Su apellido es el símbolo brasileño del violonchelo. En sus 15 años junto a Caetano Veloso, este intérprete, compositor, arreglador, director orquestal, productor artístico y maestro, fogueó su prestigio como músico integral, a cargo de los arreglos orquestales de discos emblemáticos como Circuladô, Livro, Fina estampa y A Foreign Sound. Antes había acompañado a Tom Jobim y Egberto Gismonti, dos pilares de ese continente musical llamado Brasil. También tocó con Gilberto Gil, Marisa Monte, Gal Costa, Carlinhos Brown y ha colaborado con nenes como Sting, David Byrne, Cesaria Evora, Bill Frisell, Ryuichi Sakamoto, Chango Spasiuk y Juana Molina. Compuso las bandas sonoras de íconos del cine de su país, como Tieta do Agreste y Estación Central y fue el principal arreglador de Piazzollando, el tributo brasileño a Piazzolla grabado en 1992.
Hoy jueves 27 a las 21 h, Jaques Morelenbaum (Río de Janeiro, 1954) se presenta por primera vez en Montevideo, en La Trastienda (entradas en Red UTS de $ 500 a $ 1.200) con su Cello Samba Trio, en el marco de su gira mundial para presentar el primer disco de ese proyecto, Saudade do futuro, futuro da saudade, grabado luego de diez años en los escenarios. Junto al guitarrista Lula Galvão, quien ha tocado varias veces en el Festival de Jazz de Punta de Este, y el baterista y percusionista Rafael Barata, Morelenbaum presentará sus composiciones y otras de sus héroes Caetano, Gil, Jobim, Chico Buarque, Vinicius, Gismonti, João Donato y Carlos Lyra, entre otros. “Soy hijo de inmigrantes, y primera generación de brasileños. Desde muy pequeño busqué mi identidad en la cultura europea, y en la música clásica. Hasta que descubrí el samba y cambió mi vida”, dijo Morelenbaum a Búsqueda. Lo que sigue es una síntesis de la charla telefónica.
Nací en un ambiente musical. Se dio naturalmente. Mi padre tocaba el violín y era director de orquesta. MI madre era pianista y estaba muy encima mío para que aprendiera música. Primero piano y después el chelo. Mis hermanos también se transformaron en músicos, pero nunca tocamos juntos.
—Dicen que el chelo es el instrumento más parecido a la voz humana. ¿Qué opina?
—Creo en esa afirmación. Su sonoridad es muy semejante a la conjunción de la voz femenina y la masculina, y la técnica del arco mantiene el sonido muy largo. Suelo confundirme cuando se unen el chelo y las voces, me parece una continuación. Eso es muy positivo para quienes pensamos que los instrumentistas queremos cantar a través de nuestro instrumento.
—¿El sonido del chelo es inspirador a la hora de componer?
—Creo que sí. Tiene una cualidad romántica, que trae cierta melancolía, un sentimiento amoroso, elementos constantes en mi trabajo.
—¿Cómo se vínculó con la música en Río?
—La música es omnipresente en Brasil, y especialmente en Río. Pero cuando era pequeño lo que me llamó más fueron los Beatles. La bossa nova y la MPB me llegaron con la madurez, cuando crecí y pude apreciar mejor las sutilezas de la música y la profundidad de la poesía y los caminos armónicos que había desarrollado la música brasileña. Todo eso me llegó cuando tenía más de 20 años. Antes estaba conectado al rock.
—Esa beatlemanía inspiró el tropicalismo que vino después, y usted se unió a su mayor emblema, Caetano…
—Ese tiempo está guardado en un sitio muy especial en mi memoria. Fueron años de inspiración y alegría. Tengo la fortuna de haber vivido la música con muchos de mis ídolos. Diez años con Jobim y cinco con Gismonti, una influencia muy fuerte. Luego tuve la suerte de tocar un buen tiempo con Gilberto Gil.
—¿Cómo recuerda a Jobim?
—(piensa) Es parte de mis cimientos. La grandiosidad de Jobim en mi formación es determinante. Es un gran personaje, un maestro, un gurú, un amigo, muy de su familia. Podía ser todo y a la vez el más sencillo. Su música es magnética para mí, y se tornó una necesidad. Fuera de mis temas, tocar la música de Jobim es una enorme fuente de placer estético y emocional.
—¿Qué aprendió de ese choque de trenes que es Gismonti?
—Aprendí mucho sobre las conexiones entre la música popular y la música clásica. Gismonti está muy conectado con la inspiración de Villa-Lobos, que aparte de ser un genio, instaló en su estilo una potente brasilidad. La mezcla entre el folclore del pueblo y la sofisticación empezó con Villa-Lobos y continuó con Jobim y Gismonti. Egberto tiene un virtuosismo desafiante para cualquier músico que lo acompañe. Me hizo esforzarme, ¡sin dudas! Por el contrario, Jobim predica con su habilidad para decir mucho con pocos elementos, una economía expresiva que yo busco cuando compongo.
—En sus años con Caetano, ¿qué canciones le despiertan una emoción especial?
—Una muy marcante, que siempre toco y tocaré en Montevideo es Coração vagabundo, de su primer disco, mucho antes que imaginara que algún día tocaría con él. En los 15 años que estuve en su banda fueron pocas las veces en que no la hizo. Después la grabé con el Cello Samba Trio y tampoco falta en mis conciertos. Otras que adoro son Minha voz, minha vida y una que no es suya pero la conocí a través de Caetano, Pecado (del argentino Carlos Bahr, con tremendo solo de chelo de Morelenbaum), que grabamos en Fina Estampa. Me encanta tocar esa canción.
—¿Extraña tocar en ese formato orquestal?
—Extraño tocar muchos tipos de música, pero no sufro mucho (ríe). Me fascina la orquesta, siempre me cautivó esa experiencia de repartir la emoción entre más de cien músicos. Es muy especial. Pero en los últimos años mi lugar en la orquesta está en la conducción y en los arreglos.
— El trabajo del arreglador posee una gran cuota de creación, ¿no?
—Es verdad. El arreglador es un compositor que trabaja dentro de parámetros limitados por las piezas originales, pero en todo momento aplica una dinámica creativa.
—Y ahora la propuesta es chelo, guitarra y batería, todo lo contrario a una orquesta…
—Después de muchos años tocando con tantos genios, llegó el momento de mi propia voz, mi propio camino musical, y de la síntesis. Busqué inspirarme en la música de João Gilberto, otro de mis héroes. Esta formación es la más económica posible para hacer el samba más minimalista a mi alcance. El disco João Gilberto, de 1973, nuestro Álbum blanco, siempre me sorprendió: solo está la voz, la guitarra y una percusión muy simple. Me impresiona hasta hoy cómo consigue con tan poco llenar de manera tan completa el ambiente psicológico, sentimental y sonoro. Busqué con esta formación emular ese tipo de experiencia, sustituyendo apenas la voz por el chelo.
—¿Qué sabe de la vida de João Gilberto?
—Él vive muy aislado, recluido en su casa, sin contacto directo con las personas. Es muy mayor (85 años). Fui a un concierto suyo hace unos cinco años y después no tuve más noticias. Infelizmente, optó por esa vida, no consigo comprenderlo. Todos quisiéramos saber más de él y seguir aprendiendo de su música, pero no sabemos qué le pasó a esa cabeza genial.
—¿El título Saudade do futuro es una mirada hacia atrás y hacia adelante al mismo tiempo?
—Sí, es la voluntad de alcanzar en el futuro una realidad mejor que la actual. Al mismo tiempo, Futuro da saudade es transferir al futuro las riquezas de nuestro pasado.