“Mi lindo hijo estaba luchando en una batalla de la que ni siquiera yo hubiese podido salvarlo. Es real, es silenciosa y no hay absolutamente nada como padre que puedas hacer para quitar este dolor profundo”. Esto escribió en su cuenta de Instagram Samie Hardman, madre de Drayke, un niño de 12 años que días atrás se suicidó en Utah (Estados Unidos), según sus padres, víctima de acoso escolar. “¿Cómo un niño de 12 años que era amado por todos piensa que la vida es tan difícil que necesita salir de ella?”, se planteó la madre en otro pasaje de su posteo que enseguida se viralizó en las redes sociales.
Con este mensaje —acompañado por una serie de imágenes que retratan las últimas horas de vida del niño junto con su familia—, los padres de Drayke buscaron generar conciencia sobre el fenómeno del hostigamiento o bullying, formas de violencia escolar que reciben tanto niños como adolescentes por parte de sus pares en los entornos educativos, sean presenciales, a través de redes sociales o por mensajería instantánea.
Si bien los expertos sostienen que una problemática tan delicada y compleja como el suicidio infantil obedece a múltiples factores, consideran fundamental no minimizar el sufrimiento de los menores que son víctimas de bullying.
En Uruguay, algo más de 10% de los alumnos dice haber sufrido acoso durante su trayectoria por el sistema de enseñanza formal obligatoria, tanto pública como privada, según un informe de Unicef de 2021, divulgado este mes, que recopila investigaciones nacionales y extranjeras sobre el tema.
La forma de agresión predominante entre los menores es la verbal o la llamada “violencia simbólica directa”, que en rigor consiste en burlas, apodos denigrantes e insultos.
Se trata de una problemática que expertos en salud mental y referentes del área educativa observan con preocupación desde hace varias décadas y que se agudizó “exponencialmente” durante la pandemia del Covid-19, según Unicef.
La agresividad expresada mediante hostigamientos continuados a través de las redes sociales y la mensajería instantánea, conocida como ciberbullying o ciberacoso, es hoy la variante más extendida de acoso escolar entre pares.
Las consultas que suelen recibir los expertos por casos de depresión, ansiedad y angustia asociados a este fenómeno en niños y adolescentes son cada vez más frecuentes, aseguraron a Búsqueda los docentes Juan Carlos Noya y Santiago Brum, coautores de Acoso escolar en Uruguay: informe de estado de situación, para el área de Educación de la oficina local de Unicef. El estudio sintetiza los principales hallazgos sobre convivencia, conflicto y acoso escolar y expone un reguero de datos.
Kids Online Uruguay, una encuesta de Unicef (2018), identificó que el hostigamiento entre los menores en el ámbito educativo se distribuye de forma similar en el contexto presencial y virtual: el 13% de los encuestados sostuvo que fue maltratado cara a cara y el 15% por un medio electrónico, mientras que el 7% dijo haber padecido acoso presencial y virtual.
Unicef no encontró diferencias significativas en cuanto a la incidencia del acoso escolar por niveles socioeconómicos ni entre instituciones públicas y privadas. Por otra parte, es consistente en los estudios el rango de prevalencia: la mayor parte de las investigaciones sitúan el acoso entre los 9 y los 16 años, y con mayor frecuencia entre los 13 y los 14 años.
Producto del bullying, las víctimas muestran en casi la totalidad de los casos una baja del rendimiento académico y, de mayores, presentan problemas de alcoholismo, drogodependencia y depresión; mientras que los hostigadores luego suelen ejercer violencia doméstica, manifestada contra sus parejas e hijos.
La percepción del dolor
Para los autores del informe de Unicef Uruguay, el sistema educativo se enfrenta al desafío de abordar las situaciones desatadas de forma masiva por medios digitales, especialmente cuando los conflictos y la violencia se trasladan de los dispositivos tecnológicos a la escuela y viceversa.
Según los investigadores, la intervención ante el acoso escolar en Uruguay todavía no está debidamente protocolizada en el ámbito de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP).
Las consecuencias de ese mundo paralelo detrás de las pantallas deben atenderse particularmente en la vida cotidiana y formativa de los menores, aseguraron Noya y Brum. Por ejemplo, cuando dejan a un compañero fuera de los grupos de WhatsApp o hacen posteos denigrantes y todo eso queda colgado en la web.
De hecho, los ataques virtuales tienen características incluso “hasta peores que el hostigamiento cara a cara, porque no te podés escapar del agresor como en el recreo”, explicó Noya, que además es presidente de la Asociación Uruguaya de Enseñanza Privada (Audep) y director del Colegio Alemán.
Por esa misma razón “no se percibe el dolor de la víctima”, agregó el especialista. “Cuando el maltrato es presencial, quienes hostigan también ven que la víctima llora, se enoja, lo pasa mal, y algunos se inhiben de seguir castigando. Pero cuando el ataque es por Internet se pierde la percepción del dolor”.
“El posteo de una compañera desnuda no se puede medir en su impacto, y allí hasta se incurre en delitos, por lo que se entra en un gran vacío normativo y legal en el ámbito educativo y en general respecto a la virtualidad”, señaló Noya. Sobre estos puntos es que debe asumir responsabilidades la ANEP.
Salvar a la víctima y al acosador
Tras conocerse el caso de Drayke, el niño estadounidense que se quitó la vida, el médico uruguayo Fernando Montero se animó a difundir en redes sociales su experiencia sobre el bullying a través de un video que tituló Cómo le salvé la vida a la persona que arruinó mi niñez.
A través de su historia, Montero, hoy casado y con dos hijas, destaca la importancia de que los docentes estén formados para atender casos de hostigamiento escolar. Además, detalla qué efectos pueden tener estas prácticas en los niños y cómo identificar a la víctima y al acosador. Para este doctor, ambos requieren atención y contención para superar una situación compleja que puede volverse tan grave como el suicidio, y para ello además trabaja el concepto del perdón.
A raíz de su historia empezaron a llegar consultas a Unicef, contaron los autores del informe, que insistieron en el objetivo de profundizar en el vínculo entre la calidad de la convivencia escolar y la respuesta inmediata ante el acoso entre pares presencial y virtual.
Los autores indicaron además que faltan investigaciones periódicas a escala nacional que permitan medir este fenómeno, lo que en otros países se llama observatorios de convivencia escolar. Y sobre todo señalaron la ausencia de un protocolo específico de actuación ante el acoso escolar como un “debe” del sistema educativo.
Ese último objetivo integra el borrador de la proyectada transformación educativa, lo que el Consejo Directivo Central de la ANEP llama “habilidades socioemocionales”. La aspiración de Unicef es que dentro de la nueva currícula se incluya este enfoque de trabajo en el ámbito público.
Noya afirmó que Unicef no busca transmitir una sensación “ni alarmista ni demonizadora” del entorno digital, sino fomentar entornos protectores. Añadió que las familias involucradas en estos temas consiguen que los riesgos “bajen de forma notable”. Y explicó que por esa razón Unicef reclama a las autoridades educativas trabajar en la prevención y atención de las situaciones de violencia entre pares y promover una convivencia saludable en los centros de estudio.
En ese sentido, el experto reflexionó: “El desafío es diseñar estrategias con un enfoque pedagógico para disminuir las consecuencias en la víctima y en el hostigador, pero también en los que presencian los ataques, porque ellos también de alguna manera viven una cultura escolar donde la relación violenta está naturalizada y la impunidad campea”.