—La inteligencia artificial que conocimos hace cinco o 10 años es distinta a la que estamos viendo ahora con los grandes modelos de lenguaje, como el ChatGPT. La anterior reemplazaba tareas en el sector servicios que eran rutinarias y de baja calificación; esta reemplaza las de alta calificación. Puede ser el programador o eventualmente el ingeniero. Reemplaza la calificación. Es un fenómeno nuevo al cual recién nos estamos adaptando.
Los tecnólogos estiman —con mucha incertidumbre— que en un lapso de 20 o 25 años vamos a acceder a inteligencia artificial general, no generativa, que básicamente se define como un programa que es capaz de hacer todo lo que hacemos los humanos al menos al mismo nivel, e incluso mejor en muchos casos. Esto no implica que nosotros solo vayamos a consumir bienes y servicios hechos por este tipo de inteligencia, pero potencialmente la tecnología va a habilitar a sustituir todos los trabajos y actividades humanas.
—¿Cómo afectaría eso en los salarios?
—El límite de la sustitución de facto de los empleos —no la teórica o hipotética— dependerá mucho de qué es lo que acepte el consumidor, el usuario.
Por ejemplo, podríamos imaginar que un robot alimentado por inteligencia artificial pueda cuidar niños; otra cosa es que yo, como padre, quiera que mi hijo sea cuidado por un robot. Habrá límites a la sustitución establecidos por las demandas propias del consumidor. Creo que de acá a 10, 15, 20 años habrá una demanda específica de cosas hechas por humanos.
—¿Esas cosas creadas o provistas por personas valdrán más que las producidas mediante la tecnología?
—Sí. Este es un punto que hace más o menos 100 años ha señalado el filósofo Walter Benjamin. Hay una diferencia muy clara entre un póster de la Gioconda y el cuadro original. E, incluso, si un copista profesional lo replicase de manera indistinguible a simple vista, saber que una es copia hace que valga poco, mientras que el original es infinitamente valioso. Benjamin lo llamó el aura del arte. La demanda humana busca ciertas cosas que están asociadas con la unicidad del factor humano. Algo de eso va a estar operando.
La pregunta es: ¿cuáles de los trabajos o actividad estarán protegidas por esta —entre comillas— demanda de aura? Se me ocurre que la interfaz humana de los docentes de primera infancia, de primaria e incluso de secundaria será insustituible a pesar de que potencialmente pueda ser sustituida. Lo mismo (sucede con) los cuidadores de adultos mayores, los terapeutas, el médico clínico o el cocinero: voy a querer ir a un restaurante para que me cocine una persona, e incluso verlo en su tarea, no una máquina, aunque lo haga con igual calidad. No voy a ir a un recital de música artificial; querré ver a los músicos. No voy a querer ver partidos jugados por máquinas que sean deportistas profesionales.
Pero, por más que haya una demanda de trabajos humanos y con una interfaz humana, los trabajos remanentes serán muchos menos que los actuales. O sea, se van a perder trabajos.
—¿La profesión docente o la de psicólogo se remunerará mejor que la del ingeniero?
—A juzgar por la evidencia hasta ahora, la respuesta es no. Doy un ejemplo: en Estados Unidos, en los últimos años, una de las ocupaciones que más crece al menos en porcentaje es la de cuidado de adultos mayores. Pero, a pesar de esa mayor demanda, estos trabajadores siguen cobrando salarios muy bajos y cercanos al mínimo. Por algún motivo, algunas ocupaciones son remuneradas muy por debajo de su valor social, como la docencia y los artistas o creadores, salvo muy contados casos.
En el futuro, en la medida que la mayoría de los trabajos calificados sean sustituidos por un programa, los humanos tendremos que reeducarnos y empezar a pensar el trabajo desacoplado de la remuneración. Me preguntó qué trabajos subsistirán en el futuro y yo puedo dar ejemplos posibles. ¿La gente va a vivir de esos trabajos y va a ganar más porque haya demanda remanente de trabajo humano? Posiblemente, no. Posiblemente, viva fundamentalmente de transferencias o de bienes públicos. Hoy lo que llamamos trabajo lo llamamos trabajo remunerado; a futuro, posiblemente el trabajo sea más parecido a lo que hacían los griegos clásicos, que nunca trabajaron en su vida en el sentido tradicional. Nos dedicaremos a hacer cosas por ahí donde nos sintamos realizados, desde hacer deportes o jugar juegos de computadora. La gente decidirá qué hacer con su tiempo libre y vivirá de una fuente de ingreso no necesariamente asociada al trabajo. La tecnología nos abriría la puerta a acercarnos más a nuestra humanidad y a estar menos condicionados por la subsistencia y por pagar para cubrir las necesidades básicas. Ahí viene la teoría del ocio.
Esto es como los sapos en el agua hirviendo; ya estamos en el agua y se está calentando. Hay que actuar antes de que estemos totalmente cocinados Esto es como los sapos en el agua hirviendo; ya estamos en el agua y se está calentando. Hay que actuar antes de que estemos totalmente cocinados
—Con frecuencia se piensa en cómo afecta la tecnología al sector privado, ¿pero se terminará el funcionario público tal como lo conocemos ahora? ¿Habrá aparatos estatales más chicos?
—Es una pregunta difícil de responder. Da la sensación —y la pandemia lo desnudó de manera gráfica— que en muchos países sobra gente. Hoy muy probablemente se podrían digitalizar y automatizar muchas de las funciones del Estado, sobre todo las administrativas: docentes, policías y médicos son otra cosa. Son trabajos privados, entre comillas; el administrativo sí tiene bastante para perder.
—Antes habló sobre la teoría del ocio y dijo que la gente no necesariamente vivirá de una remuneración. ¿Cómo se financia la subsistencia?
—La discusión es cómo debería ser la política o el contrato social para redistribuir el producto de la tecnología, de manera tal que la mayoría o todos los ciudadanos puedan consumir. Si no, puede pasar que haya mucho dinero en pocas manos, que quede mucha gente sin trabajo y con ingresos de subsistencia, que se genere una sociedad dual de ricos y pobres y que haya una depresión económica secular, porque los ricos consumen una proporción menor de sus ingresos y se saturan de consumo. Hay que prepararse desde ahora para encarar esto.
—¿Qué propone?
—En el libro discuto algunas de las propuestas que están dando vueltas. Se podría tener un Estado que provea muchos más bienes y servicios de manera de reducir el costo de esa canasta de subsistencia. O, a partir de un sistema tributario progresivo que haría que la concentración de la riqueza le deje mucha más recaudación al sector público, se podría redistribuir a través de transferencias fiscales universalizadas.
Por esto en los últimos años volvió a popularizarse la idea de un ingreso universal y se discutió no en tono woke o progresista sino en Silicon Valley y en Davos, porque son los mismos empresarios quienes ven que la concentración genera problemas de demanda al sistema capitalista. Tenemos que encontrar la forma de reorientar esa riqueza por alguna de estas dos vías.
—Su mirada parece ser más de la de un tecno-optimista que de un apocalíptico ante la disrupción tecnológica. ¿Es así?
—No estamos condenados ni al éxito ni al fracaso sino a lo que hagamos como humanidad en los próximos años. Este es el período de transición, porque estos cambios llevarán tiempo, incluso más que los que piensan los tecnólogos al haber barreras culturales, legales, políticas y sociales que marcan la velocidad de la adopción tecnológica. Pero, eventualmente, esto se va a materializar y en el interín tenemos que pensar en cómo adaptarnos. Si la sociedad y sus referentes anticipan ese escenario, se puede llegar a una utopía del ocio; si se deja librado al mercado o se espera mucho para actuar, podríamos tener una sociedad más desigual, con mucho más malestar social y eventualmente una depresión económica que conspire contra la innovación. Porque la innovación implica invertir muchísimo dinero para vender cosas y, si no hay un mercado, esa innovación simplemente aborta.
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—¿Cómo deberíamos prepararnos desde lo educativo para ese mundo del trabajo desacoplado de la remuneración que señala?
—Es una pregunta supercomplicada porque, a diferencia de lo que pensábamos hace 10 años —cuando el consejo era “formate más” como forma de competir con la tecnología—, hoy la calificación es algo que la tecnología sustituye. Entonces, ¿para qué voy a calificarme más si voy a competir con un contendiente que siempre me va a ganar?
¿Qué tipo de competencias y habilidades quiero inculcarles a las personas, no solo como trabajadores sino como humanos? Ahí algunas habilidades blandas serán esenciales para esa interfaz humana. Después, hay elementos de la educación que sirven para que el ser humano aprenda a aprender, que experimente la vida, que tome mejores decisiones y que fomente su bienestar, no necesariamente el económico. Con esa perspectiva es que tenemos que repensar la educación de manera radical; la educación ya atrasa y creo que con el avance tecnológico va a atrasar mucho más.
Sí parece claro que la idea de carrera y de estudiar cinco años para luego desempeñarse 25 o 30 años en una misma ocupación y jubilarse es un derrotero que ya venía siendo obsoleto. Ya está habiendo más rotación, y la idea de que uno trabaja 30 años en una fábrica y se jubila es vieja y no es representativa.
Las carreras deben ser mucho más cortas y menos enciclopédicas, porque muy probablemente la persona se tenga que reentrenar de manera recurrente. Y posiblemente hay toda una serie de formaciones terciarias, que han sido menoscabadas por la educación superior —los diplomas, los cursos cortos—, que deberían estar en el centro del entrenamiento para quien quiera trabajar por lo menos en los años de transición. Así que hay cambios de fondo, en los contenidos, pero hay otros más instrumentales, para hacer mucho más versátiles los procesos de formación superior.
—¿Qué tan urgente es actuar en esta fase de transición?
—La tecnología es como el cambio climático y la demografía, las tres grandes tendencias que van a determinar el futuro de la humanidad, no solo en lo económico. Pero hay una diferencia fundamental entre el avance tecnológico y el cambio climático; en el caso de la tecnología, es imposible mitigarla, porque no hay forma de prohibir su avance. Entonces, hoy tendríamos que estar pensando cómo prepararnos mejor para ese tsunami que está viniendo lentamente. Hoy estamos corriendo muy de atrás, pero capaz que discutiendo esto una y otra vez podemos acelerar la adaptación.
—¿Quién corre de atrás, nosotros los sudamericanos?, ¿o eso pasa a escala global?
—¡En nuestros países ni siquiera empezamos a correr! Lo veo a escala global. Recién el año pasado el gobierno de (Joe) Biden sacó una executive order y la Unión Europea sacó algo asociado a la inteligencia artificial; aparecieron cuatro o cinco cosas relacionadas con el diagnóstico pero, sobre todo, con el análisis de riesgos y algunos lineamientos de regulación. Se despabilaron después de ver el ChatGPT y ver cómo avanzaba rápidamente. ¡Los tomó por sorpresa y recién están dando los primeros pasos! Todavía están corriendo de atrás, porque la tecnología evoluciona a veces más rápido que las soluciones legislativas o políticas.
En nuestros países, al menos los que conozco, no veo mucha discusión. No sé en Uruguay, pero en Argentina es más una fascinación y embelesamiento por el juguete nuevo, pero no veo discusión política de cómo regular o qué tipo de incentivos aplicar.
—¿Es posible ponerle fecha al momento del impacto del tsunami?
—Los tecnólogos hacen un análisis lineal: básicamente se preguntan cuándo la tecnología va a avanzar hasta el punto de hacer ciertas cosas. La implementación no es tan lineal porque, como dije, hay cuestiones políticas, culturales y legales, además de arena en la rueda para dar tiempo a las sociedades para adaptarse. El avance va a ir a marchas y contramarchas: los trabajadores humanos resisten, piden tiempo, piden regulación, inician un litigio como en Estados Unidos contra OpenIA por la regurgitación de contenidos con copyright, pero el avance ya está ocurriendo.
La tecnología va llegando de a poco, pero va a ir dejando el tendal e inevitablemente deprimirá los salarios —sobre todo de los trabajadores de ingresos medios bajos— en la medida que sustituye trabajo. Todo eso está pasando: la participación del salario en el Producto Interno Bruto ha venido cayendo en los últimos años en los países avanzados y también en los en desarrollo. Entonces, ¿cuándo explota? No, esto es como los sapos en el agua hirviendo; ya estamos en el agua y se está calentando. Hay que actuar antes de que estemos totalmente cocinados.