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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEsta prisión de Sarkosy me revivió los momentos tristes, en los que mi aprecio por el francés y por la República Francesa fue duramente cuestionado.
Cuando Gas Sayago, el plan de importar gas licuado LNG por una de las grandes distribuidoras mundiales, para tener energía barata en el Río de la Plata, parecía un sueño de países desarrollados. Permitiría, además, que la inversión no la realizáramos nosotros, sino la misma empresa distribuidora, que ya se aseguraría un mercado enorme para los próximos veinte años.
Lo dos candidatos principales eran Enagas, la principal distribuidora del mundo, que, desde una España sin gas, se ocupa desde el comienzo de encontrarlo en los mejores productores en todo el mundo. Y la otra, Gas de France, en una asociación con capitales kasajistanos interesados en colocar el gas natural.
Asociados con FCC en el diseño de la terminal, con el mejor ingeniero marítimo español y el mejor ingeniero en terminales de Canadá, con experiencia en Canadá, Estados Unidos, Australia, Perú, Uruguay, terminamos diseñando a medida una terminal con cajones flotantes de hormigón que se fabrican en la bahía y se remolcan y colocan en el sitio en tiempo bueno. A otra escala, lo mismo que se hizo en el muelle Mántaras en el Puerto de Montevideo.
Muy probablemente, si hubiera sido otro gobierno, que no Mujica, ya estaría funcionando. Pero no.
En la parte técnica, con el apoyo de un ingeniero argentino genial en la logística de la oferta, un capitán holandés de dragado, llegamos a una terminal con 1% de probabilidad anual de falla, 100 años de vida útil, donde los buques de LNG atracarían en todo tiempo sin problemas. A la mitad del costo de las otras soluciones, y el precio del gas más barato de todas las ofertas.
Pero fue descartado por razones técnicas, que nunca dijeron porque eran mentiras, por orden de Mujica a la empresa pública formada por Ancap y UTE.
Cuando les expusimos a los delegados de Enagas que las otras dos ofertas no cumplían los requerimientos del llamado, en cuanto los rompeolas tenían probabilidad de falla anual de 10% a 20%, comprobable, sacudieron la cabeza.
—No se preocupe —dijeron—, perdimos el interés en el cliente.
Por la experiencia en comercio internacional, les pidieron una comisión sobre la obra y después también sobre el gas que se vendiera. Enagas no lo podría hacer.
Después vino Sarkosy. Como se comprobó ahora, el presidente francés no era demasiado trigo limpio. Vino con una oferta para Mujica, pero cuando la presidenta de Brasil negoció algo que a Mujica le gustó más, vale lo del juego del truco que Sarkosy no conocía: ¡decir “sí” no es lo mismo que decir “quiero”! Y firmar. El Pepe lo hizo viajar de gusto a Montevideo, y el francés quedó recaliente. Quedó mal con sus socios kasajistanos y ordenó a todas las empresas francesas dejar el Uruguay.
Y aunque no todas lo hicieron, el banco cooperativo Credit Agricole sí se fue y dejó un tendal de compromisos de desarrollo semihundidos.
Yo estuve con el embajador francés en ese entonces, no quería que el banco se fuera, pero era orden de arriba. Hasta el presidente del banco en Francia renunció por este tema.
Al final, terminó como muchas del gettatore Pepe, lo peor para Uruguay. No se hizo la terminal, solo unos pilotes para marcar un desastre, pagamos millones de dólares que se escondieron para que no se sepa cuánto perdimos, y la energía que iba a ser barata, ahora es la más cara de la región y entre las más caras del mundo. Para que otros produzcan barato y tengan trabajo, mientras nosotros importamos todo, y tenemos compatriotas parados.
Como experiencia, miremos alrededor y escuchemos a la ministra de Industria. Si es cierto que hay que tener una política energética consistente, pero no mire al siglo XIX y José Batlle. Seamos honestos y dejemos competir en el mercado a todo el que quiera con reglas claras. UTE y Ancap como empresas públicas han sido un fracaso, la unión de las dos en Gas Sayago fue un desastre, hasta el mejor ingeniero que tenían renunció cuando vio cómo se manejaban. Hagamos una política de Estado, en la que no sean los sindicatos ni los políticos los que manejen Ancap y hagan desastres, como fue el ingeniero Daniel Martínez. La boya de José Ignacio tiene en el fondo un lago negro impresionante de derrames del que nadie habla, y la planta de Ancap no puede estar en la bahía, donde un atentado terrorista volaría la mitad de Montevideo.
Ing. Jose M. Zorrilla