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    Uruguay y el narcotráfico (II)

    Sr. director:

    En una reciente entrevista en Informativo Sarandí, Diego Sanjurjo, asesor del Ministerio del Interior, acompaña las declaraciones del ministro Carlos Negro acerca de la imposibilidad de “ganarles la guerra” a los narcos porque, según él, no hay un ejército contra el que luchar, sino solo un mercado. Concluye que “la guerra se va a poder ganar solo si evitamos que generaciones futuras se sumen a ese negocio”, y para eso hay que “darles a esos adolescentes algo que sea más atractivo”.

    Así entonces, los “expertos” nos dicen que no se puede evitar el problema narco y lo único que puede hacerse es “controlarlo” (lo que sea que eso signifique, que Sanjurjo no aclara). Como ejemplo del nueve de lo que dicen nos habla de que los Estados Unidos gastan trillones de dólares para combatir el narcotráfico y el consumo interno sigue allí, creciendo (¿será que no existen en el mundo experiencias exitosas contra el narcotráfico?).

    En otras palabras, según el citado asesor, es necesario asumir que ese problema no se puede resolver y solo resta “administrarlo”, esto es, supongo, aceptar que cada tanto habrá una disputa por territorio entre narcos, y que regularmente la población pagará un precio, sea en reclutamiento de jóvenes, peajes, corrupción u otras formas de violencia. Lo que se desprende de las palabras de Sanjurjo es que esas ilegalidades y esa violencia se tolerarán en una suerte de sociedad de hecho con los narcotraficantes.

    Inevitablemente, surge la pregunta de cómo harán Sanjurjo, Negro y el resto de su equipo para “controlar” que a los narcos no se les ocurra subir la apuesta para ganar más dinero, ya que solo se trataría de eso, un asunto de “mercado”, y que no se queden con el país entero.

    Yo no soy experto en el tema, aunque a juzgar por lo que escucho y leo nadie parece serlo. Claramente, en cualquier caso, no estoy dispuesto a aceptar el discurso de brazos caídos de los jerarcas del gobierno actual.

    Al menos puedo pensar sin ataduras y comunicarme, como lo hago por el presente medio, con quienes se supone que tienen la solución. ¿Quiénes son? En una democracia como la que tenemos: mis conciudadanos. Somos los ciudadanos quienes elegimos representantes para que gobiernen, y si los electos nos dicen que no pueden gobernar o no pueden hacerlo como se requiere, o no nos dan la confianza que se necesita, es nuestra responsabilidad cambiarlos por quienes estén dispuestos a encarar y resolver el problema.

    Es decir, primero, pedir que renuncien Carlos Negro y los miembros de su equipo que piensen como él. Y si nuestro presidente no lo considera pertinente, pedirle que renuncie él mismo.

    Que me perdonen los “expertos”, pero no solo no conforman las (inexistentes) soluciones que plantean ante el problema, sino tampoco su diagnóstico de situación. Sanjurjo plantea que la única “solución” (y a largo plazo) es darles a los jóvenes algo “más atractivo” que lo que les ofrecen los narcotraficantes. ¿Qué sería eso concretamente, Sr. Sanjurjo? ¿Más dinero? ¿Más poder? ¿Puede aclarar su propuesta?

    Mientras tanto, humildemente, lo contradigo.

    Vivir en sociedad no es pedir y que se nos dé lo que se pide, sea esto más o menos atractivo. Ese es un mero enfoque consumista, muy de actualidad, por cierto, pero incompleto e inmoral además de impracticable. La convivencia en sociedad involucra derechos pero también obligaciones y responsabilidades. El Estado nos protege y nos brinda oportunidades, pero los ciudadanos tenemos que esforzarnos por labrar nuestro futuro, actuando para ello con base en las reglas de juego que nos damos entre todos (la Constitución y la ley), y tales reglas suponen que aceptemos el resultado de nuestra acción legítima, sea o no el que quisiéramos que fuere. Esto es lo mejor que puede lograrse.

    Por cierto, que cada uno de nosotros querríamos que se nos diera todo aquello que pedimos, ya sea porque lo consideramos justo o solo porque lo deseamos. Pero eso no es posible en el mundo en que vivimos (tampoco lo ha sido nunca). O es posible solo hasta cierto punto, cuando colectivamente priorizamos. Podemos ponernos por delante los sueños que queramos, pero hoy en día y ahora, como repetía mi viejo, “las cosas son como son y no como queremos que sean”. Esto no significa resignarse, que supone eliminar una expectativa hacia el futuro, sino que significa aceptar lo que se tiene, desde donde se parte.

    El deseo viene siendo uno de los problemas acuciantes de nuestra época. Me refiero al que el filósofo y educador español José Antonio Marina describe en su excelente libro El deseo interminable (ed. Ariel, 2023): en breve, demasiado simplificadamente, el deseo que desconsidera los valores y pretende imponerse, incluso, a ellos y a todo lo demás.

    Aterrizo rápidamente. No se resuelven los problemas del narcotráfico, ni los demás, satisfaciendo los deseos de los jóvenes mejor que a través de aquella práctica, como sugiere Sanjurjo. No se trata de igualar y superar la oferta de los narcos, algo que desde ya, además de injusto, es impracticable. Se trata de enseñarles a los jóvenes y recordarles a los adultos los prerrequisitos de convivir en sociedad, y mostrarles que ciertos valores que nuestra civilización ha venido desde hace mucho tiempo defendiendo son suficientes para una vida digna y satisfactoria: los que están implícitos en nuestro Estado de derecho.

    Por cierto habrá, como han existido siempre, quienes no estén dispuestos a aceptar las reglas de juego de la convivencia social. Esos, lamentablemente, no tienen cabida en la sociedad. Es lo que establecen esas reglas de juego de las que hablamos. Y esas reglas que nos dimos… hay que aplicarlas.

    Leonardo Decarlini