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    La Escuela 100 y Daniel Vidart

    Sr. director:

    El 7 de octubre se cumplieron 105 años del nacimiento de Daniel Vidart Bartzábal, oriental de alma y vasco de descendencia, que también se remonta por línea materna al propio Artigas (una línea más atrás de los tataranietos, según tengo entendido).

    La Escuela 100, ubicada sobre la ruta 6, próxima a Toledo (hoy dirigida por Marina Ferraro), conserva en sus registros el nombre del Vidart niño como escolar que asistiera en la década de 1920, y por ello varios exalumnos de Vidart pidieron al entonces diputado Alfonso Lereté que promoviera un proyecto de ley para que dicho establecimiento escolar llevara su nombre. Sancionada la ley respectiva, se formalizó el acto de designación en la fecha aniversario preindicada.

    Daniel Vidart fue un intelectual relevante de formación múltiple: descolló en antropología cultural, de la que fue fundador en nuestro medio, sociología y disciplinas conexas, que le permitieron abordar las cuestiones ambientales, la geografía, el paisaje y las costumbres rurales. Dotado de un lenguaje a la vez atractivo y técnicamente preciso, pudo abordar en distintas publicaciones cuestiones tan diversas como el tango, los inmigrantes, el paisaje, la coca, la historia y la prehistoria nacional, los tipos humanos del campo y la ciudad, las ideologías, la filosofía ambiental (se tituló en Colombia como ingeniero en esa especialidad), el gran Montevideo, etc. Salvo Oceanía, conoció y estudió todos los continentes como técnico de la Unesco.

    Sabía maravillar con su simpatía y erudición motivadora a sus alumnos. Lo conocí en 1969 en el viejo local de la calle Sarandí del Instituto de Profesores Artigas. En los patios siempre tenía una invariable disposición para atender a los alumnos en cualquier problema que se le planteara. Aprendí de él la fascinación por la urdimbre de las culturas y la práctica de distinguir entre el simple mirar y el ver.

    Un día nos dejó trabajando en un escrito (con todas las fuentes a la vista): indicó que salía por 10 minutos y volvió a los dos meses… Sucedió que esperaba a una persona en la vereda y fue atropellado por un auto. Años después, cuando cultivábamos una amistad que él calificó propia de “hermano”, evocábamos sonriendo esta curiosa anécdota.

    Sus últimos años (que fueron muy felices con su esposa, Alicia Castilla) nos descubrieron una faceta que había pasado inadvertida: su sensibilidad poética; publicó sus poemas, que son de excelente factura, titulándolas Con el sol a la espalda.

    Su primer libro fue la historia de Tomás Berreta, redactada cuando era secretario durante el ejercicio de dicho hombre público (al que le escribía sus discursos) como presidente de la República. El prólogo de su segunda edición (que no llegó a ver) y el que destinó a mi texto Emancipación de la mujer (donde además redactó un enjundioso anexo sobre la educación y la cultura) constituyeron sus últimas obras escritas.

    Su padre, Loreto Daniel Vidart (fundador del liceo de Santa Rosa, que hoy lleva su nombre), le inculcó estímulos para todas las ciencias humanas, las artes y las destrezas físicas; lo acompañó en largos recorridos a caballo y lo contactó con el hombre de campo, su mentalidad, su lenguaje y sus silencios.

    Falleció el 14 de mayo de 2019. Cumpliendo con sus deseos, arrojamos sus cenizas en Paysandú, lugar de su nacimiento, desde la meseta de Artigas. Acompañamos a su esposa, Alicia Castilla, en representación del Instituto Histórico de Canelones, con Óscar Nobile; y en nombre de la comunidad vasca, lo hicieron Fernando Ochoteco y Servando Echeverría; lo despidió el expresidente de la República José Mujica.

    En entrevista con Nelson Díaz de 2015, Daniel Vidart nos describió su estilo existencial: “Siempre le huí a la teoría, a la discusión de los sistemas filosóficos, al devaneo onanista, al pensamiento abstracto. Era y sigo siendo un escritor e investigador cul a terre. Mi imaginación cobra vuelo a partir de lo dado, de lo visto, en el sentido heurístico que tiene el término, lidiando con cosas y seres tangibles y no con imágenes reflejadas en el espejo o —peor— temblando en los espejismos. Siempre traté de tomarle el pulso a lo dado por la naturaleza y lo construido por la cultura (…). Me considero un paisano con lecturas”.

    Los niños de la Escuela 100 tendrán en adelante como ejemplo superior el de una vida casi centenaria surgida en esa casa de enseñanza, que se dedicó enteramente al estudio, que creó conocimiento, y como educador dejó para la posteridad una obra educativa inmensa y perdurable.

    Agapo Luis Palomeque