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A principios de 1980, Paul Thomas Anderson era un niño de casi diez años que engullía películas con el entusiasmo y la vitalidad libre de prejuicios que se puede tener a esa edad. Nacido el 16 de junio de 1970, hijo de Bonnie Gough y Ernie Anderson, locutor estrella de la ABC, también operador de radio y actor, PTA saboreaba producciones de ciencia ficción con galaxias lejanas y seres con poderes extraordinarios, westerns polvorientos, dramones operísticos y thrillers oscuros en donde no estaba precisamente muy claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos. El menú cinematográfico se amplió cuando descubrió de forma clandestina las películas pornográficas y, en especial, la carrera de John Holmes.
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Holmes fue el máximo representante masculino de un subgénero que a mediados de la década de 1970 se presentaba a sí mismo como “hardcore de calidad”. Entre 1970 y buena parte de 1980, Holmes protagonizó 2.500 películas. Conocido y celebrado por su longitud peneana, el intérprete se jactaba de haber mantenido relaciones sexuales con aproximadamente 14.000 mujeres, decenas de las cuales, con la aprobación previa e incluso el aliento (y el capital) de sus respectivos maridos, pagaron por la experiencia. Holmes afirmaba haber participado de innumerables e inimaginables orgías a cambio de cuantiosas sumas de dinero. Que incluso le retribuyeron económicamente varias veces para que embarazase a esposas de magnates. Holmes se hizo rico, famoso y adicto a la cocaína. Estuvo preso y realizó una huelga de hambre en la cárcel. Cumplió su condena y regresó al porno. No por mucho tiempo: murió en 1988 debido a complicaciones con el sida.
Anderson se inspiró en su figura, trágica y decadente, para el protagonista de The Dirk Diggler Story, un falso documental acerca del auge y la caída de la ficticia estrella del título, que lleva la musculatura de gimnasio y la melena digna de la época de un amigote de Anderson, Michael Stein. El mediometraje recoge testimonios de amigos de Diggler, backstage de sus películas, el formato típico de documental televisivo, narrado con la voz de uno de los locutores estrella de la ABC, Ernie Anderson, su papá. El apócrifo documento fílmico dura 31 minutos y puede verse en YouTube. Fue su segundo trabajo como director; su anterior título, Cigarettes and Coffee, fue realizado con una cámara prestada, luego de haber trabajado como asistente de producción en telefilmes y en espectáculos televisivos, entre ellos Quiz Kid’s Challenge, que le sirvió de experiencia nutritiva para una de las historias de Magnolia (1999), filme coral, un Robert Altman reforzado, que sigue a media docena de personajes (anciano que se muere, enfermero que lo cuida, hijo que no lo quiere ver, esposa empastillada hasta las orejas, más un policía bonachón, más un ex niño prodigio de un programa de televisión, y más) a lo largo de 24 horas en Valle de San Fernando, donde PTA pasó su adolescencia, y que tiene momentos sublimes. Además del personaje que estuvo en lo alto y cayó, hay otros asuntos que le interesan particularmente al señor Anderson y que en Magnolia y en películas posteriores (como Petróleo sangriento y The Master) continuó trabajando: la mezcla de géneros (cruzar comedia y drama con thriller, meter documental y ficción en un mismo cajón), la familia y la religión (o, en su ausencia, la creación de algo que funcione como tal), la infancia, el destino, el azar, la soledad, el rencor, el amor como una especie de tesoro escondido.
Anderson pasó por la NYU Film School. Pero solo estuvo dos clases. No soportó que un profesor dijera que allí nadie iba a escribir guiones como los de Terminator 2. Así que su formación consistió en ver mucho cine (el método Quentin Tarantino de ingesta de cine vía VHS) y especialmente ver lo que sus cineastas favoritos veían. Aprendió la parte técnica con libros y revistas especializados. “Hoy uno puede ver clásicos, filmes enteros con los comentarios del director”, comentó. “Podés aprender más escuchando lo que dice John Sturges en la pista de audio de la edición de Conspiración de silencio que en cuatro años de escuela de cine. La escuela de cine es una estafa completa, la información está por ahí si la querés”. Lo que no dijo es que la mayoría de las personas que escribieron esos libros y esas revistas que leyó pasaron por escuelas de cine.
Ya desde sus primeros trabajos PTA se reveló como un realizador asombroso, excesivo, de los que realmente hay muy pocos en la actualidad. Y su último título, Vicio propio, que lamentablemente estuvo unas pocas semanas en cartelera y sin embargo está disponible por otras vías, si se busca bien, es una adaptación de la penúltima novela de Thomas Pynchon, un autor asombroso, excesivo, de los que hay muy pocos en la actualidad. Y era, hasta ahora, infilmable. Pero ocurre que Vicio propio es, hasta ahora, su obra más accesible, por decirlo de algún modo.
La historia se enmarca en el film noir y en la humosa frontera de las décadas de 1960 y 1970. La protagoniza un detective antológico, Larry “Doc” Sportello (Joaquin Phoenix), a quien una noche lo visita una ex novia, Shasta Fay Hepworth (Katherine Waterston), preocupada por el paradero de su amante, Michael Wolfmann (Eric Roberts), magnate inmobiliario que después de abrir las puertas de su percepción mediante el uso de sustancias psicoactivas experimentó una especie de iluminación y quiere darle un giro a su vida y a su negocio. Shasta teme por lo que la esposa y el amante de la esposa de Wolfmann están tramando. La investigación de Sportello, que tiene su oficina en un consultorio ginecológico y pasa gran parte de su tiempo fumando marihuana, es el punto de inicio y la excusa para que se desate Pynchon, para que se desate Anderson, para seguir al protagonista en la búsqueda de respuestas por la ficticia Gordita Beach, y empiece la acción y la no acción y para que se luzcan criaturas como Christian F. “Bigfoot” Bjornsen (Josh Brolin), un detective que odia a los hippies y que complementa sus ingresos haciendo publicidad y actuando en series de televisión (él se llama a sí mismo “detective renacentista”). O Tariq Khalil, miembro de la Black Guerrilla Family e informante de Sportello que hizo negocios con integrantes de la organización racista Hermandad Aria (Wolfmann, judío, es tan excéntrico que en el fondo quiere ser nazi, le comenta a “Doc” la tía Reet). Hay tanto más. Un misterio y un peligro denominado Colmillo Dorado, la amenaza siempre latente de la Familia Manson, una organización secreta de dentistas, un abogado llamado Sauncho Smilax (Benicio Del Toro, grande), y pistas falsas diseminadas por todas partes.
Phoenix, que ya había tenido una interpretación majestuosa en The Master, inspirada libremente en el nacimiento de la Cienciología, está hilarante y soberbio como Sportello, con sus patillas y sus cambios de peinado, con sus sandalias y esa mirada y esa memoria que se tambalean. Entre kilos de porro, momentos surrealistas, escenas de dibujo animado y diálogos bizarros —algunos textuales de la novela, otros inventados especialmente para la ocasión—, un colorido cuadro de secundarios y subtramas ensanchan la laberíntica historia de misterio y delirio en la que da gusto perderse.
Vicio propio (Inherent Vice). Estados Unidos, 2014. Dirección: Paul Thomas Anderson. Guión: PTA, sobre novela homónima de Thomas Pynchon. Con: Joaquin Phoenix, Josh Brolin, Katherine Waterston, Reese Witherspoon, Benicio Del Toro, Owen Wilson. Duración: 148 minutos.