En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En la recta final hacia las elecciones legislativas de octubre en Argentina, la presidencia de Milei queda en su laberinto
En esta competencia no gana el que junta más, sino el que logra impedir que los otros lo hagan; quienes encuentran un límite para sumar adhesiones buscan restar las de los adversarios y mostrar, antes que los atributos propios, que los otros son peores
Argentina atraviesa este año las elecciones de renovación legislativa de mitad de mandato de la desconcertante presidencia de Javier Milei, con comicios provinciales desdoblados y escalonados que desembocarán en la elección de diputados y senadores nacionales el próximo 26 de octubre. Es una elección normal más de renovación parlamentaria, pero esta vez se deciden otras cosas. Un presidente que gobierna sin contar con mayoría propia en el Congreso nacional busca incrementar su representación para facilitar la gobernabilidad en sus últimos dos años de mandato. Y aspirar, si así fuera y la economía mejora sus indicadores, a una reelección.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
El contexto sigue siendo el mismo: la crisis de representación política dejó al electorado huérfano de la política de partidos, navegando sin señales y coordenadas claras, con las ofertas y las demandas entreveradas. Así quedó el mapa político nacional, fragmentado y disperso, volátil y confuso. Los partidos políticos nacionales que expresaban al grueso del electorado con la conformación de mayorías y minorías perdieron gravitación. Sus sellos y siglas van camuflados con nombres genéricos.
En esta competencia no gana el que junta más, sino el que logra impedir que los otros lo hagan. Quienes encuentran un límite para sumar adhesiones buscan restar las de los adversarios y mostrar, antes que los atributos propios, que los otros son peores. Y esto se refleja en la baja participación electoral, en un sistema de partidos en transición o reconfiguración y, por ende, en coaliciones electorales cambiantes, que se van conformando, en cada oportunidad, de acuerdo al momento y al lugar.
En este escenario fragmentado, la polarización puede resultar una estrategia eficaz a corto plazo para ordenar el mapa. Pero, a la vez, impide la conformación de coaliciones estables, indispensables para acompañar las políticas del gobierno o las aspiraciones de la oposición. Y el peronismo, en aquel “subsuelo de la patria” que aparece en el momento menos esperado listo para irrumpir y sublevarse, siguiendo la referencia de Raúl Scalabrini Ortiz, siempre es una esperanza latente y disponible para unos y una sombra amenazante para otros.
Una variable explicativa de cómo se llega a esta circunstancia es la hipertrofia del presidencialismo, de la que Milei es una expresión cabal. La democracia argentina, de Raúl Alfonsín a Milei (1983-2025), puede ser definida como un sistema presidencialista que funciona como una locomotora con un solo motor, en el que la gobernabilidad descansa de manera extensiva e intensiva sobre la fortuna y virtud de quien detenta el timón presidencial. Presidencialismo puro, atenuado formalmente por la reforma constitucional de 1994, con rasgos de hiperpresidencialismo durante el gobierno de Carlos Menem (1989-1999) y evidencias de deficiencias clásicas durante el período interrumpido de Fernando de la Rúa (1999-2001), en los términos en que las distinguió Juan Linz: legitimidad dual, rigidez del mandato, sobrecarga de tensiones sobre el presidente, lógica del ganador único o “suma cero”, parálisis y crisis de gobernabilidad.
Con el estallido político y social de fines de 2001 se produjo la primera experiencia de crisis institucional por renuncia del presidente (Fernando de la Rúa), que se resolvió poniendo en marcha los mecanismos parlamentarios de sucesión previstos por la Ley de Acefalía. Con la gestión de Eduardo Duhalde (2002-2003), surgida del mandato parlamentario y al frente de un gobierno de coalición con responsabilidad parlamentaria, se introdujo un elemento de carácter parlamentarista: un gobierno de coalición en el que si bien la figura del presidente mantuvo sus facultades, gobernó con lógicas y bajo condiciones más cercanas a las de un sistema semiparlamentario. Un sistema “de dos motores”, diría Sartori: cuando uno se apaga o se sobrecarga, se enciende el otro.
Por su parte, la introducción del balotaje o segunda vuelta en la elección presidencial —otra innovación de la reforma del 94— obligó a los competidores a conformar coaliciones más amplias para alcanzar mayorías eficientes. Las elecciones presidenciales de abril de 2003 y la posterior de renovación legislativa en octubre de 2005, con Néstor Kirchner (2003-2007) al frente de una nueva coalición mayoritaria, pusieron en evidencia una voluntad de transformación del sistema político y un proyecto de poder que, sin embargo, terminó refrendando el régimen presidencialista en el ejercicio del gobierno, que continuó y profundizó su esposa y sucesora, Cristina Kirchner, durante sus dos mandatos, entre 2007 y 2015.
Por otra parte, la permanente invocación a la emergencia supuso un refuerzo del decisionismo presidencialista, siguiendo las mismas prácticas que se dieron durante los gobiernos de Menem en los años 90 y luego continuadas durante el corto período de De la Rúa con el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) y las facultades delegadas. Pero, por otro lado, ante la ausencia de liderazgos partidarios fuertes y pérdida de centralidad de los partidos tradicionales, el “presidencialismo de coalición” empieza a verse como una necesidad para poder gobernar, y esa es la matriz de la que nacen los dos protagonistas de la escena política de las dos primeras décadas del siglo XXI que ocuparon el lugar del peronismo y el “no peronismo”: el Frente para la Victoria, luego Frente de Todos, por un lado, y Cambiemos (PRO, UCR y CC), luego Juntos por el Cambio, por el otro. Un ciclo que se agota y llega a su fin con la llegada de Milei.
Recapitulando, los ciclos del presidencialismo argentino a lo largo de las últimas cuatro décadas estuvieron signados por las figuras presidenciales, que constituyeron el polo de referencia central del sistema político. Desde la recuperación democrática de 1983 hubo seis alternancias entre gobierno y oposición (de Alfonsín a Menem, en 1989, de Menem a De la Rúa en 1999, de De la Rúa a Duhalde en 2001, de Cristina Kirchner a Macri en 2015, de Macri a Alberto Fernández en 2019 y de Fernández a Milei en 2023).
Esto quiere decir que ningún partido retuvo la presidencia por más de tres períodos, a lo que se suma que tras el colapso del bipartidismo tradicional en 2001, lo que tendió a producirse es la formación de coaliciones dominantes de distinto signo antes que el trasvasamiento a un partido hegemónico. El bipartidismo tradicional y el predominio del peronismo como movimiento político mayoritario dejan paso a una reconfiguración que sigue teniendo mucho de las formas tradicionales, mientras recoge los cambios y fenómenos emergentes de la Argentina poscrisis.
Hay una corriente de interpretación que tiende a asumir que lo que está en juego es la orientación ideológica de un gobierno o la personalidad de un gobernante, antes que el propio desarrollo de la gobernabilidad democrática, entendiendo a esta última como aquella que dota a los gobiernos legítimos de plenas capacidades para llevar adelante sus políticas y que otorga a las sociedades todas las garantías y mecanismos para que el poder no sea ejercido de manera arbitraria o discrecional y, llegado el momento, decidan con su voto continuidades o cambios.
Gobiernos que se consideran llamados a protagonizar epopeyas refundacionales o salvatajes de la patria, u oposiciones empujadas a asumir un papel contestatario, reactivo o testimonial, tienden a entender la continuidad en el poder como perpetuación y el cambio o alternancia como ruptura. Es este un condicionante que sigue pesando sobre las posibilidades y oportunidades de avanzar hacia una democracia de mayor calidad, que no siga dependiendo tan fuertemente de la existencia —o la vacancia— de un liderazgo presidencial de carácter decisionista. La desembocadura del actual proceso electoral puede conducir a un nuevo sistema de partidos que exprese las preferencias e identificaciones ciudadanas propias de una sociedad pluralista y la posibilidad de la alternancia en el poder como una condición de la democracia, antes que como un problema de ella frente a los mercados que condicionan la gobernabilidad.
O puede conducir a la prolongación de la misma deriva de confusión y desencanto que le abrió a Milei las aguas del Jordán camino a la presidencia hace dos años, aquella en la que abrevó a la hora de pretender aspirar a ser el nuevo y excluyente centro gravitacional de la democracia argentina y ahora le impone sus propios límites. Es curioso, la presidencia Milei, que llegó para cortar con el pasado, no se puede soltar de él: atravesada la prueba de fuego de esta elección, que termina siendo un plebiscito sobre su gestión, puede terminar su mandato como cualquiera de los presidentes que le antecedieron en el último cuarto de siglo: como De la Rúa o como Cristina Kirchner, como Macri o Alberto Fernández. Hay, como intentamos explicar en esta nota, razones sistémicas, pero también juegan —acaso de manera definitoria— los razgos personales, la capacidad de aprendizaje y el entendimiento de cuáles son los límites que la realidad impone.