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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn un país que produce alimentos para más de 30 millones de personas y construye miles de viviendas nuevas cada año —además de contar con decenas de miles de viviendas vacías— es simplemente inaceptable que sigan muriendo personas por vivir en la calle.
No hay eufemismo que disimule el fracaso: hasta una sola muerte por esta causa es inadmisible. Y sin embargo, asistimos cada invierno a la misma escena repetida, con el agravante de que se vuelve rutina. Muere alguien, se enciende el debate por unas horas, y luego vuelve la indiferencia. Mientras tanto, la política institucionalizada se limita a un juego de señalamientos cruzados: ver quién mató menos por omisión.
Ese cinismo es el que termina por matar algo aún más peligroso: la fe de la gente en la política como herramienta de transformación. Porque si un Estado no puede evitar que una persona muera de frío, hambre o abandono en la calle, ¿para qué sirve?
No se trata de falta de recursos, sino de prioridades y de usar la lapicera para efectuar cambios reales. Lo demás es excusa.
Atentamente,
Federico Imparatta