En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
“El espíritu de un zorro que atropellé en el camino, detrás del espejo, se apareció”, canta Diego Presa, voz y guitarra del colectivo Buceo Invisible, en el bautismo de Trece canciones (Bizarro, 2014), su segundo disco solista, que presentará el sábado 21 a las 21 h en la Sala Balzo del Sodre (Entradas a $ 300 en Tickantel y Red Pagos). Nacido en Montevideo en 1975, está en el camino de la música desde adolescente, como tantos otros. Hace exactamente 18 años fundó junto a varios amigos y vecinos de su barrio, el grupo Buceo Invisible, que durante casi una década horneó a fuego muy lento un estofado de música, poesía, artes plásticas y performance. La cocción combinó influencias beatniks, la poderosa huella Beatle, el submundo oscuro y sucio de Bukowski, la actitud de Bob Dylan, las tonadas de Neil Young y Leonard Cohen, la montevideana presencia del Darno y de Cabrera, y la marea grunge de los noventa que había quedado bien alta, con el recuerdo vívido de Kurt Cobain y la impronta de grupos seminales como R.E.M. y Pearl Jam. Durante varios inviernos, las canciones de Diego Presa y sus amigos nacían en veredas, plazas, habitaciones y sótanos del Buceo y aledaños. Esa zona en la que uno puede sumergir la mirada en el mar ventoso desde el terraplén de la Rambla y girar la cabeza para recibir la postal fúnebre de cipreses oscuros y muros grises. Ni que hablar si se transita por la calle Tomás Basáñez, un tétrico y a la vez apacible túnel entre dos cementerios, una auténtica rareza montevideana.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Hasta que a mediados de 2006 apareció Domingo, un atípico corte de difusión para un disco debut, una milonga pop sobre las sensaciones del mencionado día de la semana, construida sobre delicados arpegios de guitarra e inusuales arreglos corales, que dejó un mojón en la música uruguaya de la primera década del siglo. Música para niños tristes (Perro Andaluz) dejó el listón muy alto, gracias a esa y otras grandes canciones como Irreal, Libélulas, Comitoína y El sueño de Goliat. Casi al mismo tiempo que el CD llegaba a las bateas, el grupo perdía a uno de sus miembros fundamentales, Álvaro Bassi, en un accidente pedestre en México (ahora sus compañeros trabajan en la edición en CD de sus canciones). Ese dolor acompañó los primeros años de la obra pública del grupo: “Creo que uno trata de expresar todo lo que le pasa, y está el dolor, está la tristeza, pero también está la fugacidad de la felicidad y está además la alegría, el amor, y otro montón de cosas. Lo que sucede es que en estos últimos años hay una especie de dictadura de lo alegre y todo aquello que no esté asociado al agite y no invite a determinados estados es un bajón”, decía Presa entrevistado por La Diaria ese año. “Se cataloga una película o una canción no en términos de si es buena o mala, sino de si es un bajón o no lo es. Eso es algo que desde nuestros comienzos hemos tratado de manejar y de sacarle ese sayo de que lo que hacemos es un bajón. No lo es. Trabajamos con el dolor, sencillamente” . En plena euforia de los Pilsen Rock, Presa y los suyos ya tenían bastante claro su camino. Planteado con esa lucidez, no era de extrañar que el grupo mantuviera ese concepto como norte. Y así ha sido a lo largo de los últimos nueve años. Con discos de nivel parejo, y una propuesta escénica que se ha mantenido en el terreno híbrido y fronterizo entre varias disciplinas.
En Trece canciones, su segundo trabajo solista, Presa se muestra en la plenitud de su madurez como compositor, y ni que hablar como intérprete, dueño de una voz que destila la crudeza de Eddie Vedder, la garra de Bruce Springsteen y la melancolía de Eduardo Darnauchans. Trece canciones suena compacto, apretadito, fruto genuino del oído de Alejandro Ferradás, un músico que se luce tanto con su propia obra como en el inefable rol de productor artístico. Hay aquí bastante de esa placentera mixtura entre electricidad y cuerdas de acero, eso que cautiva de los Traveling Wilburys y eso que hizo de El ángel azul la despedida que el Darno se merecía.
Trece cancionesrespira una poética íntima, privada, plena de vivencias personales, crónicas casi confidenciales como la de Mis incendios. No parece haber una vocación de hablar de “grandes temas” en este disco. “Vengo desde la Estación Central por la vía”, canta Presa, encendido, en el momento más intenso del disco. Más adelante entrega lo que bien puede ser la segunda parte de Los viajantes, de Cabrera. “Yo viajo al interior, salí poco del país. Yo sigo hasta el final, del camino vecinal. (...) Yo viajo al interior de esta tierra tan seca, un perro se cruza por la carretera. (...) Las vacas se lamentan, la radio ya no se escucha, la ruta se aleja, casas abandonadas lejos del mundo”.
—¿Qué vino primero?, ¿la música o la poesía?
—Empecé escribiendo poesía antes de componer música. Estudiaba guitarra con Hugo Giovanetti Viola, y mientras me enseñaba me prestaba libros de Bukowski y Dylan Thomas, que me abrieron la cabeza en forma violenta. Descorrió el velo de un mundo que empecé a sentir mío también. El primer poeta que leí con placer fue Jorge Bocanera, un argentino, después Gelman, Vallejo y mucho más. Es difícil leer poesía, me costó mucho. De niño leía narrativa, y cambiar el lenguaje es bravo, pasar a leer en forma distinta, decodificar, es lo que exige la poesía. Fue como una puerta de entrada a la canción. Porque siempre me interesé por los autores de canciones con una carga letrística fuerte. Siempre vuelvo a Cohen y Dylan. Creo que ese tipo de artistas son los que de a poco te van cambiando la vida, te definen, te indican un rumbo.
—¿Cómo fueron los inicios en el Buceo?
—Nos juntábamos en la calle Nancy, en la casa de Santiago y Marcos Barcellos. Pasábamos horas en ese cuarto chico, éramos seis, fumaban todos menos yo, y sufría bastante. No existía la conciencia del tabaco que hay hoy. En invierno trataba de abrir una rendija y me la cerraban por el frío (ríe). Era un trabajo muy hacia adentro, generábamos una o dos muestras al año, las difundíamos boca a boca y trabajábamos para eso. Así estaba bien. Aquello tenía algo de beatnik, solo que nos enteramos de eso mucho después (ríe).
—¿Qué se siente cuando una canción es definida como “un bajón”?
—No lo entiendo eso, y está muy presente a la hora de difundir y escuchar música. Pero ese tipo de música es la que más me gusta escuchar. Y si hay algo que no me genera la música y las canciones es depresión. Todo lo contrario. Llamarle a nuestro primer disco Música para niños tristes fue justamente una forma de respuesta irónica a esta cuestión de la “música bajón”, que no compartimos. Para mí las canciones siempre fueron armas para atacar y defender estados de ánimo, ideas, sensaciones. Hay cosas que tienen un ritmo rápido, bailable, que son muy estimulantes. Y hay otras muy “alegres” que me anulan y que me hacen preferir el silencio mil veces.
—¿Tener esa postura en Uruguay significa renunciar a una convocatoria amplia? A hacer giras de verano por las playas, por ejemplo...
—Absolutamente, eso es seguro. Igual podés intentar generar una respuesta masiva y fracasar. Sabemos que pagamos un precio, y está bien. Es coherente con nuestra elección. No concebimos otra forma de trabajar. Pero no nos quejamos para nada. Siempre hemos tocado en las mejores salas de este país, y el grupo siempre estuvo fuerte hacia el mismo lado, en no torcer el rumbo por una mejor convocatoria. Sí nos preocupamos por mejorar en nuestro oficio, cantar mejor, tocar mejor, ser serios.
—¿Cómo se vive con las dificultades de un mercado pequeño?
—Si te dedicas a la música en Uruguay sabés que no vas a vender muchos discos, y que no hay una relación adecuada entre la cantidad de horas dedicadas al oficio y la remuneración. Y que uno de cada diez puede hacer algo de plata tocando y grabando música.
—¿Qué valor tiene un disco hoy como obra artística?
—Hace 15 o 20 años tenía otro valor. Podías pasar semanas detrás de un disco hasta encontrarlo. Hoy lo tenés en un click. La percepción del material es otra. Todo parece más o menos lo mismo, todo tiene más o menos la misma importancia. La misma poca importancia. Te detenés en algo una vez, y difícilmente lo hagas de nuevo.
—¿Cómo surgió el camino solista?
—Buceo Invisible se fue consolidando y la producción y las decisiones se fueron colectivizando. Tenía en el debe enfrentarme a este grupo de canciones mías que estaban desnudas, trabajarlas en soledad, y grabarlas como se me ocurriera. Lo disfruté mucho, fue un proceso muy sano, me sirvió para despejar dudas y volver con fuerza al trabajo colectivo.
—¿Cómo se logró el sonido?
—El primer disco solista fue un trabajo de una persona sola.
—¿Presa solo bien se lame?
—¡Suena horrible! (ríe). Ahora este disco es una banda en vivo en el estudio luego de dos meses de ensayo. Lo hicimos en un estudio estupendo, Vivace, que nos permitió grabar todos juntos, en forma orgánica y natural. Y esta vez tuve un productor artístico, Alejandro Ferradás, que fue quien tradujo esa intención de un sonido austero, más de banda tocando en vivo. Lo que importa son las canciones. Tan sencillo como el título.