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    Vencidos y vencedores del Ramírez, la carrera “todavía épica” que simboliza la supervivencia y popularidad del turf uruguayo

    Con participación de caballos uruguayos, argentinos y brasileños, la edición 2018 del Gran Premio tuvo un récord de 18.500 asistentes y un premio que superó los $ 4 millones; actualmente, la actividad hípica emplea a más de 11.000 trabajadores, sumando puestos formales e informales

    Walter Báez disfruta como un niño cuando sus caballos le muerden las orejas. Riéndose bajito de antemano, Báez se acerca con susurros, les acaricia la frente y el hocico, se pone de espaldas y deja que los caballos le devuelvan sus mimos con mordiscos, cerrando los ojos y riéndose cada vez más fuerte. “¡Me conocen bien los hijos de puta! ¡Mirá cómo me agarran! Son cariñosos e inteligentes a mil estos”, cuenta entre carcajadas mientras recorre lentamente el predio donde cuida y entrena a 55 pura sangre de carrera.

    Es un jueves de primavera en la calle Francisco Etchagoyen, a 150 metros del acceso peatonal al Hipódromo Nacional de Maroñas. A pocas cuadras de ahí nació Báez y allí trabaja todos los días junto con un equipo que incluye a sus dos hijos varones, varios peones, un veterinario y tres rabiosos perros que ahuyentan problemas en la entrada. “Mi casa es un hotel de caballos. Yo les cobro a los propietarios la habitación y pagó la ración, el BPS y el sueldo del peón”, ejemplifica Báez en la barbacoa del predio. Las paredes están completamente ocupadas por fotos de caballos ganadores y en todas parece estar Báez: antes de ser entrenador fue jockey y asegura que entre los dos oficios suma más de 3.000 victorias, por lo que “no hay ningún ser humano que en Maroñas haya ganado más” que él. La estadística oficial dice que es el entrenador más exitoso del Hipódromo con 764 triunfos. El Justiciero (2006), un libro escrito por el periodista Miguel Aguirre Bayley, lo ratifica definiéndolo como “el jockey que batió todos los récords de Maroñas”.

    El Justiciero reza la chapa principal que cuelga encima de la parrilla. Báez la señala con sus manos agrietadas por las riendas y tostadas por el sol, aunque no recuerda bien por qué surgió el apodo. El Justiciero tiene un hablar entrecortado y un andar algo rengueante. Empezó a correr a los 16 años y se retiró con 45. Hoy tiene 70. Está sordo del oído izquierdo por una caída profesional que lo dejó dos noches en coma. Es más alto que lo habitual para un jockey, con abundante pelo todavía oscuro, la nariz amplia y mejillas rojas que se encienden mientras presenta a sus caballos.

    Va por el predio dando nombres, linaje, estadísticas, estilos de correr y comportamientos de cada uno. Cuando lo escuchan, los animales sacan su cabeza afuera de la caballeriza, intuyendo lo que vendrá, y empiezan los mordiscos. “Ya te va a arrancar la oreja alguno”, le advierte el veterinario, con tono jocoso pero sin perder la seriedad. Báez parece no prestar atención. Está hablándole a un potrillo que viene de ganar el 1º de octubre el Gran Premio Jockey Club, una de las carreras más importantes de Uruguay. Se llama Ben Hur y Báez le ve “pasta para crack”, de esos ejemplares que tienen potencial para ganar un Grupo 1 Internacional, la categoría más alta que otorga la Federación Internacional de Autoridades de Carreras de Caballos (IFHA) para una competencia hípica.

    Ben Hur corrió cuatro carreras y ganó dos. Pronto le empezarán a bajar la ración. Debe ponerse en línea porque el 5 de noviembre corre el Gran Premio Nacional, un evento a la par del Jockey Club. Y en un par de meses tendrá el Gran Premio José Pedro Ramírez, la carrera símbolo del país y, junto con el Gran Premio Ciudad de Montevideo, el único Grupo 1 Internacional del turf uruguayo.

    Todas las clases.

    Hoy la hípica en el país emplea directamente a 5.833 personas e indirectamente a 4.704, un total mayor a 11.000 si se agregan los puestos informales. “Es una actividad que sabemos que es deficitaria y eso se financia básicamente con lo producido de las cinco salas de slots”, admite Gabriel Gurméndez, CEO de Hípica Rioplatense Uruguay (HRU), la empresa que actualmente administra el Hipódromo de Maroñas al pagar un canon anual de US$ 850.000 al Estado.

    Parte del Grupo Codere, una multinacional española del juego, HRU reconstruyó y reinauguró el Hipódromo en 2003, luego de adjudicárselo en una licitación junto con la Dirección General de Casinos. La concesión contempla un contrato de arrendamiento al Estado para la explotación de cinco centros de entretenimiento compuestos principalmente por salas de slots.

    Lejos quedó el origen del turf como simples carreras de entretenimiento para la gente de campo, con los gauchos en la monta de caballos criollos. A partir de esa práctica, en 1874 se creó el Circo Ituzaingó, un hipódromo bautizado así al localizarse en el Pueblo Ituzaingó, al nordeste de Montevideo. Sin embargo, la gente pasó a denominarlo Hipódromo de Maroñas porque el predio donde se ubicaba Pueblo Ituzaingó fue del pulpero gallego Juan Francisco Maroñas.

    A Maroñas lo administraba el Jockey Club de Montevideo, integrado por descendientes ingleses. Ya en ese momento, el deporte se describía como “británicamente masculino” según el libro Palco a la memoria (2004), que repasa la historia del Hipódromo: dominaban la escena impecables aristócratas de traje y corbata, los caballos eran de la raza pura sangre desarrollada en Inglaterra en el siglo XVIII y buena parte de los términos con que se hablaba eran anglosajones, al punto de que la actividad terminó llamándose turf, césped en inglés.

    La mezcla entre la tradición británica y el origen de campo dio lugar a un deporte cada vez más popular, donde se unían los acaudalados propietarios de caballos con humildes jockeys y peones. “El turf era y es como el fútbol: en un mismo lugar se juntan todas las clases sociales”, resume Héctor “Puchi” García, periodista especializado en la hípica. Eso explica en la primera mitad del siglo XX el crecimiento del Hipódromo de Maroñas y del propio barrio donde se asienta, que fue expandiéndose a su alrededor con familias rurales que se mudaban a la ciudad para vivir de la actividad; incluso hoy en las inmediaciones de la calle José María Guerra, que alberga todas las entradas a Maroñas, hay carteles que piden precaución a los automovilistas por el “cruce de caballos”. También explica el particular léxico hípico, que agregó a los términos históricos ingleses jergas propias del tango y del entorno rural, un colorido lenguaje para entendidos del cual hoy García es exponente como lo fue antes José Angel Tuana, “El Favorito”.

    Día de Reyes.

    Prácticamente desde sus inicios, el turf uruguayo tuvo su pico de popularidad en enero, durante el Gran Premio Ramírez, creado en 1889 bajo el nombre Gran Premio Internacional, luego modificado en honor al profesor, político e histórico dirigente del Jockey Club. “Empezó a ser una verdadera fiesta nacional de cada verano, ayudada porque muchos argentinos venían a descansar a la playa Carrasco y parte de su programa era asistir a Maroñas”, afirma Gurméndez.

    El Ramírez se estableció definitivamente en el calendario el 6 de enero, y generó leyendas como Irineo Leguisamo, Walter Báez o Pablo Falero. El primero, amigo de Carlos Gardel y reconocido como el mejor jinete rioplatense de la historia, falleció en 1985. Los otros dos estuvieron presentes el sábado 6 en la 120º edición del Gran Premio: Báez como compositor, preparador o cuidador, como también se los conoce a los entrenadores; a los 50 años, Falero, que hizo casi toda su trayectoria en Buenos Aires, estuvo a bordo de un caballo argentino, saboreando el reservado logro mundial de haber llegado a 9.000 carreras ganadas en su currículum.

    Tras 120 ediciones, el Ramírez “todavía mantiene su épica”, dice García. El sábado 6 alcanzó un récord de 18.500 asistentes, una cifra que sonaba fantasiosa en 1997, cuando Maroñas cerró tras un largo proceso de hipotecas y ventas por la quiebra del Jockey Club. HRU revivió la popularidad del evento adaptándose a nuevos públicos: en 2018, el año que la empresa completó el ciclo de mayor inversión desde la reapertura del Hipódromo en 2003, los vasos de whisky fueron reemplazados por food trucks con cervezas artesanales, los tangos los cantó Gabriel Peluffo, líder de la banda de rock Los Buitres, y alrededor de la estatua del jabalí (un histórico monumento de Maroñas cuyo origen es un misterio aún para los más avezados burreros) se montó un escenario para que Agus Padilla, una cantante de cumbia pop, entonara un cover del hit Despacito.

    De todas formas, el necesario quiebre con ciertas tradiciones tiene un límite: tiempo atrás Gurméndez y HRU analizaron la posibilidad de mudar el Ramírez de enero a marzo. “Cuando propusimos discutirlo la gente del turf casi me mata”, recuerda.

    Del palco al delantero.

    Falta una hora para el Gran Premio y a Ben Hur una veterinaria le hace el control rutinario previo a la carrera: peso, temperatura, estado de las manos y las articulaciones. Con el número 5, el potrillo busca mejorar el cuarto puesto del Gran Premio Nacional. No está tan nervioso como otros de sus rivales, pero se mueve lo suficiente para hacer transpirar demasiado a su peón.

    El olor a bosta y crema analgésica domina los boxes de espera de Maroñas, el sitio donde los caballos se preparan para salir a la pista. Notoriamente acalorado, el peón pide un trago de Sprite a su colega de la derecha, compañero diario de trabajo pues está a cargo de Descocado, el competidor número 6 del Ramírez y también entrenado por Báez. Un poco más lejos se sitúa el favorito, Gandhi di Job, un zaino brasileño de cuatro años, vencedor del Ramírez el año pasado. Apenas sosteniendo la rienda, su peón está tan calmadamente inmaculado como el caballo que, cabizbajo, en ese momento aparenta poco a un feroz pura sangre y se asemeja a un pony que espera aburrido pasear a otro niño por la plaza.

    Nada de esto puede observarse en los salones de transmisión simultánea del palco oficial, la tribuna Folle Ylla y la tribuna General. Ahí se respira un denso aire a casino sombrío. Solo hay mostradores, pantallas de televisión, una monótona iluminación de tubo lux y muchos rostros preocupados. El escenario puede resultar desconfiado, hasta amenazador. “En el turf gana el más rápido. Eso de que los apostadores arreglan carreras o aprietan es todo mentira”, asegura Báez con su experiencia encima.

    El Ramírez es el evento 18 de los 21 previstos para el sábado 6. Báez tuvo caballos en dos carreras previas, uno terminó segundo y el otro undécimo. Tendrá otros dos ejemplares en carreras posteriores. Julio César Méndez, el jinete que monta a Ben Hur, tuvo una tarde dulce: ganó el Gran Premio Ciudad de Montevideo. Con 46 años y 384 triunfos, Méndez es séptimo en la estadística de Maroñas. Ahora está parado de casco amarillo y chaquetilla turquesa y roja en el “picadero”, el lugar donde los jockeys montan los caballos. Junto a él aguardan los demás jockeys, propietarios y entrenadores. Báez da las últimas indicaciones. “Yo no tengo la facilidad de un director técnico de fútbol, que el futbolista le dice si le duele el tobillo o dónde le gusta moverse. Yo tengo que interpretar: mirar al animal cómo camina, si transpira mucho. Es muy complejo. Hay que entender al animal para saber cómo le gusta correr. A algunos les gusta ser el 9 y estar siempre adelante. A otros ser golero y mirar de atrás”, ilustra.

    A Ben Hur claramente le gusta ser el delantero. Sale veloz de las gateras y va a la vanguardia de la carrera. Entusiasma como animador del Ramírez por varios de sus 2.400 metros. Pero el potrillo “tiene pocas carreras encima” y “marca la diferencia en distancias más cortas”, por eso ya en la recta final pierde velocidad y observa cómo Ghandi di Job se desprende del resto, igual de calmo que en la previa, para ganar su segundo Ramírez consecutivo con dos cuerpos y tres cuartos de ventaja. Ben Hur y Méndez entran quintos. Su compañero Descocado finaliza 14º entre los 16. Falero, la leyenda mundial de las 9.000 victorias, se resigna con el último puesto a bordo de Old Bunch, el caballo argentino que prometía bastante más al ir como uno de los enemigos del candidato.

    Ghandi di Job “¡viejo noma!”, un grito clásico para todo caballo ganador en el turf, retumba en el Hipódromo. Propietarios, entrenador, jockey y peón, entre otros, se repartirán el premio de más de $ 4 millones, nutrido en 70% de utilidades de los slots y 30% de retención de apuestas locales e internacionales e ingresos por la señal televisiva.

    Para Báez, queda la sensación de que Ben Hur “hizo una buena carrera” y resta prepararlo para conseguir una invitación al Gran Premio Latinoamericano, otra competencia Grupo 1 Internacional, considerada la más prestigiosa de la región y donde el recorrido de 2.000 metros va más acorde a las características de su caballo. La sede del Latinoamericano rota por distintos hipódromos de Sudámerica y el 11 de marzo la hospedará Maroñas, que no lo hace desde 2006. “Es la Copa América, espero tenerlo ahí”, se ilusiona Báez, que el lunes a la mañana volverá a la calle Francisco Etchagoyen para bromear con Ben Hur, Descocado y los otros 53 pura sangre que esperan ansiosos bromear con él también.

    Información Nacional
    2018-01-11T00:00:00