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    Y un día empezó a contar

    Dani el Rojo: atracador de bancos, escritor y protagonista de sus novelas policiales

    Se levanta la manga y muestra en el antebrazo su tatuaje más reciente. “Es un samurai, el último guerrero. Lleva las espadas enfundadas porque estoy en tiempo de paz”, dice, y señala el dibujo de varios colores. Una de las espadas lleva la letra E, por el nombre de su esposa; las otras, N y A, por el de sus hijos mellizos. “No me toques a la familia y yo dejaré de ser guerrero”, agrega rotundo. De lejos y sin conocerlo, Daniel Rojo impresiona por su físico enorme de espaldas anchas y piernas finas, como si fuera un Boogie el Aceitoso real y de barba. De cerca, es un tipo afable y risueño, con un poderoso don de la palabra. Esa virtud le ha servido para contar su historia, que ha sido intrépida, como de película, o mejor, como de novela. Fue atracador de 150 bancos, según sus datos. Dice con orgullo que nunca hirió a nadie. Que era amable con los empleados y con los clientes. Que hacía sentar a las embarazadas y tranquilizaba a las señoras. Cuando lo atraparon tenía 19 años, y pasó otros tantos en prisión. Por sus adicciones contrajo el virus del sida y se enfermó de las dos hepatitis. Antes de salir en libertad, en 1997, fue a una granja de desintoxicación. Luego se casó, fue guardaespaldas de celebridades, Andrés Calamaro y Lionel Messi, entre otras, y contrajo cáncer de hígado, del que también sobrevivió. Y comenzó a contar su historia: la de un adolescente de clase media y bien educado que un día probó drogas, y al otro cometió robos menores para conseguir dinero, y al poco tiempo quiso tener más y más para vivir mejor. “Probé la coca y me gustó; probé la heroína y me gustó; robé bancos y me gustó”, dijo el sábado 8 en el Centro Cultural de España, en su intervención en la Semana Negra. Un día le contó su vida al escritor Lluc Oliveras, quien escribió tres libros con esas memorias. Después se dio cuenta de que allí tenía varias historias policiales y que corría con una ventaja porque solo tenía que recordar. Así nació su saga protagonizada por Hugo el Tiburón, un delincuente que es su alter ego. En su primer pasaje por Montevideo, Daniel Rojo, o Dani el Rojo, como firma sus libros, fue acaparado por el público y por los medios, posó para decenas de fotos y tuvo tiempo de visitar a los presos en Punta de Rieles. En una de sus pausas, mantuvo la siguiente entrevista con Búsqueda.

    —¿Dónde conoció a su esposa?

    —Cuando salí en libertad, me interné en una granja para desintoxicarme y me apunté en el programa de un hospital. A los diez días me atendió una chica de 25 años, le expliqué a lo que iba y le empecé a contar toda mi vida. Después le pregunté a qué hora salía y nos fuimos a tomar un café. Creo que ella vio en mí su tesis doctoral (se ríe). Durante años todos los médicos me habían tocado con guantes, y ella lo hizo sin usarlos. Entonces sentí las chispas, porque además era muy guapa. Me enamoré y a los tres meses vivía con ella. Al año nos casamos y llevamos 17 años juntos.

    —¿Cómo se animó a tener hijos?

    —No quería hijos ni propios ni adoptados, me conformaba con que una chica me quisiera. No los necesitaba para sentirme bien, había dejado las drogas, trabajaba en primera línea con los artistas, estaba enamorado. Pero a los diez años de matrimonio, mi esposa me empezó a decir que quería niños, creo que la mayoría de las mujeres para realizarse quieren tenerlos. Cuando le puse la excusa de mis enfermedades, me mandó a una clínica para que me estudiaran y limpiaran el esperma. Así tuvimos los mellizos, un niño y una niña.

    —Ha dicho que los bancos son los mayores ladrones del mundo…

    —Mira, a una persona le das un arma y roba un banco, a una persona le das un banco y roba al mundo. Es así de sencillo.

    —Pero usted ganó mucho dinero con los robos, incluso lo apodaron el Millonario. ¿Dónde guardaba ese dinero? ¿Nunca usó los bancos?

    —Lo guardaba en una hucha (alcancía) y me lo gastaba todo. Si hubiera pensado que iba a llegar a los 52 años y a tener dos hijos, a lo mejor lo hubiera guardado. Pero yo estoy en contra de los bancos y en contra de las farmacéuticas y de cualquiera que acumula por avaricia, que no reparte la riqueza. Y no quiero ir de Robin Hood, nunca lo quise. Robaba para mí, por lujo personal, pero me lo gastaba todo, lo repartía entre los concesionarios de coches, entre los joyeros, entre mis putas. Iba a un restaurante y me llevaba a 11 amigos. Me he gastado todo porque robaba para eso, para disfrutarlo.

    —¿Le va bien ahora con la venta de sus libros?

    —Me está yendo bien, hay muchos escritores que se mueren de hambre y yo no estoy en esa situación. Pero hay meses que no puedo llegar a fin de mes. España está muy mal en todos los sentidos. Mi mujer está cobrando un 60% menos que hace dos años. Encima tuvimos niños, dicen que vienen con un pan abajo del brazo, pero se lo comen en el primer mes. Mil euros son solo para ellos, para la guardería, la educación. Y hay un merchandising con los niños que cágate. Un jersey de bebé vale 50 euros, lo mismo que el mío que tiene cuatro metros, ¿cómo pueden valer lo mismo? Además me tuve que declarar insolvente total porque si bien he pagado con cárcel, tengo responsabilidad civil y debo una suma importante.

    Tiene mucha empatía con el público. ¿Nunca tuvo problemas por haber sido un delincuente?

    —Soy un escritor atípico, y aunque creo que casi todos son mejores que yo, tengo como ventaja mi personaje. La empatía viene porque no he tenido delitos de sangre. Cuando alguien me enfrenta, no me enfado. Entiendo que es porque le ha pasado algo. Ahora los chorros están robando para tener un celular, yo nunca hice eso. Las personas descargan la rabia de esos robos contra mí.

    —Es un gran narrador oral, pero escribir implica otras habilidades. ¿Cuánto lo ayuda Yolanda Foix, quien firma con usted las novelas?

    —Antes de llegar Yolanda, varios periódicos me habían pedido notas breves sobre el sida. Yo las escribía a mano, porque no sé usar la computadora, y me las pasaba a word mi mujer. Pero cuando empecé a escribir mis novelas, ya no podía. Yolanda me empezó a ayudar a editar, lo que pasa es que ella es una cuentacuentos, entonces yo le paso 60 páginas y ella me entrega 70, agrega personajes nuevos. A mí no me molesta, hay que tener los oídos abiertos, es la única forma de aprender. Sigo trabajando con ella porque ya no puedo aprender informática. Por eso con Yolanda voy con el 50% de las ganancias.

    —¿Y cómo hace para ordenar todas esas historias que tiene en la cabeza?

    —Tengo muchas libretitas y voy anotando para no olvidarme. Hay gente que dice que tiene lagunas, pero yo como me he metido tanta droga tengo océanos. Hay veces que me levanto de noche a escribir para no olvidarme. Una frase me puede dar para varias páginas.

    —Firma Dani el Rojo en homenaje a Dany Cohn-Bendit, el líder del Mayo Francés. ¿Usted es anarquista?

    —Pues claro, aunque ahora me defino como anarcoaburguesado, tengo dos hipotecas, dos niños, en realidad ahora sería un anarcoaborregado, soy el que no quiere pelear porque ya tiene algo.

    —¿No cree en ninguna ideología?

    —Se demostró que el marxismo está caduco, también el nacionalismo, todas las ideologías se acabaron. Nos quedó el capitalismo y también nos ha jodido. Tenemos la democracia porque dentro de lo malo es lo mejor. Me gustaría que hubiera buenos gestores, no políticos, que vieran al país como una empresa. Me ha gustado mucho lo del partido Podemos y todo eso de los ciudadanos y de dar la hostia en la mesa, pero ahora lo único que ha pasado es que son cuatro partidos grandes. En ese sentido yo estoy votando a los pequeños, voto al CUP, que es un partido independentista de Barcelona. No soy independentista, pero el CUP tiene un plan sanitario de la hostia y lo apoyo. Que los votos no se vayan más para el PP y el PSOE, 11 millones de votantes tuvo el PP, y todos sus líderes han sido imputados. Qué vergüenza, por favor. Me preguntabas si era anarquista, bueno, creo en la teoría del caos, por mí tiraría todo abajo. No lo voy a hacer, porque hay que tener una propuesta. Hay una viñeta que me gusta, la de la fila de monos que van evolucionando hasta llegar al hombre. Pero de pronto el hombre se da vuelta y les dice: “Hemos fallado, a empezar de nuevo”.

    —Aparece en la película Anacleto. ¿Cómo le resulta la actuación?

    —Ha sido una experiencia brutal. Estoy al lado de Imanol Arias, de Rossy de Palma, me siento abrumado, yo ahí en el medio, haciendo de gilipollas. Mi aparición es en un cameo largo. Igual que en mis primeras novelas, en las que no me consideraba escritor sino narrador, ahora no me considero actor. Es una invasión a una profesión, hay gente que estudia y trabaja para esto. Pero yo doy las gracias y estoy encantado.

    —¿Sobre qué trata el guion que está preparando para el cine?

    —Sobre mi vida como delincuente. En España se han hecho muchas películas de este tipo a través del cine quinqui (sobre delincuentes jóvenes, de clase social baja), como Deprisa, deprisa, que estuvo muy bien. Pero lo que quiero hacer es algo como Casino de Scorsese. Yo de los 17 a los 19 tenía casinos, timbas, iba en un Porsche, tenía ese nivel. Quiero que se vea que había una delincuencia elevada. La última gira que hice con músicos fue la de los Rolling Stones en España, y ahora pienso que el punto de partida para la película podría estar ahí, cuando miro a los músicos tirándose unas líneas y les digo: “Ay, si les contara”, y ahí iríamos hacia atrás (se ríe con ganas).

    —Fue custodio de Messi, ¿qué recuerda de él?

    —Me llamaron para cuidarlo, aunque en Barcelona quien lo ataca muere. En aquel momento lo llevaba porque él no conducía, tenía 17 años. Hay fotos en las que está conmigo y se lo ve muy pequeño. Pero cuando lo volví a encontrar en el 2005 ya no era el niño que me habían encomendado. Con Andrés (Calamaro) quedamos admirados por la belleza de su mujer.

    —¿Qué fue lo peor y lo mejor de la cárcel?

    —Lo mejor creo que fue todo porque me ayudó a cambiar la piel. En la cárcel comencé a leer, me reí con La conjura de los necios, y conocí a Bukowski. Lo peor es el sufrimiento de los familiares. Un delincuente no puede quejarse de la cárcel porque tiene que pagar por lo que hizo. Lo malo es que la cárcel la sufren los familiares, y ellos no tienen por qué sufrir.