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Los primeros criptoactivos que se minaron en Uruguay fueron desde una habitación pequeña, llena de estructuras metálicas de varios pisos, con placas electrónicas atornilladas y conectadas entre sí. Era un lugar ruidoso, con varios ventiladores para tolerar el calor que allí había. El ingeniero Nicolás Ribeiro había renunciado a Telefónica para construir de forma casera ese espacio parecido al data center de Movistar en el que había trabajado, pero artesanal. Esa habitación que llegó a tener 160 computadoras funcionando era una granja de minería en la que se producían Bitcoins, un criptoactivo que en ese 2013 era una mala palabra para los actores tradicionales del mercado financiero y cuya actividad se concentraba en expertos en criptografías o ingenieros, como es el caso de Ribeiro.
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La incipiente granja ingresó en el top 5 de las grandes del mundo por su capacidad de cómputo, es decir, por su posibilidad de resolver problemas matemáticos con complejos procesos informáticos que generan un activo virtual específico. Era el inicio de un nuevo mercado, que pasaría desde lo artesanal a su profesionalización, con la aparición de empresas que construyen el minero y venden los servidores ya prontos para minar.
Ribeiro descubrió el Bitcoin en 2012, a los seis meses renunció a su puesto en Telefónica y, aprovechando que su familia tiene una importadora y distribuidora de productos de computación, construyó la minera BC Mining. Su negocio se profesionalizó, pero los costos de la energía en el país no le resultaron competitivos para seguir creciendo. Los gastos de una granja en energía eléctrica son el 80% del total y ese valor hace inclinar la balanza para tomar una decisión; tras un análisis realizado en 2017, la empresa emigró.
“Para la minería, en lo único que falla Uruguay es en el precio eléctrico. Todo lo demás son checks: energía renovable, seguridad jurídica, seguridad para el inversor, acceso al conocimiento”, dijo a Búsqueda Ribeiro, director ejecutivo de BC Mining Group. En su opinión, el país tiene “potencial” para desarrollarse en la industria, pero el precio de la energía eléctrica no es “competitivo a nivel mundial”.
Su empresa analizó los costos de la energía eléctrica desde Tierra del Fuego hasta el polo Norte y concluyó que el precio más barato estaba en Venezuela, aunque tiene “otros problemas” que llevaron a descartar la opción. En el ranking, el segundo era Paraguay, que además de tener un precio de la energía eléctrica conveniente sumaba puntos por las leyes de promoción. “Es un país que en los últimos años se abrió al mundo. No tiene grado inversor como Uruguay, pero está en ese camino. Y allá fuimos y nos instalamos”, contó el ingeniero en sistemas.
Junto con un socio paraguayo, Ribeiro instaló tres granjas en Paraguay. Viaja todos los meses a ese país, aunque puede seguir las operaciones a distancia. En las mineras están los especialistas en el hardware, que son quienes trabajan con los equipos, y desde la oficina central en Asunción supervisan la operación.
Ser creativos
El mercado eléctrico en Uruguay está completamente vinculado a UTE. Si bien la normativa permite que existan contratos entre privados, estos acuerdos han sido casi nulos y, a su vez, tienen que pagarle a la empresa estatal un peaje por la distribución de la energía. “No hay muchas opciones más que comprarle a UTE”, dijo Ribeiro.
Los sectores industrial y residencial de Paraguay pagan la electricidad más barata de la región, mientras que Chile y Uruguay tienen los precios más altos, según el informe de junio de la consultora SEG Ingeniería.
El costo del megavatio por hora es “muy alto” para hacer minería. “¿Esto quiere decir que no pueda haber minería? No. Eso quiere decir que para tener minería en Uruguay tenés que ser creativo”, señaló el empresario. Y hay “varios mecanismos” para eso: una de las opciones es que la minera genere su propia electricidad con parques solares o molinos, de manera que pueda combinar las fuentes de UTE con una propia. Otro camino es evitar minar en las horas pico de consumo, en las que la energía es más cara. “La minería tiene esa capacidad: la podés prender y apagar cuando querés. El equipo demora un minuto y medio en arrancar”, destacó Ribeiro.
Tras la decisión de BC Mining de irse del país, el único proyecto que está operativo es el de Uy Bit, que tiene una granja en Minas de Corrales, que prevé ampliar. La empresa anunció que invertirá US$ 1 millón en una nueva granja de criptomonedas, para minar Bitcoins, ubicada al lado de una antigua explotación de oro en esa zona de Rivera, informó El País en agosto de 2022. Ese lugar ya tenía un contrato de energía que era “muy favorable”, dijo a ese medio el director de la empresa Sebastián Bianchi. Uy Bit estima que en el lugar habrá unas 4.500 máquinas minadoras.
Fabrizio Bianchi, otro de los socios, declaró que en 2018 empezaron a analizar dónde estaba la energía más barata en el país. SEG Ingeniería le comunicó que había una empresa de energía renovable que estaba dispuesta a alojarlos y que podrían instalarse “a pie de planta por un precio más accesible”. En 2020, firmaron el contrato con ellos y comenzaron a trabajar.
Otra empresa que invertirá en Uruguay es Tether, que anunció que lanzará operaciones mineras sostenibles de Bitcoin, en colaboración con una firma local autorizada —que no identificó—, según informó hace un par de meses en un comunicado.
El minado
Al comenzar su actividad, BC Mining minaba el 80% de su tiempo el criptoactivo Litecoin, que en ese momento era el segundo de mayor importancia en volumen de mercado; el restante 20% se lo dedicaba al Bitcoin. Al mudarse a Paraguay, la operación fue exactamente al revés. En algún momento minaron en Ethereum, hasta que cambió su algoritmo, y ahora solo lo hacen en la red del principal activo virtual.
La tarea de minar es igual para todos estos criptoactivos, salvo por algunas pequeñas diferencias en los equipos. “Minar es destinar recursos informáticos al servicio de una red de determinada cripto. En términos particulares, lo que estás haciendo es brindar capacidad de cómputo para procesar transacciones y brindar seguridad a la red en la que te estás conectando. Por ese trabajo computacional, la red te retribuye en el activo subyacente. Si es la red de Bitcoin, te va a dar BTC. Con la red de Ethereum, que no funciona más, te daban Ether”, describió Ribeiro sobre el trabajo.
La “capacidad de cómputo” que tiene un minero depende del tamaño de la red de sus equipos. Cuanto más grande, mayores son las posibilidades de recibir un beneficio. Por eso, las granjas se centralizan en un pool de minería, que junta la capacidad de varios mineros en uno, de forma de aumentar las probabilidades de obtener los activos.
En el Bitcoin, por ejemplo, se crea un bloque en la blockchain cada 10 minutos. En esa unidad —la mínima dentro de la base de datos— se escriben todos los movimientos que hay entre cuentas y, adicionalmente, se crea una transacción que tiene el “origen en la nada”. Esa es la “forma de emisión del Bitcoin”, explicó el ingeniero. “Dentro de ese bloque están todas las transacciones que hizo el mundo. Hay una especial, que es la primera, que dice: de la nada se emiten 6,25 Bitcoins a la dirección de tal pool”, añadió. Luego se distribuye entre todos los mineros. Una vez que llega, se comercializa.
Para minar un bloque, los mineros tienen que resolver una “prueba de trabajo” que implica probar millones de veces para encontrar la solución de una función. Cuando lo consiguen, se publica en la red instantáneamente y el minero es acreedor de la moneda que creó de la nada. La dificultad para resolver la función hace que “lo normal” —dijo Ribeiro— en una granja sea que los mineros estén todo un día intentando encontrar la solución y no la encuentren.