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Un viejo y anónimo violinista que 40 años atrás llenaba de melodías la esquina de 18 de Julio y Cuareim inspiró una canción: Tristezas del zurcidor, que dio nombre al disco Zurcidor. “Cada día zurcía en el aire el despojo de una melodía que por un instante volvía a ser construida frágilmente. En el viento del sur, evocando algo de un baile que en vano la tarde intenta acallar”. El párrafo marca el pulso del resto del relato.
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El cuarto disco de Eduardo Darnauchans pasó a integrar la Colección Discos de Estuario Editora. En el 13er volumen de la serie que dirige Gustavo Verdesio, Fidel Sclavo cuenta la historia (su historia) del álbum publicado en 1981 por el sello Sondor. Una obra que, junto con Sansueña, Nieblas & neblinas y El trigo de la luna, constituye el cañón central del insular trovador nacido en Tacuarembó en 1953 y fallecido en 2007 en Montevideo.
Como los desconsolados, Balada para una mujer flaca, Pago y Los aviadores, son canciones inoxidables que hicieron de este disco un clásico. El libro habla de ellas y de las demás. Con la música como lienzo, Sclavo pinta un Darno entrañable, que resulta de una estrecha amistad.
De aquellas preciosas baladas surgen estos retratos del artista y del ser humano que contrarían la caricatura darkie del depresivo decadente que bebió hasta morir. El Darno de Sclavo es luminoso, optimista, ocurrente y generoso.
La foto de aquel músico callejero de traje y corbata “que tocaba el violín algo rudimentariamente, en parte por la precariedad del instrumento y también debido a su estado, que ya no era el que seguramente en otro tiempo fue”, abre las 20 páginas del apéndice gráfico. Hay bocetos de Sclavo de la acuarela que ilustra la portada del disco, variaciones del dibujo del violinista sentado en una cuerda de equilibrista, fotos del Darno con Sclavo y otros allegados, afiches promocionales y manuscritos del músico.
Una buena síntesis de este libro es el Darno que grita ¡Buenos días! al final de Buenas noches, quizá la mejor canción del disco.