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    Víctimas de su propio verso

    Sr. Director:

    No fue la primera y no es la única, cierto, pero, sin perjuicio de eso, en nuestro país ha sido la izquierda quien entronizó el tema de la corrupción como arma política.

    La usaron con fruición contra el Dr. Lacalle Herrera y contra el Cr. Braga, con furibundas calumnias, que fracasaron jurídicamente, pero alcanzaron su verdadero fin: lo que los gringos llaman “character assassination”. Y volvieron a la carga más recientemente, haciendo de la corrupción su bandera electoral: “Que gobierne la honestidad”.

    Más allá de ciertos éxitos puntuales, enchastrando a algunos dirigentes, el asunto se les dio vuelta como carretilla de mano: Carreras, Cairo, Arim y ahora la Sra. Koch, exdirectora de la ANP, que la sacó del estadio: cobro de sobresueldos, ascenso a jefe de su marido, nombramiento de 22 cargos de gerentes, subgerentes y jefes y el pase de su chauffeur a subjefe. Así nomás. De una.

    Ahora, más allá de esta suerte de justicia divina, la práctica de ejercer la maldad, por la vía de la calumnia, daña el funcionamiento de la democracia.

    Para empezar, instaló la creencia de que somos un país corrupto, dirigido por políticos corruptos. Porque se equivoca quien crea que con una buena calumnia perjudica quirúrgicamente a su adversario: el grueso de la gente, ante cada instancia de acusación, concluye que “son todos iguales”. Desemboca en otro golpe al prestigio —necesario— de la democracia.

    Yo no creo que nuestra democracia sea corrupta. Hay casos de corrupción, no lo niego, pero no del tipo y con la cotidianeidad que tipifican a un sistema como corrupto, con una dirigencia política que se enriquece chupándole la sangre al país.

    Yo estuve muchos años en contacto con la actividad política e incluso la ejercí en primera fila durante ocho, y, salvo un caso (de un diario que se ofreció ponerse al servicio del presidente si este conseguía borrarle los pasivos tributarios), jamás recibí la menor sugerencia ni percibí algo así a mi alrededor, sin diferencias por partidos.

    Hace unos años, un importante dirigente de mi partido se me enojó en un momento en que yo declaré públicamente que ponía las manos en el fuego por la honestidad del entonces ministro Danilo Astori, lo que era totalmente cierto.

    No digo que sea una prueba concluyente, pero es más que significativo que, si uno analiza la principal dirigencia política oriental, tiene que concluir que no hay casos de personas que se hayan enriquecido con la política. Gestido, Pacheco, Bordaberry, Ferreira Aldunate, Carlos Julio Pereira, J. M. Sanguinetti, Lacalle Herrera, Jorge Batlle, Seregni, T. Vázquez, Mujica, Lacalle Pou… ni uno de ellos. Entonces, no sigamos usando el cuco de la corrupción como arma política.

    No es condenable solo por el daño personal que produce. También perjudica el funcionamiento de la democracia y la calidad de vida de nuestra sociedad. Entre otras cosas, porque se transforma en una fuente de normas “imaginativas”, para, supuestamente, evitar y luego sancionar a la corrupción y, muy especialmente, por convertirse en uno de los mayores impedimentos para que la gente se dedique a la política (es decir, al servicio de los demás).

    A la sociedad no le hace ningún bien la corrupción. Tampoco la calumnia.

    Ignacio De Posadas