—En las últimas semanas se instaló un cierto clima de optimismo en torno a la economía mundial. ¿Pasó lo peor de la crisis en el hemisferio norte?
—En términos generales la situación es de mejora, a pesar de que hay incertidumbre en Europa todavía —y eso genera bastante volatilidad en los mercados financieros— y que en Estados Unidos no están solucionadas las cosas a nivel político. Hay ciertamente un proceso importante de estabilización en estos países. A su vez, China, y la India menos, están proveyendo al mundo de algún grado de estabilidad. De modo que las noticias están siendo buenas, pero no es que sean extraordinarias: hay un clima de optimismo, pero pueden haber todavía riesgos importantes en Italia y quizá en España. Por eso todos sugieren mirar las cosas con cuidado. Incluso, el Fondo Monetario Internacional (FMI) revisó recientemente un poco para abajo las previsiones de crecimiento.
Evidentemente hay una situación mucho mejor de lo que uno hubiera pensado hace seis meses.
—¿Le preocupan más los problemas fiscales en EEUU o la deuda en esos países europeos?
—La situación en Europa es más preocupante. Francia está complicada, al igual que España e Italia. La actividad económica está muy débil, si bien hay más fortaleza bancaria.
En EEUU la economía está creciendo bien, está competitiva, y el hecho de que está produciendo más energía hace que se fortalezca la situación internacional. Lo que me preocupa es el conflicto tan serio entre el Congreso y el presidente para ponerse de acuerdo sobre las políticas fiscales. Es una situación política y donde uno puede decir que la economía está tremendamente frágil.
—Mientras eso ocurre en el mundo desarrollado, ¿cómo observa la situación de América Latina?
—A la región la ha ido mejor que a los países desarrollados ayudada por el boom de China y de Asia en general, pero hay señales de debilidad y el crecimiento sufrió mucho en 2012. El hecho de que no han subido los precios de las materias primas le pega a la región, porque muchos países, especialmente los de Sudamérica, se habían favorecido por la suba de los precios. Ahora dichos precios de las exportaciones agrícolas se han estabilizado y algunos han caído. Eso le quita dinamismo a la región.
Relacionado con esto, también se dio un importante debilitamiento de la economía de Brasil; es uno de los motores de Sudamérica, pero ha perdido fuerza y uno no sabe qué pasará este año. Esto le pega a Argentina y a Uruguay.
La economía brasileña también se ha cerrado, lo que es otro problema.
En cambio, veo a México con perspectivas muy interesantes, dado que tiene una situación de competitividad fuerte, una estructura económica bastante diversificada y su nueva administración se está asociando con Chile, Colombia y Perú. Eso me lleva a pensar que las cosas vendrán mejor por el Pacífico que por el Atlántico.
—¿Qué tan graves son los problemas en Argentina, otro de los vecinos relevantes para Uruguay?
—A pesar de que Uruguay tiene problemas, sus perspectivas son mucho mejores y está manejando la economía tremendamente mejor que la Argentina.
Argentina creció mucho, aunque por supuesto que las cifras oficiales están infladas porque se miente o se informa incorrectamente en términos de inflación. Eso hace que la medición del crecimiento haya sido en por lo menos 1% por año en los últimos cinco años.
Argentina está viviendo gracias a que materias primas han sido buenas y un gasto público que se le está agotando la cuerda. Pero enfrenta serios problemas presupuestarios y de inflación. Además, se ha encerrado y tiene problemas con sus exportaciones. Sumado a esto, Argentina es el país más proteccionista de América Latina, al menos de los países grandes. Esto por supuesto afecta a su propia economía, genera una incapacidad para producir, y ha derivado en controles cambiarios que están tergiversando toda la actividad económica, como ocurrió en el pasado.
Los problemas se agravan con el litigio con los acreedores de su deuda en default. En las próximas semanas seguramente se va a declarar que Argentina tiene que pagarle a fondos buitres y conflicto con FMI, que le dio un voto de censura, que si bien parece algo muy suave es el comienzo de un proceso muy difícil.
En suma, Argentina tiene la economía en mal estado, muchas restricciones internas, relaciones malas con el resto del mundo por su política comercial y además tiene restringido el acceso al financiamiento externo que le hace falta. Problemas con el Fondo, con el Banco Mundial y con acreedores.
—¿Estamos en las puertas de una crisis en Argentina como las que se dieron con frecuencia en el pasado, la última vez en 2001-2002?
—Puede llegarse a eso, a menos que haya correcciones.
En el pasado hubo crisis por pasar de un tipo de cambio fijo a uno móvil, una gran dolarización... Creo que tendrá menos impacto en el sistema financiero, porque es más cerrado y chico.
Hasta hace poco decía que Argentina se veía en un camino de mediocridad y de decadencia relativa, pero veo cada vez más la posibilidad de una crisis importante. Puede aguantar un poco más, por supuesto, pero realmente si llega a haber un problema de cosecha o de clima, Argentina se puede encontrar con una crisis muy, muy seria nuevamente.
—Dijo que Uruguay tiene problemas. ¿Cuáles son?
—En realidad, el principal problema es el vecindario. Brasil y Argentina no están bien, y Uruguay está intentando de ver si puede engancharse con la asociación del Pacífico. Eso podría ser importante.
Los indicadores de Uruguay son muy razonables, difícil pero razonable. Porque hay continuidad de políticas, y a pesar de que por supuesto hay temas de tensiones en la coalición de gobierno, las perspectivas son razonables, no de desgaste.
A pesar de que la inflación en Uruguay es la tercera mayor, después de las de Argentina y Venezuela, las cosas se están manejando con mucho más cuidado.
A su vez, la situación fiscal es un problema, pero es manejable. Un 2,8% del Producto Bruto Interno es un número grande, pero no es terrible, también porque Uruguay no hizo cosas locas con su deuda.
En síntesis, la situación económica es manejable, pero se debe bajar la inflación a niveles existentes en otros países, como Brasil o México que están en torno a 4% a 5%. Hay que hacer ese esfuerzo.
Salvo por el contagio de una crisis seria de Argentina o problemas serios de Brasil, no veo para Uruguay una situación de inestabilidad que lleve a una crisis.
—Usted ha dicho que la “gran tragedia” de la región es su bajo nivel de productividad, lo que la rezaga frente a economías que ahorran más, invierten más, educan en proporción más ingenieros y científicos, y que aplican más la “meritocracia”. ¿La complacencia es un peligro para América Latina?
—En el largo plazo el tema es la productividad, que en los últimos años en América Latina mejoró un poquito. Pero los políticos siguen convencidos de que la mejora en las condiciones internacionales van a solucionar los problemas.
América Latina se está quedando atrás en el tema de educación. Evidentemente esto está preocupando a muchos; los chilenos están trabajando y los mexicanos están empezando a hacerlo. Pero sigue habiendo un problema, que no es de falta de gasto —el nivel no es malo— sino en la forma en que se educa, y la desconexión entre la enseñanza y productividad es muy problemática.
Los políticos no entienden la necesidad de ajustarse y deben fijarse en casos como Singapur, Corea, Finlandia y ver qué se puede hacer para hacer la educación más relevante; no tanto gastar más sino hacerlo mejor.
Además, a nivel universitario hay una falta de vínculo entre el proceso de investigación y lo que hace falta para mejorar la productividad. Mi impresión es que salvo casos muy específicos, quizás en la agricultura, los académicos latinoamericanos escriben para los journals importantes del mundo. Eso no está mal, pero no se preocupan realmente de lo que está ocurriendo en los países.
Otro aspecto preocupante para muchos de nuestros países es el ahorro relativamente bajo.