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Impresiona ver las imágenes en un programa de televisión. Un señor gordo de piel clara, innegablemente ruso, conduce un debate. Viste saco y camisa sin corbata, en tonos que también delatan el mal gusto. Una pantalla al fondo muestra imágenes de tumultos. En el estudio, mucha gente, tribunas de un lado y otro, y un panel destacado de invitados. Impresiona la presencia de tres hombres de barba blanca, larga, vestidos de negro, con atuendos religiosos, serios, de rostros duros. Son líderes de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El conductor habla de castigar a un grupo de chicas que bajo la consigna del supuesto “arte performático” rompieron los límites de la convivencia en una sociedad pluralista, agredieron a un grupo importante de la sociedad, valores y sentimientos muy arraigados, profundamente religiosos. Habla de un supuesto ataque a la fe y la tradición que forjó la sociedad en que viven. Habla de un acto de vandalismo y de blasfemia. Se refiere a un hecho que sucedió el 21 de febrero de 2012, hace poco más de dos años. Un grupo de chicas encapuchadas, integrantes del ya conocido colectivo “Pussy Riot” (“Vaginas amotinadas”) irrumpió en la catedral Cristo Salvador de la Iglesia Ortodoxa de Moscú. Entraron poco antes de una misa, instalaron sus equipos de música y cantaron su éxito “Madre de Dios, aleja a Putin de nosotros”.
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Meses antes, Vladimir Putin había sido reelecto presidente de Rusia. “Pussy Riot” nació en protesta a su anuncio de perpetuarse en el poder. Las chicas emprendieron una serie de acciones artísticas, en especial recitales improvisados en sitios públicos. Son famosas. Llama la atención verlas llegar con su atuendo ya reconocido en todo el mundo: vestidos y calzas sencillas y pasamontañas de colores, de esos que se usan para esquiar o tirar bombas. Son “terroristas” según el gobierno, aunque el colorido las hace simpáticas y su tono siempre es divertido, lúdico, artístico y pacífico. Y también fuerte y combativo. El acto de la catedral fue demasiado. Tres de las veinteañeras terminaron presas, en un juicio que podía condenarlas a siete años de encierro. Su causa fue inmediatamente pública y mundial, rebotó en organizaciones y figuras de todos lados, explotó en las redes sociales y recitales de grupos más o menos politizados. Fue impresionante. Hasta Madonna cantó “Like a Virgin” con un pasamontañas de colores. Sting y Yoko Ono se pronunciaron, en apoyo previsible.
Lo que puede una imagen, un gesto, una acción. Porque lo que hay detrás, en el fondo y más allá de todo el debate político y religioso, es una acción artística. Revulsiva, oportuna y espontánea. El debate en realidad sería si eso es arte, si el arte debe pronunciarse sobre cuestiones tan inmediatas como la permanencia de un líder político, un sistema de gobierno o una ideología religiosa, incluida la mismísima y milenaria presencia divina entre nosotros. Arte y política, arte de protesta, arte comprometido una vez más en cuestión, debate tan viejo como la iglesia ortodoxa.
A esta altura, la respuesta es obvia, ya nada impide o puede discutir que los artistas hagan de su arte un pito. La lista es larguísima. Algunos como el chino Weiwei, artista de altísimo vuelo, creador del recordado estadio de Pekín (“Nido de pájaro”) que albergó las olimpíadas del 2008 y de obras destacadas en los museos más importantes del mundo ya es más político que artista. Weiwei estuvo preso y desaparecido casi tres meses en 2011 por sus críticas al gobierno. También por sus trabajos y performances. Es más, cuando uno ve las imágenes de las “Pussy Riot” despotricando contra el gobierno en el altar de la catedral, no puede menos que pensar en lo que pasaría entre nosotros, vieja sociedad pacata, tranqui y de convenciones más o menos intocables.
Los memoriosos recordarán la muestra censurada por “pornográfica” en el atrio de la Intendencia Municipal. Fue en los movidos años 80, en los primeros años de la naciente democracia. Involucró al dibujante Oscar Larroca, entonces acusado de “pornógrafo”, entonces y hoy un gran artista, al intendente Jorge Luis Elissalde y a críticos, especialistas y sobre todo, políticos de todos los partidos que salieron a opinar sobre la moral y buenas costumbres. Ya no pasa. La acción de las “Pussy” parece recordarnos otro país, otra postura y un arte jugado, involucrado, en cierto punto militante. No fue la intención de Larroca, ni tenía que ver con la cuestión política. Pero había allí, en esos dibujos, un golpe duro a la moral cívica, a un país culturalmente dudoso, de una cultura en deuda con sus jóvenes, con el futuro y la modernidad. Una pregunta interesante es si ya pagó esa deuda o dónde están los artistas revulsivos hoy, aunque esto es arte de otro costal.
Lo cierto es que las Pussy terminaron en cana. Qué raro, otra imagen de los 80 en Uruguay: un cantante de rock procesado por putear a los políticos en un recital. En la misma época, contestataria, artísticamente juvenil, insultante y desprotegida, atrevida en todo caso, enfrentada a la cultura establecida y restaurada. Hoy parece de poco nivel y de gran ingenuidad, pero en su momento, costó sangre, sudor y lágrimas. Por culpa del arte, el artista y su contexto. Las sociedades evolucionan, también gracias a estos episodios.
La acción de las “Pussy” fue en 2012 pero siguen sus repercusiones. Una de las tres chicas fue liberada y dos condenadas a dos años. Los rusos no se andan con vueltas. Todo el proceso puede verse en un documental Pussy Riot : A Punk Prayer, que aparece de a ratos en HBO (o en Youtube) impactante, atrapante, en cierta forma removedor. Realizado en base al proceso del juicio a Nadia, Masha y Katia en Moscú, dirigido por Mike Lerner y Maxim Pozdorovkin, producción ruso-británica con mucho e interesantísimo material de archivo, incluida una entrevista imperdible a Putin. Muestra la arraigada tradición religiosa, la relación Iglesia y Estado, el peso de las instituciones, la idiosincrasia del pueblo ruso enfrentado a cuestiones tan profundas como la cultura, política y fe. Muestra también el surgimiento de estas “artistas conceptuales”, sus acciones anteriores, su defensa frente al ataque jurídico y religioso, la gente en la calle que se pone de un lado o del otro. Hay ortodoxos pesados, con camisetas y chalecos negros, con estandartes que recuerdan otra vez aquel Uruguay de los setenta con la TFP (Tradición, Familia y Propiedad), católicos ultraderechistas que realizaban sus performances contra el comunismo. Muy visual, callejero y provocador. Lo interesante es que en Rusia, todos le echan la culpa al comunismo. Desde Putin a los sacerdotes que parecen extraídos de “Jesucristo Superstar” (Caifás y su staff de figurones apurados por condenar al revoltoso). Todo ilustrado por performances de las Pussy, las escenas más provocadoras, como debe ser cualquier acto artístico. Hay una muy buena. Se llamó “Besando a un policía” y muestra a Nadia, una de las Pussy en un grupo anterior recorriendo calles y plazas, intentando besar en la boca a las agentes del orden. De fondo, ese punk rock que tanto las inspira. En otra, la más fuerte, una orgía en un Museo de Biología. Sexo explícito entre visitantes y fósiles, Nadia embarazada, un acto revulsivo de verdad.
El documental acaba de recuperar vigencia frente a otro hecho singular. En los XXII Juegos de Invierno de Sochi en Rusia, un grupo de las “Pussy” intentó presentar su último video en un hotel. La conferencia de prensa fue suspendida y las chicas salieron a la calle. Fueron apaleadas, por supuesto, como corresponde a la represión cosaca en un evento internacional. Mientras, Putin se debate entre el ataque a Crimea, la defensa de los derechos de todos los rusos y la sensibilidad de la fe ortodoxa. Las Pussy aparecen y desaparecen, clandestinas y visualmente revulsivas, terroristas de colores con la bandera del sexo y los derechos humanos. Cantan “Madre de Dios, aleja a Putin de nosotros”, esa plegaria punk que tanto da que hablar en una época en la que los íconos y pintores rusos se cotizan en millones de euros en el mercado europeo. Hay algo allí que genera un desajuste de conciencia, que provoca una reflexión, un llamado de atención. Aunque ingenuo y un poco sesentoso, bien por las Pussy y por su arte tan simple como revolucionario. Algo quedará.