá la participación de Ana Ribeiro, historiadora y subsecretaria del Ministerio de Educación y Cultura, quien expondrá sobre el episodio del Desembarco.

    Acuña de Figueroa tampoco menciona a Josefa. Le dice Pepita, como a los José se les llama Pepe. El término juega con un doble sentido: una pepita es un trozo pequeño de oro que suele encontrarse entre los materiales arrastrados por el agua. Josefa era oro, es decir, una muy buena artista. Si era tan buena y solicitada, ¿por qué se escondía en el anonimato? Mello aseguró que esa es la pregunta, que aún no tiene respuesta.

    • Recuadro de la nota

    Por favor, tocar

    Vida Cultural
    2022-04-27T17:48:00