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    El antisemitismo solapado

    Sr. Director:

    Quien esto escribe es un judío uruguayo y septuagenario que cursó todos sus estudios en la educación pública. A ella estoy ilimitadamente agradecido por todo lo que me aportó y por permitirme encaminar mi vida. Pero, junto con lo positivo de esta educación, los que fuimos niños judíos como yo, cuyos apellidos resultaban extraños a sus compañeros de clase, vivimos especialmente en la enseñanza primaria experiencias traumáticas que denotaban en el trasfondo de nuestra sociedad un antisemitismo consolidado.

    Los compañeros de clase empezaban preguntando de dónde salía mi apellido. Cuando les decía que era un apellido judío, de inmediato surgía en algunos la acusación: “Entonces vos sos de los que mataron a Dios”. Así, maté a Dios durante buena parte de mis años de escuela. Por razones del trabajo de mi padre, cambiábamos de barrio con frecuencia y yo de escuela. Una vez me tocó cursar en la escuela actualmente llamada Héctor Fígoli, y por nosotros conocida como Escuela del Estadio. Allí el recreo ocurría en la vereda y a esa hora solían pasar cortejos fúnebres frente a la escuela. Por aquellos tiempos, muchos de mis compañeros se persignaban y al yo no hacerlo se suscitaban situaciones de violencia contra mí (insultos, empujones y finalmente recuerdo tres peleas a la salida de clase, en una especie de ring informal que estaba en los aledaños del estadio, donde esas peleas a puñetazos seguían hasta que los compañeros nos separaban). En el liceo y en las instancias posteriores esto desapareció, aunque eran todavía comunes los comentarios en los que se relataba que alguien había realizado alguna “judiada”.

    La cultura política por fortuna, especialmente por la mayoritaria postura contra el nazismo y posterior relevante rol de Uruguay en el apoyo a la creación del Estado de Israel, bloqueó las trazas de antisemitismo latente que solo se asomaron excepcionalmente. Ahora bien, ¿desapareció ese antisemitismo basal que como escolares los niños judíos vivíamos? Bien podemos asumir que no. Bastan los cánticos furiosamente antisemitas de las hinchadas adversarias a Hebraica-Macabi (aunque ninguno de los jugadores de Hebraica fuese judío) para sentir que el antisemitismo de nuestra sociedad sigue ahí, latente, y pronto para despertar y expresarse cuando surge la ocasión.

    Y llegamos a mi punto final. La política, como decía, combatió con altura el antisemitismo latente en Uruguay. Los tres primeros gobiernos del Frente Amplio mantuvieron esa tradición noble: el presidente Vázquez tenía fuertes vínculos con la comunidad judía y con Israel, y el presidente Mujica tuvo el gabinete con mayor número de judíos (creo) que registra nuestra historia. Pero ahora la situación está cambiando. La guerra de Israel contra Hamás se ha transformado en una excusa a gran escala para que las pulsiones antisemitas, presuntamente dignificadas como “antisionistas”, empiecen a emerger en varios estratos del actual partido de gobierno (y también en varios sindicatos de la educación y otros núcleos de nuestra sociedad). Los antiguos como yo no podemos olvidar la intensa prédica anti-Israel del PCU en 1967, en los albores de la Guerra de los Seis Días, cuando parecía imposible que Israel pudiese salvarse de la guerra que desencadenaron los países árabes mancomunados. Los miembros comunistas del actual gobierno heredan de aquellos ancestros su posición contra Israel (y ojalá en el mismo paquete no estén las propensiones golpistas de sus ancestros de febrero de 1973, aunque en cierto modo lucen implícitas en su apoyo a las dictaduras de Venezuela, Nicaragua y Cuba).

    Pero quiero eximir al presidente Orsi de las actitudes y declaraciones del Frente Amplio. Él tiene el honor de ser el presidente de todos nosotros y estamos casi todos los ciudadanos convencidos de que es un hombre de bien. La Constitución le prohíbe ser un operador político y por eso también operar sobre opiniones desencaminadas de sectores de su propio partido. Pero deberíamos esperar que el partido al que pertenece no lo deshonre a él ni al Uruguay mostrando ese trasfondo antisemita de nuestra sociedad que la política supo, si bien no apagar, al menos combatir con dignidad y altura.

    Jacobo Nathan