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    domingo 16 de noviembre de 2025

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    Porque los muertos no votan

    Sr. director:

    Tal vez el título no sea del todo exacto para describir lo ocurrido, pero encierra una verdad incómoda: el poco respeto que la Intendencia de Montevideo (IM) y quienes la integran demuestran hacia quienes descansan en el Cementerio del Buceo y hacia sus familiares.

    Al menos en tres ocasiones, en los últimos años, miembros de mi familia que fueron a visitar nuestro panteón familiar se encontraron con el mismo escenario dantesco: la tapa del sepulcro rota, el panteón abierto y los cajones de nuestros seres queridos revueltos, abiertos, profanados. Claramente, alguien ingresó buscando algo que pudiera vender por unas monedas.

    En cada una de esas ocasiones me ocupé personalmente de reparar el daño y de recomponer el desastre interior. La última vez, cansado de la reiteración y de la impotencia, pedí autorización para colocar una reja que impidiera nuevos destrozos. La respuesta fue inmediata: no.

    Aun así, insistí. Mostré fotos, expliqué la situación a un funcionario de la IM que, al menos, tuvo la humanidad de entender. Abrió un expediente para que los arquitectos del organismo se pronunciaran. Un año después —supongo que por la “complejidad” del caso— llegó la respuesta: negativa.

    El argumento fue impecable desde el punto de vista técnico: la infraestructura pertenece a la IM y se debe preservar la “uniformidad arquitectónica y estética de los cementerios públicos”. También mencionaron razones “operativas”, tan vagas como cómodas.

    En definitiva, primó el criterio de un arquitecto que parece vivir en un cementerio ideal —ordenado, uniforme y perfectamente simétrico—, mientras en el cementerio real los sepulcros son violentados una y otra vez sin que nadie se dé por enterado. Una disociación entre el mármol imaginario y el abandono de la tierra real.

    Ojalá alguien con sensibilidad humana y autoridad suficiente lea esta carta. Y que, por una vez, la intendencia recuerde que detrás de cada tumba hay personas vivas que sufren, aunque —claro— los muertos no voten.

    Ing. Carlos Ham