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Por si alguien todavía no lo sabe (en el cable hay ciclos dedicados a él), el cine indie es la denominación familiar que los norteamericanos utilizan para identificar a las películas independientes, esas que se hacen fuera de la industria, con presupuestos más modestos que los de Hollywood, que se exhiben en el Festival de Sundance (creado y patrocinado por Robert Redford) y que suelen ganar premios en Europa, donde aprecian el cine como manifestación artística y no como simple pasatiempo con mucho ruido y pocas nueces.
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Esas películas, al no estar apegadas a fórmulas comerciales obligadas, pueden ofrecer rasgos de frescura y creatividad muy apreciables, porque la mayoría de ellas suelen aproximarse a los problemas cotidianos de la gente, a volcar una mirada sensible sobre sus personajes, a observar el mundo con ironía y humor pero a la vez con ternura y emoción. En fin, son películas que no van a recaudar 500 millones de dólares pero que cualquier espectador informado puede encontrar en el videoclub del barrio (porque algunas no llegan siquiera a estrenarse en cine) o en el cable, y disfrutar como solo se puede hacer con una buena historia y con un puñado de personajes verdaderos y entrañables.
Eso es lo que pasa con Un camino hacia mí, donde basta mirar quiénes son sus realizadores para abrir una carta de crédito sin dudarlo: Nat Faxon y Jim Rash son dos actores de reparto de cine y televisión, pero que en 2011 ganaron un Oscar al Mejor libreto adaptado por la película de Alexander Payne “Los descendientes”, con George Clooney. Si hay que hablar de antecedentes valiosos, ahí hay uno, que además estaba nominado como Mejor película, director, actor y montaje. Porque ahora que las nominaciones al Oscar aumentaron a diez títulos por año, películas indie como “Preciosa” (2009, de Lee Daniels), “Lazos de sangre” (Winter’s Bone, 2010, de Debra Granik) y “La niña del sur salvaje” (Beasts of the Southern Wild, 2012, de Behn Zeitlin) han podido alternar con los blockbusters de Hollywood, sin miras de ganar pero al menos obtener una buena distribución internacional.
Y Un camino hacia mí está en la línea de “Los descendientes”, pero también en la de aquella excelente “Pequeña Miss Sunshine” (2006, de Jonathan Dayton y Valerie Faris). El título castellano no dice nada, pero el original, “The Way Way Back”, tiene un significado en inglés que va un poco más allá de su traducción literaria. Se refiere al asiento trasero de los trenes o autobuses, justamente el lugar que ocupa dentro de una familia disfuncional el protagonista Duncan (Liam James), un adolescente de 14 años que debe ir obligadamente a pasar las vacaciones de verano a un lugar que odia tanto como al novio de su madre (Steve Carell, Toni Collette), un tipo despreciable que lo humilla al mismo tiempo que pretende ser paternal y simpático. El lugar de veraneo es en un balneario de Massachusetts, y el grupo está compuesto además por la hija del tipejo (Zoe Levin), tan odiosa como él.
La situación emocional de Ducan no es la mejor. Es inconformista como todos los chicos de su edad, pero el rechazo al veraneo no es por el lugar en sí sino por quién está ocupando el sitio de su padre, a quien añora y ve poco. Para peor, los vecinos son invasores y están capitaneados por una madre tan alcohólica como confianzuda (la notable Allison Janney, remedando aquellos papeles que hacía la impagable Eve Arden, que no dejaba pasar una frase sin meter una ironía), su hija lindísima pero despreciativa (AnnaSophia Robb) y el nene (River Alexander), cuyo ojo desviado pone nerviosa a la irascible mamá. Panorama delirante para que Duncan no encuentre su lugar en el mundo, que se presenta hostil y desagradable.
Todo eso pretexta una comedia agridulce, donde las risas corren a la par que un sentimiento de solidaridad con el pobre adolescente y un disfrute por la solidez del elenco, impecable en cada uno de los papeles. Por si esto fuera poco, falta que aparezca la figura fundamental. En una escapada solitaria montando una ridícula bicicleta de mujer con volados y puntillas rosadas, Duncan llega a un parque acuático con piscinas y toboganes donde conoce a Owen (nada menos que Sam Rockwell), un cuidador bohemio, mal hablado y entrañable, que lo “adopta” y se convierte en el padre sustituto que Duncan necesita. Trabajando en el parque, a escondidas de su posesiva madre y su repulsivo novio, el chico encuentra su identidad, se reconcilia consigo mismo y hace amistades que lo estiman y lo respetan. Claro que el verano no es eterno, pero puede dejar un sedimento perdurable.
Lo que vale, mucho más allá de la anécdota en sí, es la descripción afectuosa pero nunca edulcorada de ese mundo adolescente (todo está visto a través de él) con sus aciertos y errores, con sus caprichos y vacilaciones, con sus aprendizajes y sus lecciones de vida, donde lo principal es el rasgo de autenticidad en el retrato de los personajes y lo meritorio es saber comunicar sentimientos y emociones con humor y sinceridad. Los directores-libretistas, que también son actores (se reservan papeles como dos empleados del parque acuático), no solo confirman las virtudes como guionistas ganadores del Oscar, sino que se revelan como directores con buen sentido de la observación, solvencia narrativa y notables dotes en la conducción del elenco, donde no solamente están muy bien todos los nombres de probado talento (Carell, Colette, Janney, Rockwell, Amanda Peet como amiga seductora y Maya Rudolph como dueña del parque) sino el joven Liam James (ya visto como uno de los hijos de John Cusack en “2012”), que lleva adelante todo el filme y lo hace con la soltura de un veterano.
“Un camino hacia mí” (The Way Way Back). EEUU, 2013. Escrita y dirigida por Nat Faxon y Jim Rash. Con Steve Carell, Tony Collette, Liam James, Allison Janney, Sam Rockwell, Amanda Peet, AnnaSophia Robb, Maya Rudolph, Nat Faxon, Jim Rash. Duración: 103 minutos.