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    La ley de eutanasia (II)

    Sr. director:

    Los abrazos de júbilo de los senadores y de los asistentes a las barras luego de aprobada la “ley de eutanasia” fueron un acto de indecencia. Lo digo de corazón. No pretendo opinar sobre la eutanasia, ni discutir las bondades o no de la ley, ni juzgar a quienes votaron a favor o en contra. Me refiero a algo más profundo y alarmante: la algarabía y el festejo de los presentes una vez aprobada la ley.

    Resulta difícil entender que un legislador, luego de tomar una decisión tan dramática, que requería de una profunda valoración ética y moral, lo festeje frívolamente junto con sus colegas. Desde la sensibilidad más humana y más íntima, desde el amor al prójimo que todos profesamos, ¿cómo se puede festejar luego de tomar una decisión de tal magnitud?

    Acababan de decidir nada menos que la continuidad o no de la vida de un ser humano, el más sagrado valor que existe en este mundo. Si bien las condiciones legales o las circunstancias son atendibles, el hecho es que acababan de decidir nada menos que sobre la vida o la muerte de una persona. Y que ello sea motivo de festejo asusta. ¿Qué festejaban? ¿El mero éxito de una votación? ¡Demasiada levedad!

    Jamás la eutanasia debe ser motivo de festejo. ¡Eso no se festeja! La gravedad y la trascendencia del tema no lo permiten. Los legisladores deberían haberse retirado todos en silencio, en señal de recogimiento y reflexión acordes con lo que habían votado, y no a los abrazos como quien grita un gol de Uruguay. Y a la salida del recinto debieron evitar eufóricas declaraciones a la prensa, cual si fuera la salida de un recital de rock. Todo pareció frívolo, superficial.

    Lo que se debe festejar es la vida. Ahí es donde hay que festejar, no la muerte. Festejemos el advenimiento de la vida y de la esperanza, no al revés.

    Hace tiempo se votó una ley que autoriza a matar antes de nacer, y se festejó; hoy se vota una ley que autoriza a matar antes de morir, y también se festeja. ¿En qué nos convertimos?

    Qué poco vale la vida. Mejor dicho, ¿tan poco vale la vida como para festejar el hecho de poder interrumpirla?

    La frivolidad ya nos ganó.

    Ing. Qco. Gualberto Mato