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Este año se cierra el primer cuarto del siglo XXI, y, en forma vertiginosa, será un año de cambios, tan fascinantes y desafiantes como lo han sido otros momentos en la historia, una nueva revolución que nos someterá a cambios que quizás la humanidad no ha experimentado hasta ahora; esta aseveración se basa en la globalidad que hoy nos rige.
La inteligencia artificial está cambiándolo todo, es tal su poder y versatilidad que no habrá área en la que no modifique las reglas que hoy conocemos. Ciencias, medicina, energía, agro, transporte, logística, educación, investigación, todo será alcanzado por esta superherramienta a la que muchos temen por no estar claros sus límites. Pero vengamos a nuestro Uruguay y analicemos cómo estamos posicionados para afrontar este gran cambio, con un nuevo condicionante como lo es la velocidad con que se impone, y entendamos que, si todos nos pusiéramos de acuerdo en cómo afrontarla, quizás no sería suficiente si a lo que aspiramos es al nuevo paradigma: ser libres tecnológicamente.
Para resolver un problema es esencial y excluyente realizar un correcto planteo de este. Como les sucede a muchos países, tenemos el desafío de mejorar en unas cuantas áreas, por ejemplo, la seguridad se ha convertido en nuestra principal preocupación, cantidad y calidad del empleo, sostenibilidad del sistema previsional, condiciones de vida para la clase media, y así lo planteo porque tenemos un desafío de que todos, sin excepción, tengamos como piso ser de clase media. Si estudiamos cada uno de estos problemas y buscamos su génesis, sus condicionantes y en especial su evolución y consecuencias, llegaríamos en todos ellos a una raíz común: la educación. La educación es un medio para el desarrollo humano, para adquirir conocimientos, mecanismos de razonamiento, creatividad, adaptación a los cambios y aprovechar estos de la mejor manera. Nuestra penillanura no fue dotada de recursos minerales, petróleo, gas u otros elementos que dan riqueza a un país, y, por el contrario, tenemos agua en relativa abundancia que convertimos en carne, granos y celulosa. Los avances tecnológicos en las áreas de producción de estos commodities hacen que cada vez sean menores sus necesidades de mano de obra y, si bien producen divisas que el país necesita, no satisfacen la necesidad de puestos de trabajo que necesitamos; el desafío es que la economía asegure un puesto de trabajo para cada uno de nosotros.
Bueno, este preámbulo tiene como fin realizar una pregunta y que, como seguramente no nos convencerá su respuesta, se convierte en una demanda. ¿Por qué no tenemos la mejor educación del mundo? Cuáles son las razones para que en los tres niveles de educación, primaria, secundaria y terciaria no seamos líderes a nivel mundial. Referentes y profesionales altamente calificados, esa pequeña élite intelectual que ha logrado una calificación superior, tenemos unos cuantos, en ellos debemos apoyarnos para desterrar la calificación de ni-ni que muchos de nuestros jóvenes tienen, para que todos terminen, sin excepción, segundo ciclo y que la educación superior, técnica, científica, académica o en otras áreas sea un destino normal para todos nosotros. La próxima conducción de la ANEP estará a cargo de un triunvirato integrado por el maestro y docente Pablo Caggiani, la profesora Carolina Pallas y la maestra Elbia Pereira. Las declaraciones de Caggiani luego de su designación como futuro presidente del ente son auspiciosas; en primer lugar, ha reconocido que “ya fracasamos todos en educación, ahora resolvamos juntos…”, y luego ha manifestado conceptos que son lógicos, reales y de sentido común sobre el funcionamiento y las metas a las que se debe aspirar en educación.
Decepcionantes son las declaraciones de Pereira, quien ha manifestado que se debe organizar un nuevo Congreso de la Educación, con la intervención de docentes, alumnos y la sociedad civil. Lamentable, otro congreso, ¿para qué?, para satisfacer a la militancia y darles un motivo para movilizarse. No sabe Pereira cuál es el camino que se debe seguir, le sugiero que escuche a Caggiani y a los especialistas en educación, de todos los partidos. Sería una excelente opción reactivar Eduy21, espacio de generación de análisis y propuestas. La maestra Pereira es una sindicalista con mucha experiencia en ese ámbito, integra el Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT con un alto cargo, y no sé si es ese el perfil que se necesita para integrar el Consejo Directivo Central, y este comentario no va en demérito de su capacidad como representante sindical. Hace años que los sindicatos ponen obstáculos para aceptar cualquier cambio, por mínimo que sea, iniciar un camino de innovación que nos lleve a la excelencia ya tiene asegurado sus opositores. Me llama la atención que el PIT-CNT, que representa a los sindicatos de todas las actividades, no reaccione con la calidad, contenido y resultados de la educación que reciben los hijos de sus afiliados, hipotecan el futuro de decenas de miles de jóvenes y bien saben cuáles son los motivos. Existe el convencimiento, basado en argumentos y la razón, que no hay transformación en la educación sin el involucramiento de los docentes, una verdad irrefutable. Pero también hemos aprendido que no habrá ningún cambio, y mucho menos una transformación, con la intervención de los sindicatos. Esta aseveración es conocida (y reconocida) por todos los actores políticos, tanto en el gobierno como en la oposición, hacer lo correcto traerá costos políticos, esos por los que muchos levantan la mano o no. No hay efecto valle en la educación, o nos abocamos a elevar la mira o aceptamos el proceso de deterioro. Podemos llegar a extremos para proteger y defender a nuestros hijos, nos desvela su presente y en especial su futuro, trabajamos para darles las mejores condiciones, entonces, por qué no exigimos con calma y firmeza que aspiramos a que ellos tengan la mejor educación del mundo. Politizar y obstaculizar la educación, y con ello privar el acceso a la formación de calidad que nuestros jóvenes necesitan y merecen, debería ser un delito de lesa nación.
