Uruguay y la región mejoraron el acceso a servicios básicos como agua y electricidad, pero su calidad es insatisfactoria

REDACCIÓN  

Hoy no basta con poder tomarse un ómnibus moderno si este llega tarde y, en tiempos en que se debe practicar el distanciamiento físico por el Covid-19, se viaja hacinado. No es suficiente con tener agua en la canilla de la cocina si la calidad del líquido es tan dudosa que es preferible comprar un bidón en el supermercado. Ni alcanza con estar conectado a la red eléctrica si cada semana hay incómodos apagones que, además, dañan los electrodomésticos. Pero el acceso al servicio no es la única fuente de frustración, sino lo que cuesta pagarlos en algunos países. Con esa enfoque prologa el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Luis Alberto Moreno, la publicación “insignia” de este año del organismo que alude a una “era” en la que, más que garantizar la infraestructura (el “cemento”), se debe prestar atención a la calidad de la provisión del transporte colectivo, el agua o la corriente eléctrica en América Latina y el Caribe.

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