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    Wayne Shorter, grande entre los grandes del saxofón

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    No digamos que es una tragedia porque tenía 89 años y ya no podía hacer lo que más deseaba en la vida: música. Wayne Shorter —cuya respiración se detuvo en Los Ángeles el jueves 2 de marzo— ha dejado al mundo del arte un legado inmenso: un sonido profundo y misterioso con el saxo tenor y de un lirismo sublime con el soprano, un cuerpo de canciones que desde su inmediato nacimiento se convirtieron en estándares del jazz y un sentido incansable de la búsqueda creativa, incluso cuando ya octogenario iba por los teatros del mundo con su último cuarteto junto con Danilo Pérez en piano, John Patitucci en contrabajo y Brian Blade en batería.

    Dicen que era un tipo tímido. Más de una vez, siendo muy joven y con cualidades excepcionales para su edad, temía presentarse en público o pisar un estudio de grabación por considerar que su preparación no era la adecuada. La imagen es una cama, Wayne tirado en ella y el saxo a un costado. No debemos olvidar que a fines de los 50 y principios de los 60, cuando Shorter ya era conocido, el saxo tenor estaba comandado por John Coltrane, un techo al que nadie ha llegado en ese instrumento. Tan grande era la influencia y el radio de alcance de Coltrane que un druida como Sonny Rollins dejó de tocar por un tiempo para meditar y reflexionar hacia dónde debía dirigirse ante semejante panorama. Entendámonos: no es envidia, sencillamente la mayor sorpresa y estupor al ver que alguien como Coltrane no solo llegaba a un techo demasiado alto, sino que lo hacía añicos y seguía de largo hacia el cielo abierto. Pues bien, claro que Shorter no fue indiferente a semejante fenómeno de la naturaleza, y si bien hay una clara influencia de Coltrane en su forma de tocar el tenor (nadie se salvó), ya poseía un timbre distintivo, espeso, melódico y con un sentido armónico balanceado. Así lo demostró en su etapa con los Jazz Messengeres de Art Blakey, agrupación de la que posiblemente fue el mejor tenor de todos (y hay que ver la cantidad de genios que por allí desfilaron).

    Además, Wayne Shorter —como su apellido lo indica— era relativamente pequeño, como Johnny Griffin. Será un prejuicio visual, pero el tenor impone a su lado un tipo más bien voluminoso, o al menos alto. Es curioso cuando vemos a un saxofonista que no es mucho más grande que su instrumento. Parecería que el saxo se lo va a tragar, que la masa de aire que genera al soplar se le volverá en contra y acabará engullido por la herramienta, que de tanto apretar las llaves terminará succionado por la campana. Había que verlo soplar a Wayne: un infierno controlado, un dominio total del instrumento.

    No solo fue el tenor de los Messengers, sitio privilegiado si los hay, sino que también fue su director musical y el principal compositor. Solo en 1960 Shorter dejaría perlas del jazz como Lester Left Town, United, El Toro, Master Mind, Ping Pong y Sincerely Diana, entre otras. Sí, en solo un año, así de capo era como compositor. Temas que se escuchan una vez y ya te abraza la línea melódica, la impronta de algo singular, único.

    Otra banda emblemática de la que fue parte: el quinteto de Miles Davis, y además en una de sus etapas más gloriosas, con Ron Carter en contrabajo, Herbie Hancock en el piano y Tony Williams a la batería. ¿Y quién estaba en su lugar antes? El gigante Coltrane. Doble desafío: dar la talla ante el maestro y diferenciarse. Y cómo lo hizo. El trompetista ya había dejado atrás Kind of Blue y estaba incursionando en zonas más abstractas, peligrosas, que prefigurarían todavía desde lo acústico su posterior carrera eléctrica.

    Hay un disco en vivo de 1965 que muestra cabalmente lo que era capaz de ejecutar la usina de Miles con Wayne Shorter: Highlights From The Plugged Nickel. Experimentación con sentido de la forma, algo que a Shorter nunca se le escapaba. Miles, debe haber dicho tímidamente un día, tengo unos temas, pero no sé si te interesarán… Mierda, seguro que respondió de modo superlativo con su vozarrón apagado el príncipe de las tinieblas. Piezas para toda la vida como Footprints, E.S.P., Pinocchio, Nefertiti.

    Sí, señor (y señora, claro), también fue el cofundador en los 70 de Weather Report con el tecladista Joe Zawinul y el contrabajista Miroslav Vitous, la organización de fusión más importante de todos los tiempos, que se hizo aún mucho más conocida gracias al ingreso de Jaco Pastorius. Allí Shorter desplegó su maestría musical y compositiva, y además dejó un sonido de saxo soprano para la historia. Ganaba sistemáticamente todas las compulsas en esa categoría en la revista especializada Down Beat año tras año, por lejos. El rey del soprano era él, nadie se le arrimaba. Cuando la banda enloquecía, Shorter la bajaba a tierra con el soprano, que se hizo tan esencial como los teclados de Zawinul y el inconfundible bajo de Pastorius. Para no aburrir tomemos el disco emblemático de la banda: Heavy Weather. Allí hay dos temas firmados por el saxofonista: Palladium y Harlequin. Es cierto que en vivo nunca pudieron superar el armazón de complejidades tímbricas de los discos debido a la cantidad de detalles y regrabaciones que permiten los estudios. Pero en directo era un fuego, un estallido, rocanrol desde el jazz, lo que acercó a un público que venía de la electrónica y le hizo amar para siempre el sonido acústico. Aquella imagen de Wayne en la cama y el saxo a su lado ahora era reemplazada por la cama de El exorcista.

    Nunca se quedó quieto. Fuera del bop, que era lo suyo, grabó con Steely Dan, con Joni Mitchell y con Santana, gente que iba muy rápido y se cruzaba en algún punto de la autopista. A veces los músicos se detienen, conversan, graban un disco imprevisto o emprenden una gira insospechada. Intercambio de afinidades. De sus experiencias fuera del jazz destaca Native Dancer de 1975 junto con Milton Nascimento, una sumatoria de delicadezas entre dos personalidades si se quiere distantes que, este álbum lo prueba, debían encontrarse sí o sí.

    Capos como Lee Morgan, Freddie Hubbard, Jim Hall, McCoy Tyner o Michel Petrucciani contaron con Wayne Shorter, que enriqueció sus trabajos. Pero es la propia carrera solista de esta bestia, especialmente para el sello Blue Note, la que marca el cuerpo clásico de una tremenda discografía. Para no aburrir —no es conveniente mencionar en las reseñas tantos discos— tomo tres ejemplos: Night Dreamer y Speak No Evil, ambos de 1964, y Adam’s Apple, de 1966. Los escuchás de corrido y decís: no puede ser, no puede ser, no puede ser. Claro que puede ser: es Wayne Shorter.