• Cotizaciones
    miércoles 19 de marzo de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Salsipuedes en la tierra purpúrea

    Sr. Director:

    Volvió a manifestarse estos días, en distintos ámbitos, el ya rancio empeño por denigrar la memoria del héroe de la independencia, primer presidente uruguayo y fundador del Partido Colorado, Fructuoso Rivera.

    Rivera combatió en Las Piedras junto a Artigas, en 1811, y después de una vida de luchas, trabajos y fatigas murió en las cercanías de Melo el 13 de enero de 1854, cuando volvía a Montevideo para integrar, junto a Lavalleja y a Flores, el triunvirato que habría de gobernar el país. Los detractores del caudillo reducen más de 40 años de servicios a la patria al episodio de Salsipuedes y por esa causa dictan sentencia de condena contra el hombre a quien la independencia del Estado Oriental le debe más que a nadie. No tienen razón y hay que decirlo, por respeto a la memoria de Don Frutos y a la de todos aquellos bravos orientales que durante décadas pelearon orgullosamente junto a él, así como en defensa de la conciencia histórica de la nación, que resultaría deformada si se admitiera en silencio la infamia propalada contra uno de sus héroes fundadores.

    El siglo XIX oriental fue bárbaro y sangriento. La sangre empezó a correr con las invasiones inglesas (1806-1807) y siguió corriendo en las guerras por la independencia contra los españoles, los porteños, los portugueses y los brasileños. Nació luego el Estado Oriental, con la Convención Preliminar de Paz de 1828 y la Constitución de 1830, y la sangría continuó: las “revoluciones” lavallejistas durante la primera presidencia de Rivera, los levantamientos de Rivera durante la presidencia de Oribe, la Guerra Grande, años después la Hecatombe de Quinteros (1858), la Cruzada Libertadora de Flores y el sitio de Paysandú (1864/65), los asesinatos de Venancio Flores y Bernardo Berro el 19 de febrero de 1868 y la matanza subsiguiente, la Revolución de las Lanzas (1870/72), la Revolución Tricolor (1875), la del Quebracho (1886), la del 97, la de 1903, la de 1904… Alguien contó esas “revoluciones” y fueron más de 70 en el siglo XIX; la sangre corrió a raudales en esta tierra.

    Los enfrentamientos eran cruentos. En Carpintería (1836), los colorados (derrotados) dejaron 200 cadáveres en el campo de batalla. Tres años después, en Cagancha, el parte de la victoria de Rivera dice que causó a Echagüe 1.000 bajas, entre muertos y heridos. En India Muerta (1845) el ejército de Urquiza dio muerte a unos mil soldados de Rivera (degollaron a los prisioneros).

    Por eso un escritor argentino, Guillermo Hudson, escribió una novela ambientada en este lado del río Uruguay y llamó a esta La tierra purpúrea: estaba empapada en sangre.

    Quienes se mataron despiadadamente durante casi un siglo formaban parte de la misma sociedad, hablaban el mismo idioma, creían en el mismo Dios, compartían usos y costumbres, muchos habían peleado juntos contra la dominación extranjera y con frecuencia estaban ligados por vínculos de amistad o parentesco. Todos los orientales se reconocían sometidos a la misma Constitución, la de 1830, que aunque era permanentemente ignorada o violada no dejó nunca de ser el símbolo de la vida pacífica y regida por la ley a la que todos decían aspirar.

    Pese a la existencia de todos esos vínculos, de ese sustrato común sobre el que se iba construyendo lentamente la nación, los orientales de aquellos “tiempos recios” —tomo un título de Vargas Llosa— no encontraron la manera de dirimir pacíficamente sus disputas; terminaban a tiros y puñaladas por las calles de Montevideo, o —más a menudo— chocando salvajemente a lanza y sable en los campos y cuchillas de la campaña. La sociedad todavía no había aprendido a vivir en paz, y el Estado no tenía cómo imponer esa esquiva paz de modo duradero (y así fue hasta 1904).

    Ubíquese en este panorama general el episodio de Salsipuedes y saltará a la vista lo anacrónico e injusto de las recriminaciones a Rivera. Los charrúas y sus tolderías —en las que como es bien sabido se refugiaban malvivientes de toda laya y origen— eran irreductibles a las reglas mínimas de convivencia de la sociedad criolla. Nómades y primitivos, robaban ganado y solían matar a los paisanos que se atrevían a vivir en la soledad de los campos de entonces, incendiando sus ranchos y secuestrando a sus mujeres. No tiene ningún sentido pretender que con relación a quienes actuaban de esa manera, se tuvieran más contemplaciones y miramientos que los que se tenían recíprocamente blancos y colorados.

    Desde los tiempos de la Colonia española se sucedían los reclamos de los vecinos a las autoridades para que pusieran coto a los desmanes de esos grupos con los que era imposible convivir. Artigas, como oficial de Blandengues, integró varias misiones encargadas de reprimir a los “infieles”, como se les llamaba. En el Archivo Artigas obran los documentos —partes redactados por el propio Artigas— en los que constan esas actividades y sus resultados. Así por ejemplo: el parte correspondiente a la acción de Guirapuitá (1805) da cuenta de que fueron muertos “20 de aquellos bárbaros”, y capturadas 23 personas entre mujeres y niños.

    Que alguien muestre por favor, si es que existe, la escala según la cual 20 indios muertos no empañan la gloria de Artigas, pero 40 indios muertos —cifra pequeña, en comparación con la de las víctimas en las “revoluciones” que enfrentaban a blancos y colorados, según se vio— configuran “genocidio” o “masacre” y justifican la estigmatización de Rivera.

    ¿Es necesario señalar que en 1831 no había Mides, ni políticas públicas tendientes a rehabilitar a los delincuentes e incluir a los marginales? Para el Estado Oriental y sus escasos pobladores, las tolderías errantes de los charrúas no eran un “problema social” sino una amenaza permanente, un peligro que debía ser encarado y neutralizado por la fuerza pública.

    Llegada la hora del enfrentamiento no se podía dar ventajas a los charrúas, que eran guerreros temibles. Los que le reprochan a Rivera haberlos “engañado”, ¿creen acaso que hubiera debido notificarles con anticipación que se proponía atacarlos? Los que le recriminan haber abusado de la superioridad de su fuerza militar, ¿piensan que hubiera debido pactar la igualdad de condiciones en combatientes y armamento, como si se tratara de una competencia deportiva y no de un enfrentamiento bélico? La humanidad de Rivera no estuvo en arriesgar la seguridad de sus propios soldados —lo que habría sido incumplir su deber de jefe militar—, sino en causar un número limitado de bajas y tomar 300 prisioneros.

    La única fuente documental de conocimiento de los hechos de Salsipuedes es el parte del propio Rivera, en el que consta el dato de los 40 muertos entre los indios y un muerto —Maximiliano Obes, el hijo del ministro— y 9 heridos en la fuerza pública. Lo demás son inventos, ficciones de un gran novelista —Eduardo Acevedo Díaz— que escribió un cuento —La cueva del tigre— en el que dio rienda suelta a su imaginación para crear personajes, escenas y diálogos.

    Ficciones y anacronismos aparte, Salsipuedes es un episodio más de los tantos en los que quedaron de manifiesto las carencias de una sociedad y un Estado que no tenían el equipamiento cultural ni institucional necesario para resolver sus problemas de otra manera que mediante el empleo de la fuerza. Así fue nuestro siglo XIX: violento y sangriento.

    En medio del caos, la barbarie y el peligro permanente de esos tiempos tremendos, hombres hubo que dedicaron su vida a hacer patria. Fructuoso Rivera, el caudillo más popular después de Artigas, fue uno de ellos y merece que así se le recuerde.

    Ope Pasquet