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    Una verdadera pesadilla que “asusta”: los trastornos de sueño afectan a casi un tercio de la población uruguaya

    Según un estudio, uno de cada 6,4 padece insomnio; en la pandemia fue uno de cada 3,6

    Algo totalmente coyuntural: estas noches tórridas no son favorables para dormir. Esto se debe, recuerda la neuróloga especializada en Medicina del Sueño Cecilia Orellana, a que nuestro sistema fisiológico cambia desde la vigilia. Un “termostato” central que está en el cerebro ayuda a conciliar el sueño, agrega. “Los humanos somos homeotermos, necesitamos determinados rangos de temperatura para funcionar de forma adecuada”, dice. Traducido, esto quiere decir que el cuerpo necesita disminuir su temperatura basal entre medio y un grado para que las funciones que facilitan el sueño se puedan desarrollar. Claro que en este verano 2023 no hay cuerpo que aguante.

    “El ‘termostato’ corporal se nos está quejando. No encuentra la temperatura habitual para dormir. Además influye la sudoración: si uno está transpirado, se va a despertar porque está húmedo, porque no se siente cómodo. Además, nuestro sueño se ve más superficial, porque con este calor, con nuestro propio termómetro desregulado, cualquier ruido nos despierta”, le dice a Búsqueda quien también fundó y presidió la Asociación de Sueño del Uruguay (Assur) y hoy dirige la clínica Somnocentro.

    Si bien todo lo relacionado con el sueño varía según cada individuo, mantener en el lugar de descanso una temperatura confortable para el organismo, de entre 22 y 24 grados (algo que está resultando complicado para quien no tenga aire acondicionado), ayuda a conciliarlo. Orellana dice que en su clínica no ha recibido consultas puntuales por problemas para dormir en estos días. Los sufrientes de estas noches tropicales lo asumen como algo pasajero y, en el peor de los casos, acuden a la medicación, lo que esta médica desaconseja firmemente. Lo que también hace el calor es agravar la situación de quienes sufren trastornos de sueño.

    Y acá se pasa a algo más atemporal: el 32,7% de los uruguayos, casi un tercio, tiene problemas de sueño; la mitad aproximada de ellos, 15,7%, sufre insomnio, entendido este como “la dificultad de iniciar y mantener el sueño, así como despertares tempranos, siempre y cuando exista la oportunidad de dormir bien”. La doctora hace esta última precisión a partir de contextos bien claros: no es lo mismo el sueño de un soldado ucraniano ante el inminente peligro de un ataque o —sin ir a ese extremo— el de una madre con un niño pequeño.

    Ese porcentaje surge de una encuesta online contestada por 1.009 personas de 41 años de promedio (con extremos entre los 6 y los 81) realizada en 2020 por el Hospital Maciel y la Facultad de Medicina de la Universidad de la República. Los resultados, divulgados en 2021, también indicaron que 8,1% sufren trastornos respiratorios del sueño (ronquidos y apneas) y aproximadamente 7% dijo tener el llamado síndrome de piernas inquietas.

    “El número asusta, ¡imaginate algo que afecte a un tercio de las personas!”, resume la médica. “Es una epidemia silenciosa. Además, para el insomnio se suele recurrir a la automedicación, y un medicamento no actúa igual en todas las personas, que tienen que ser evaluadas de forma integral”.

    El estudio, el último que se hizo en Uruguay sobre este tema, señaló que las mujeres en promedio duermen menos que los hombres: 7 horas y 35 minutos contra 7 horas y 50. “El sueño de las mujeres está más reducido por los cambios hormonales y también porque en general están a cargo del hogar y de los cuidados”, dice Orellana. Factores naturales y culturales confluyen para eso. Los adolescentes, en cambio, precisan dormir más horas: entre nueve y 10. Cualquiera que tenga hijos en esa edad sabe lo difícil que es conseguir eso en época de clases.

    Vale resaltar que, al ser una consulta online, los participantes respondieron a partir de la hora en que se fueron a la cama y la que se levantaron, lo que no es equivalente al tiempo de sueño, que en una población adulta se sugiere entre siete y ocho horas.

    Y dentro de lo atemporal, algo puntual: si aquellas consultas fueron realizadas previo a la cuarentena voluntaria, la pandemia no hizo sino agravar la situación. Tres meses después se hizo una actualización de ese estudio, concentrado en los peores momentos del confinamiento voluntario, que reflejó que los trastornos del sueño habían trepado a 42,7% de la población y el insomnio —el problema madre en este campo— subió a 27,7%. Además, 12,5% de los consultados se zambulló en el mundo de la automedicación con psicofármacos, con hipnóticos y ansiolíticos en un cómodo primer lugar.

    Fundamental para la salud

    Desde 2008, la Asociación Mundial de Medicina del Sueño (WASM, por la sigla en inglés) conmemora cada viernes anterior al equinoccio primaveral (del hemisferio norte, claro) el Día Mundial del Sueño. Este año cae el viernes 17 de marzo y el lema escogido es “Dormir es esencial para la salud”. Vale aclararlo, señala Orellana, porque percibe que dormir está subvalorado. Frases como “a mí me alcanza con tirarme tres horas” la irritan por la imposibilidad fisiológica de ello.

    “Dormir mal tiene múltiples repercusiones: el cerebro no descansa, los cuadros de diabetes se agravan, lo mismo pasa con los trastornos cardiovasculares y los cerebrovasculares. El sueño es considerado uno de (la lista de) los ‘ocho esenciales’ de la American Heart Association”, agrega.

    Los trastornos del sueño se combaten asistiendo al médico. El análisis clínico derivará en la necesidad o no de un estudio más profundo del sueño, algo que no se encuentra en el Plan Integral de Atención de Salud (PIAS), pero que algunas mutualistas asumen, destaca. En total, hay descritas entre 65 y 80 patologías relacionadas. “A veces con un buen interrogatorio clínico o un examen físico se puede llegar a un diagnóstico y comenzar la orientación terapéutica. Siempre es algo muy individual, considerando los factores vitales y de riesgo de cada persona”.

    Al menos en un inicio, cualquier médico debería ser capaz de realizar un análisis clínico primario. La Assur está integrada por un número variable de profesionales que fluctúan entre 50 y 100 personas que asisten a los distintos seminarios. Es un equipo multidisciplinario. Orellana es neuróloga, pero la actual presidenta, Sandra Peña, es neumóloga. El ahora exministro de Salud Pública, el neurólogo Daniel Salinas, supo ser tesorero de la Assur.

    Orellana considera “fundamental” que se enfatice en la importancia del sueño y que se erradiquen conductas, más allá de la automedicación, como llevar el celular a la cama, irse a dormir con una serie, una película, una música o un libro que atrape la atención o tenga algún tipo de “anclaje afectivo” con la persona. “Tampoco hay que llevar problemas, discusiones, trabajo o estudio a la cama”. Todo esto, no cenar inmediatamente antes de acostarse y los horarios regulares para ir a la cama son lo que la especialista llama “buenos hábitos de sueño”.

    Y conviene tener cuidado con la siesta: alguien que pudo dormir de noche, sin necesidad de fármacos, podrá descansar entre 15 o 20 minutos, siempre y cuando estén alejados entre seis y siete horas del descanso nocturno, “para evitarle al cerebro la presión de un sueño”. Todo aquel que se tiró con intención de “descansar los ojos” un rato en la tarde y se despertó a las dos o tres horas sabe lo titánico que es retornar a la vigilia.