Palenqueros, rondaneros, apadrinadores y, por supuesto, jinetes son orgullo del territorio suburbano ubicado entre Melilla y Colón, a menos de un quilómetro de la nueva Unidad Agroalimentaria Metropolitana.
Palenqueros, rondaneros, apadrinadores y, por supuesto, jinetes son orgullo del territorio suburbano ubicado entre Melilla y Colón, a menos de un quilómetro de la nueva Unidad Agroalimentaria Metropolitana.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs que hasta hace unos años los gauchos montevideanos ganaban premios en la exposición rural del Prado. Uno de ellos, Freddy Barreiro, incluso salió cinco veces campeón nacional y mostró sus destrezas como jinete, con medallas incluidas, no solo en Uruguay, sino también en rodeos de Brasil y Argentina.
Todos ellos salieron de La Tablada, una zona con más de 150 años de historia que está a mitad de camino entre la ciudad y el campo y donde el Estado organizaba el mercado de ganado.
La actividad de estos verdaderos gauchos camperos, amantes de los caballos y a menudo payadores y sostenedores de mostradores en boliches y pulperías, decayó con el desarrollo de la industria frigorífica descentralizada, porque antes casi todo el ganado del país pasaba por allí camino a los mataderos del Cerro y luego de Canelones.
El predio, que tuvo estación de trenes y grandes mangas para encerrar a los animales camino al sacrificio, pasó a manos del Estado en 1876 y tuvo su apogeo en torno a 1925, cuando el edificio fue ampliado y se convirtió en hotel para los operadores de ganado y oficina de consignatarios.
Cada etapa tuvo sus características. Durante el auge de La Tablada Nacional había mucho trabajo en la zona y eso atrajo a gente del interior. El progreso trajo también los cantegriles. La dictadura, los secuestrados y desaparecidos por el Ejército. Después llegaron los asentamientos y los presos de la democracia, que fueron mayores y niños. No solo estuvo detenida gente de bajos recursos, también banqueros, como los hermanos Peirano después de 2002.
El sábado 2, el viejo Hotel de La Tablada se abrió al público por el Día del Patrimonio. Después de pasar un doble cerco de grueso alambre de púas vigilado por casetas, ahora vacías, el visitante pudo acceder a dos guías: la primera fue ofrecida por un integrante del equipo de Extensión de la Universidad de la República, que explicó a grandes trazos la rica memoria del edificio y de la zona, que cuenta con 64 hectáreas de las 82 originales. Luego, ya en el interior del viejo hotel convertido en prisión clandestina por la que pasaron casi 400 detenidos, una de ellas, Ivonne Klingler, ofrecía un sobrio recorrido por el horror que funcionó entre 1977 y 1983 bajo las órdenes del general Esteban Cristi.
Los asentamientos Las Vías y Rincón de la Tablada son hoy los vecinos más cercanos. Hasta hace unos meses, la Comisión Memoria de la Tablada (Cometa) estaba compuesta por los ex presos políticos y familiares, la comisión de fomento La Piedrita, el colectivo Vecinos y Memoria, vinculado a un comité del Frente Amplio, el Club Cuatro Esquinas, la organización salesiana Don Bosco y la Agrupación Tradicionalista Troperos de La Tablada.
Los troperos, sin embargo, aunque mantienen los contactos, prefirieron seguir un camino independiente. Daniel Posse, presidente de la agrupación, dijo a Búsqueda que apoyan que se consagre el sitio de memoria a las víctimas de la dictadura, pero que se alejaron al sentirse “relegados”.
Tanto Posse, fanático propietario de 80 caballos, como el vicepresidente Andrés Nande opinan que la sociedad uruguaya no ha hecho justicia en el reconocimiento al papel de los gauchos, entre los que están sus antepasados.
“La memoria de los desaparecidos es muy respetable, pero hay que salvarlas a todas”, sostiene Posse, y recuerda el áspero diálogo que se produjo entre uno de los ex presos políticos y un tropero cuando la comisión comenzó a discutir cómo aplicar la Ley 19.641 de Sitios de Memoria del Pasado Reciente.
Posse cuenta que el militante le dijo que ellos habían sido luchadores por la democracia y la libertad de todos y el tropero mencionó a Pascasio Báez, el trabajador rural asesinado por los tupamaros en 1971 luego de que descubrió la entrada a un escondite subterráneo, conocida como tatucera, en una estancia cerca de Pan de Azúcar.
La diputada Verónica Mato ve las cosas desde otro ángulo. En 1982, ya en dictadura, ella tenía apenas seis años cuando su padre, el militante comunista Miguel Ángel Mato, fue secuestrado por integrantes del Organismo Coordinador de Actividades Antisubversivas (Ocoa) de la División del Ejército I.
Mato sigue desaparecido y, gracias a que la Justicia ordenó no innovar en el predio, las autoridades del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa), que habían tenido dificultades con la empresa que estaba haciendo las reformas para una nueva cárcel de menores, aceptaron ceder el predio en comodato a la Institución Nacional de Derechos Humanos, que a su vez la entregó a Cometa, que está gestionando su personería jurídica.
Para la actual legisladora, que integró la Comisión de Sitios de Memoria hoy presidida por la realizadora e investigadora Virginia Martínez, es claro que la ley fue hecha con el objetivo de “recordar y reconocer lugares donde las víctimas del terrorismo o de acciones ilegítimas del Estado sufrieron violaciones a sus derechos humanos por motivos políticos, ideológicos o gremiales”.
Mato y otras 12 personas desaparecidas habrían sido vistas por última vez en La Tablada, aunque según el arqueólogo Carlos Marín, que trabaja en el sitio, solo en ocho casos existe certeza debido al carácter de clandestinidad que tenían las detenciones y la negativa a colaborar que aún persiste.
A pesar de las muchas excavaciones, de todos los desaparecidos que habrían muerto mientras eran torturados en La Tablada, hasta ahora solo ha sido hallado Ricardo Blanco Valiente, cuyos restos aparecieron en 2012 en el Batallón 14 (Toledo).
Los gauchos camperos de La Tablada y sobre todo sus orgullosos descendientes sostienen que sufrieron tanto la dictadura como la democracia. Su idea era construir en el edificio una escuela de artes de campo que incluyera desde alambrado hasta guitarra. “La gran equivocación de los izquierdistas es pensar que la gente de a caballo es blanca o colorada; algunos tienen menos cintura que una garrafa”, opina el presidente de la agrupación tradicionalista que cuenta con 78 socios y que, superada la pandemia, este diciembre organizará fiestas criollas en el rodeo. La presencia de los troperos ha permitido alejar a quienes querían lotear terrenos de forma clandestina por Facebook.
Posse recuerda que los troperos colaboraron —cuando aún el edificio estaba en manos del Inisa— en plantar 25 árboles de homenaje a los muertos y desaparecidos y a construir un monumento.
Desde la época del hotel, el edificio pasó por muchas reformas. En la planta baja, donde había 16 oficinas para que los consignatarios hicieran sus negocios, Ocoa colocaba presos. Arriba, donde estaban las oficinas y el alojamiento del personal, luego ocurría lo peor y más temido: la tortura.
La Tablada reemplazó, como gran centro de detención clandestina, al 300 Carlos, ubicado en uno de los galpones de Servicio de Material y Armamento, contiguo al predio que entonces ocupaba el Batallón de Blindados 13 en Gruta de Lourdes.
Testimonios relevados por Marín y otros investigadores indican que el tándem se produjo en 1977, cuando los militares cargaron a unos cuantos presos y a los aparatos de tortura en unos camiones e hicieron la mudanza al nuevo centro clandestino, que en la jerga interna pasó a llamarse Base Roberto.
El nuevo local del Ocoa operó mucho más que ningún otro porque tenía varias ventajas sobre los anteriores: estaba aislado en una elevación, cerca de las rutas y también del aeropuerto de Melilla.
Los oficiales trabajaban de civil y usaban nombres en clave que comenzaban con la primera letra de su apellido, pero los vecinos, sin embargo, escuchaban los gritos de dolor apenas tapados por las cumbias que sonaban en dos radios encendidas a la vez. A los pocos familiares que llegaban a preguntar por los suyos les decían que allí solo había un depósito de desechos militares, pero la guardia reforzada indicaba otra cosa.
Los presos tenían un número y su existencia solo era reconocida al ser trasladados a un cuartel. Eran lo que los viejos códigos romanos llaman un homo sacer, alguien al que se puede matar sin responder ante la Justicia.
Ya en democracia, después de la quiebra de varios bancos, algunos de los nuevos ocupantes fueron los hermanos Peirano. Los alojaron en la planta alta, donde antes funcionó el submarino y la picana, y les permitieron instalar aire acondicionado, televisor y otras comodidades.
Cuando el local fue destinado como prisión para menores, el confort y el trato humanitario de la cárcel modelo pasó otra vez a la historia. Los presos estaban alojados en las celdas pequeñas y debían permanecer encerrados durante la mayor parte del día.
Hasta ahora, el edificio designado sitio de memoria no cuenta con un presupuesto, apenas una guardia policial, agua y luz sin costo, el respaldo de la Facultad de Arquitectura de la Udelar y un fondo concursable de unos $ 500.000 que serán empleados en una escuela de fútbol, una plaza inclusiva y una fotogalería que relate la historia del lugar.