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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa conducción de la política exterior tiene una enorme importancia para nuestro país, que ha alcanzado un gran prestigio por el respeto al derecho internacional, por su gran tradición democrática y por la forma ponderada e inteligente que desarrolla sus relaciones internacionales.
En el año 2004, tuve el honor de dictar, en la Academia de La Haya de Derecho Internacional, un curso sobre transporte marítimo y régimen portuario (Transport Marítime et Régime Portuaire) y al ser presentado, en mi primera clase frente a 200 alumnos, se destacó que procedía de un país con personalidades, en el campo del derecho internacional, como José Batlle y Ordóñez, Baltasar Brum, Alberto Guani y Eduardo Jímenez de Aréchaga. Puedo asegurarles que me emocioné profundamente por la responsabilidad que ello implicaba y por la mención a esos ilustres compatriotas que no esperaba fueran citados en esas circunstancias.
Realmente no me sorprendió la mención de Brum, Guani y Jímenez de Aréchaga, pero sí lo hizo el que se recordase la brillante participación que tuvo José Batlle y Ordóñez en la 2ª Conferencia para la Paz de La Haya, de 1907, donde su propuesta constituyó un planteo de verdadero contenido histórico en la evolución y desarrollo del derecho internacional.
En efecto, Batlle, en esta conferencia, efectuó una exposición que, al decir de Samuel Blixen, que lo acompañaba en carácter de secretario, sorprendió a todos los representantes de los países que habían concurrido a ese evento. A través de la misma, propuso una forma de arbitraje obligatorio a cargo de las grandes potencias de la época para dirimir los conflictos que podían suscitarse en la comunidad internacional.
Los periódicos más importantes de Europa, como el Lokal Anzeiger de Berlín, Il Sécolo de Milán, La libre parole de París, emitieron comentarios elogiosos sobre el planteo del político uruguayo y de su personalidad y pusieron de relieve al pequeño país al que él representaba y estos temas fueron temas de conversación y análisis en los foros especializados de la época. Incluso, en mi opinión, el mejor internacionalista de América del siglo XX, Eduardo Jímenez de Aréchaga, sostuvo que el planteo de Batlle es un antecedente necesario para el análisis de la génesis de la sociedad de las naciones y de las Naciones Unidas.
Debemos respetar y fortalecer esa trayectoria que ha prestigiado a la república a través de una política internacional coherente, ponderada, planificada y reservada. Hay que descartar personalismos, analizar con especialistas los objetivos que la misma debe de alcanzar por la vía diplomática y ser muy prudentes en materia de declaraciones públicas. Pienso que la política exterior debe ser analizada en la intimidad de los gabinetes y que no debe ser ventilada en los medios o en las redes sociales.
El profesor Philippe Cahier, una gloria del derecho diplomático, que me honró con su amistad, sostuvo que es “conveniente que el diplomático sea discreto y reservado aun mostrando curiosidad por los problemas ajenos, que aprenda a escuchar mejor que a brillar hablando demasiado y que sus observaciones sean juiciosas y llenas de tacto” (Derecho Diplomático Contemporáneo, Madrid 1965, 227).
Para finalizar, debo de admitir que mis conceptos pueden ser anacrónicos y obsoletos, pero, después de haberme desempeñado en el Ministerio de Relaciones Exteriores por casi 40 años y haber servido bajo la conducción de excelentes cancilleres, como lo fueron José Antonio Mora Otero, Luis Barrios Tassano, Héctor Gros Espiell, Enrique Iglesias, Sergio Abreu y Didier Opertti, creo que alguna credencial tengo para exponer mi opinión sobre el tema tratado.
Dr. Edison González Lapeyre