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    El Pepe peronista

    Sr. Director:

    No parece ser que el manantial de tinta sobre el Pepe Mujica vaya a secarse pronto, no en tanto sigamos encontrando prismas por los cuales mirar su vida. Este es, quizá, uno que hasta ahora no había sido tan explorado.

    Si algo nos complica a los uruguayos (que, aunque algunos intenten decir que está vetusto, tan abrazados al binomio izquierda y derecha estamos) es entender qué cornos es el peronismo. A mí me cuesta todavía, por qué mentir, pero, mientras más lo adivino, más semejanzas le encuentro con el Movimiento de Participación Popular (MPP) y con su figura máxima que recientemente dejó este plano, José Pepe Mujica. Quizá no en su génesis, no en sus historias, pero sí en su devenir.

    Si en lugar de estar cobijados por el paraguas del Frente Amplio los emepepistas se erigieran como partido propio, quizá podríamos ver más fácilmente algunas de las similitudes. El peronismo y el MPP no son partidos, son movimientos. Y ambos son sumamente locales. Son movimientos bien autóctonos e inexportables, distintos en eso a las doctrinas traídas de Europa. Y es que el MPP no por nada es la máquina electoral más poderosa: entendieron a la masa crítica uruguaya. Se pelearán con los comunistas más puertas adentro que con la coalición republicana, pero sus diferencias con los mucho más puristas y doctrinarios camaradas son similares a la del peronismo con “los troskos” de allá. Pasa que allá son muy poquitos porque no tuvieron la inteligencia de aglutinarse en el mismo partido.

    El MPP, como el movimiento de Perón, tiene vetas filomilitares en su pasado. Es de izquierda en el sentido de que entiende que hay que dignificar la vida de todos, especialmente la de los que menos tienen. Pero no se descansa en teorizar y purificar las escrituras: son más de hacer. Es un movimiento inteligente: supo ser revulsivo, supo moderarse, sabe acordar con quien tiene que acordar y sabe ganar elecciones.

    “¿Cuál es la ideología del MPP?”, preguntó retóricamente mi compañero de panel Antonio Maeso, dando a entender que no la tiene. Pero yo me quedé pensando la respuesta sinceramente. ¿Se acerca más al wilsonismo o al comunismo? ¿Es socialista? ¿No es acaso un movimiento que quiere “la pública felicidad”, que no se adosa a preceptos escritos en piedra sino que apela a un sentido común del bienestar colectivo y con eso se va escurriendo para tejer acuerdos y gobernar? Se me hizo muy peronista esa explicación. Quizá (entre miles de diferencias que seguro puede encontrárseles) la versión uruguaya es un poco más fatigada, asceta, humilde. El peronista puede tener una relación menos culposa con tener mucha plata que un militante de la 609. El Pepe, en eso, es bien distinto a Evita. Pero endilgarle al MPP una definición ideológica escrita en piedra me cuesta más que describir cómo operan: mateando con el vecino abajo y tejiendo acuerdos inteligentes arriba. Hay muchos emepepés, hay muchos peronismos. Robándole la frase a Darín hijo: si los defino, los limito. Nada menos monolítico que estos gigantes de los comicios.

    Pero ninguna de estas coincidencias se me habían revelado hasta que tuvimos que revisar el lugar de Mujica en la historia, en el presente y en el futuro. Queda ahora más obvio que nunca que el MPP (y, por qué no, el resto del Frente, el país o la izquierda mundial) encuentra y encontrará en la figura del Pepe una estampita (le robo este término al colega argentino Juan Manuel Karg, con quien conversé sobre esto). Una estampita en términos religiosos, místicos, como un Evita para ellos. Al Pepe lo canonizaron en vida pero seguramente veamos a partir de ahora una resignificación y una magnificación de su mito y su lugar en el inconsciente (y en el corazón) popular. Sin querer o queriendo, el Pepe entendió que un movimiento no podía ser solo un espacio de cálculo político o una mera herramienta de cambio, sino que también tenía que brindar ese fervor que solo algo que nos excede (y que coquetea con lo religioso) puede darnos.

    Tan peronista es todo esto que ahora el Frente Amplio (con el MPP llevando el peso más pesado) se está convirtiendo en un partido con un núcleo tan duro y grande que nunca más un partido tradicional le va a ganar solo. Están logrando que los partidos más viejos del mundo consideren seriamente fusionarse y dejar atrás sus ricas historias para bailar al compás de la música del Frente Amplio y llevar al país a un bipartidismo que, en el fondo, puede leerse como un frenteamplismo/antifrenteamplismo. ¿Les suena?

    Las comparaciones son odiosas y no siempre sirve la política comparada o leer cosas en clave de cosas como “quién es el Milei uruguayo”, pero creo que, tratándose de dos movimientos tan fundamentales para los dos países, es interesante encontrarles las similitudes y, sobre todo, estudiarles ese je ne sais quoi que los hace a ambos una arrolladora electoral y, aunque pasen los años, una fuente de enamoramiento del pueblo.

    No cambiará de nombre, no se llamará mujiquismo. Pero ese movimiento que fundó, el Movimiento de Participación Popular —Lacan se reiría—, termina encarnando fonéticamente la palabra emepepé. No solo contiene pepe, también la eme podría venir de Mujica: “Mujica, Pepe”. Su figura será inmortalizada, también, escondida en las palabras que no lo llaman a él.

    Fernanda Kosak