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    La importancia de votar

    POR

    Sr. Director:

    La importancia de votar y hacerlo a conciencia

    En recientes cartas, me ha parecido necesario hablar de la situación política venezolana actual para tomarla como ejemplo de lo que puede pasar en otros países, entre ellos el nuestro.

    Hoy sigo en esa línea. Y es que, como reza el conocido dicho: cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo.

    Me interesa hablarle en especial al lector distante del mundo político. Posiblemente no llegue a leer directamente esta carta salvo por accidente, pero tal vez algún otro lector que lo conozca se la pueda hacer llegar.

    Hay muchos ciudadanos alejados de la política. Y ciertamente un buen número de ellos tienen sus razones para estarlo. Hay muchas y no es el objeto de esta carta reseñarlas. Sí diré, sin embargo, que la mayoría de esas razones no considera la importancia de votar y de hacerlo a conciencia. Básicamente, los ciudadanos del caso asumen que, en definitiva, su voto no será transcendente, esto es, nada cambiará demasiado vote lo que vote. ¿Para qué perder tiempo entonces?

    Es cierto que en países como Uruguay los cambios importantes no suelen verse. Parece que todo se mantuviera estable en el tiempo. Los cambios que se producen suelen ser de escaso impacto y cuando lo tienen suele ser el producto acumulativo de numerosos episodios. ¿Por qué interesarse entonces por la política, lo que requeriría escuchar y analizar las distintas propuestas, la historia de cada proponente, etcétera?

    Y bueno, mi amigo lector. El ejemplo venezolano (y, antes, otros) muestra que en ciertos casos no tan frecuentes sí pueden cambiar las cosas mucho y de golpe, y para mal. Y su voto y el de los ciudadanos como usted, alejados de la política, podrían ser claves para evitar ese cambio. ¿Por qué en estos casos su voto es particularmente trascendente? Porque si usted no interviene, las cosas cambiarán irreversiblemente, al menos por un largo tiempo. Cuando se dé cuenta del cambio, y de que esa elección no era como todas las anteriores, usted querrá volver atrás, pero ya no le será posible. Porque las condiciones políticas habrán cambiado radicalmente.

    Intento poner de manifiesto un cambio de signo político que no es un simple matiz como el que está acostumbrado a ver que ocurre. Si usted vive en Uruguay, está acostumbrado a vivir en un sistema político liberal republicano, con una democracia verdadera aunque tenga defectos, bajo una Constitución liberal republicana que prevé la separación de poderes y el respeto de la libertad individual y de otros derechos básicos mediante la aplicación de la ley.

    Pero lo que le ha sucedido a Venezuela (y antes a Cuba, Nicaragua, y otros) es que sus ciudadanos eligieron sin saberlo a gobernantes autoritarios que, una vez en el poder, por medio de artimañas antidemocráticas, no respetaron el sistema político previo. Y sus votantes, incluidos los alejados de la política, como usted, lector, quedaron cautivos, presos, dominados, a merced de los tiranos de turno.

    Créalo o no, esto está sucediendo hoy en día, en pleno siglo XXI. Sucede desde hace tiempo en Venezuela.

    Y podría suceder en un futuro no muy lejano en nuestro Uruguay, salvo que usted despierte de su siesta oriental y ponga atención a los fenómenos políticos que se están dando, al menos, en el vecindario latinoamericano.

    El asunto está bien estudiado, solo que no se suele hablar de él con la claridad necesaria. Permítame hacerlo brevemente. En el mundo político pueden distinguirse dos grandes bloques políticos (cada uno de ellos con muchos matices): a) el que podemos agrupar como liberal en sentido amplio, que incluye entre otras corrientes teóricas al liberalismo clásico, pero también al libertarismo y al liberalismo igualitario, e incluso el llamado socioliberalismo y la socialdemocracia y b) el que podemos agrupar como antiliberal, de origen principalmente marxista, que incluye entre otras corrientes teóricas al comunismo, al socialismo, y en buena medida al comunitarismo y al humanismo cívico (que no es el liberal) [El filósofo político Will Kymlicka, por ejemplo, distingue varias de esas corrientes en su conocido libro Filosofía política contemporánea].

    La cosa, mi amigo lector, es que una cosa son los matices y otra pasar de un sistema liberal a uno antiliberal, como, por ejemplo, ha pasado con Venezuela.

    Y es que el marxismo, en sus diferentes variantes, es opuesto al sistema liberal. El eje de la corriente busca la igualdad material (no frente a la ley, como en el caso liberal) de las personas, lo que supone dejar de lado en gran medida la libertad de las personas, ya que los más productivos no podrán disfrutar de su productividad y trabajarán forzadamente para los menos productivos. Busca abolir la propiedad privada, y con ello termina apagando la llama de la producción, con el consiguiente deterioro en la calidad de vida de sus ciudadanos. Sostiene que el gobierno es del pueblo, pero no refiriéndose a este como la suma de sus ciudadanos sino solo como los marginados y pobres a quienes dice defender, pero en los ejemplos de que disponemos luego no lo ha hecho. Por esto último, si es que existe razón alguna para su comportamiento totalitario en la práctica, es que una vez en el poder no reconocen nuevas elecciones que pretendan sacarlos del mismo. En esas circunstancias suelen decir que la voz de los débiles en el sistema liberal no es escuchada y por eso se requiere el uso de la fuerza para que lo sea.

    En fin, podríamos seguir pero la intención de esta carta es solo llamar la atención sobre el problema.

    Tal vez usted diga que ¡acá en Uruguay eso no puede pasar! Pero sí podría, digan lo que digan los posibles perpetradores. Porque basta con que alguien se defina marxista, sabiendo que lo es y lo que eso significa, para que debamos desconfiar de sus intenciones políticas. Porque ese ciudadano buscará lo que buscan los marxistas (como, al menos originalmente, Chávez y Maduro): destruir el sistema liberal vigente. Se trata solo de ser coherentes con lo que piensan, que antes describíamos muy someramente. Por ejemplo, en mi opinión, el plebiscito de reforma previsional que impulsan algunos es un claro ejemplo de intento de destrucción de la estabilidad vigente. Averigüe quiénes lo empujan.

    En Uruguay, estimado, hay sectores políticos marxistas. El Partido Comunista y el Partido Socialista claramente lo son, para empezar. Pero aunque no se defina como tal —o no lo reconozca— también lo es el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, y buena parte del Movimiento de Participación Popular, entre otros sectores frentistas. En suma, la mayoría actual del Frente Amplio es marxista o simpatizante. ¿Me sigue? Esa es la explicación, por ejemplo, aunque existen muchos más indicadores, de la reticencia que han venido teniendo esos sectores en denunciar a los regímenes venezolano, nicargüense y cubano, todos regímenes antiliberales y antidemocráticos. Esa es la prueba del nueve.

    Si usted quiere que Uruguay se convierta políticamente en Cuba, Venezuela o Nicaragua, ya sabe entonces a quiénes votar. Nuestro sistema democrático liberal permite que usted haga lo que entienda mejor.

    Pero, en cambio, si usted valora el Estado de derecho y el imperio de la ley, la democracia como el derecho de todos los ciudadanos de elegir a sus gobernantes, la propiedad privada y la libertad individual en toda su amplitud, al igual que la defensa de los derechos básicos de las personas, no se duerma. Ponga las barbas en remojo y en la próxima elección nacional vaya manifestando sus preferencias. Así no lo sorprenden.

    Cr. Lic. Leonardo Decarlini

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