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    Fundación que combate el cáncer busca ampliar sus redes en el interior y aumentar capacidad de su hospedaje

    El hogar La Campana de la Peluffo Giguens ofrece entre 10.000 y 12.000 estadías por año, prácticamente todas de pacientes del interior, atendidos, el 90% de ellos, por ASSE

    Primero, los elogios. Para los hermanos Gallardo, Norberto y Osvaldo, paciente y acompañante, de Carmelo, Colonia, el hogar La Campana de la Fundación Peluffo Giguens es un “hotel cinco estrellas”. No apuntan solo a las comodidades de la que es su casa desde el 19 de mayo, para poder concentrarse en el tratamiento y la recuperación de un tumor en el colon, en difíciles sesiones de radioterapia programadas hasta el 24 de junio. Se refieren a lo humano. “En ningún lado encontrás la atención que hay acá”, asegura Osvaldo, el mayor, de 65 años.

    Luego, la añoranza. Esa para la que no hay remedio, habitación cómoda, comida saludable, cordialidad de los responsables del lugar, compañerismo de los otros huéspedes que están en la misma ni tratamiento que sirva cuando hay que alejarse de casa varias semanas por culpa del maldito cáncer. “Se extraña mucho… Por más fuerte que uno sea, el rancho de uno es el rancho de uno. Quedan los hijos, los nietos. Por eso uno trata de estar bien para ir los fines de semana”, dice Norberto, de 59, un funcionario del Puerto de Conchillas que hoy da la pelea un día después del otro.

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    Los hermanos Gallardo, Norberto (izquierda) y Osvaldo

    Los hermanos Gallardo, Norberto (izquierda) y Osvaldo

    En 2024, 751 pacientes se alojaron en las 21 habitaciones de La Campana, que desde 2005 funciona en un edificio en 18 de Julio y bulevar Artigas. En promedio, por año se registran entre 10.000 y 12.000 estadías, que en palabras de Soledad Izquierdo, directora ejecutiva de la Peluffo Giguens, equivalen a “días de alojamiento, alimentación y contención”, todo gratis para el paciente derivado por médico y para su acompañante. Casi el 100% de los huéspedes son del interior; alrededor del 90% se atienden en la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) o en otras sanidades públicas. Y de no ser por lugares como este, difícilmente podrían tratarse.

    Más allá del alojamiento (habitaciones con dos camas para paciente y acompañante, placard y mesa con dos sillas, baño cada dos habitaciones) y las comidas (tres al día), sus responsables ponen énfasis en la “contención” que brindan. “Es lo más importante. Sobre todo porque es todo lo que no significa el tratamiento médico, que es lo único que no damos”, dice la gerenta del hogar, Laura Sales. Hay asistentes sociales, psicólogos y gente dispuesta a acompañar en una emergencia al lugar donde se haga el tratamiento médico. Hay un hombro para poner porque convivir con el cáncer es convivir con la muerte, y la muerte puede llegar estando en Montevideo. “En esos casos al primero que hay que ayudar es al acompañante y contactar con las familias. Y luego solucionar todo lo que sea posible”, agrega. Esa contención psicológica y social incluye a los 24 trabajadores de la fundación y a los 18 del hogar.

    Tejer redes: la llegada a los departamentos

    María Esther Britos pelea desde el 2006 contra un cáncer de mama, que insiste en irse y volver. La última reaparición del “bicho maldito”, como lo llama, ya no se arreglaba con cirugía y requería sesiones diarias de radioterapia, las que comenzaron el pasado 12 de mayo en el Pereira Rossell. Ella, de 66 años y de Mercedes, Soriano, se enfrentó a una barrera letal para muchos pacientes oncológicos del interior: tener que tratarse en Montevideo, no tener plata para pagarse un alojamiento ni familiares que los puedan albergar por entre 40 y 90 días.

    “Al principio estaba sola, pero luego tuvo que venir mi hermano a ayudarme. A veces tengo sangrado acá en el pecho (se toca) y me cuesta respirar. A veces también me cuesta bañarme, me puedo atar un zapato y otro no”, dice María Esther. Coqueta, no se quita el gorro: no le gusta que la vean sin pelo, consecuencia habitual del tratamiento. Más allá de lo doloroso del proceso, está contenta con los médicos, con el personal de La Campana y con los compañeros de travesía, todos unos perfectos desconocidos hasta hace días atrás, todos aliados en la lucha contra el bicho maldito. “A veces pienso que no me iría de acá”, se ríe. “Si no fuera por mi mamá, que vive sola conmigo y tiene 87 años… Además, es una mamá bien mamá, ‘que no salgas, que está frío, que te va a hacer mal…’. Acá me siento muy bien, estás atendida, te ayudan con lo que precisás. Creo que hasta soy más libre…”.

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    María Esther Britos

    María Esther Britos

    El universo que puede atender La Campana es grande. Según datos que maneja la fundación a partir de registros nacionales, de los 17.000 casos de cáncer que se reportan por año en el país, unos 10.000 son del interior. De estos últimos, un 90% tiene que venir a Montevideo a tratarse y un 60% es atendido en ASSE. La procedencia de beneficiarios en el hogar no guarda relación con las poblaciones departamentales: en 2024 un 16,9% vino de Soriano, con mucha distancia del 9,13% de Salto, 8,26% de Colonia, 6,52% de Treinta y Tres, 6,09% de Salto y 5,65% de Cerro Largo, Río Negro y Rivera, cada uno. También atienden población de Canelones: viajar aunque sea 40 kilómetros entre ida y vuelta puede ser mucho para alguien sometido a sesiones de radioterapia y quimioterapia.

    “Para admitir el ingreso de una persona, lo único que tomamos en cuenta es la recomendación del médico tratante”, afirma Sales, más allá de que en el hogar trabaje un asistente social que valide la situación. Un objetivo de la fundación es aumentar su red de contacto, despareja según lo organizada que estén las sociedades civiles locales involucradas en este tipo de enfermedades. En Soriano, por caso, hay un esquema muy aceitado, cuenta Izquierdo, que se traduce en la cantidad de pacientes que vienen de ahí; “pero en Bella Unión, Artigas, no hay nada”, agrega.

    La directora ejecutiva cuenta que desde este año la fundación está yendo al interior a través de un nuevo integrante que recorrerá los distintos departamentos para formar referentes locales y facilitar tanto la llegada de más pacientes al hogar como que este y su servicio sean más conocidos. “Eso ayuda mucho a la descentralización. Hasta ahora, se organizaban sobre todo en base a la experiencia de expacientes”, asegura.

    Ampliaciones

    Vestido como si estuviera tomando el sol de otoño en su Villa Soriano y no esperando que lo lleven a la clínica COR para una nueva sesión de radioterapia, Manuel Bessón está sonriente. Llegó el 23 de mayo y tiene que quedarse hasta el 17 de junio. Hace dos meses, en una consulta médica en Dolores, a este peón rural jubilado de 68 años le detectaron un cáncer de próstata. Intervención mediante “de un grupo de ayuda que hay allá”, terminó en Montevideo, de la que “no conocía nada”. No viene de paseo, no podía nunca considerarlo, pero pese a todo asegura que pasa bien.

    “Te atienden bien, se come bien, ¡acá me tratan mejor que en mi casa!”, se ríe, esperando que no se entere “la patrona”. Llegó sin conocer nada y trabó amistad con otros dos huéspedes de Soriano, a los que jamás había visto antes. “Acá hay mucho compañerismo, con gente que está en la misma. Se mata el tiempo fácil. Esta gente, aparte, me acompaña a todos lados, hasta cuando me voy el fin de semana a mi pueblo hasta que no saco el boleto no me dejan. Yo tuve la mala suerte de que uno de los primeros días me robaron los documentos en la calle y una persona me acompañó a hacer la denuncia. Todo es ayuda”.

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    Manuel Bessón

    Manuel Bessón

    Los dormitorios actuales se encuentran en los tres primeros pisos. Salvo uno en cada uno, reservado para pacientes inmunodeprimidos, que tienen baño privado y televisor, estos no cuentan con pantalla propia. La idea es, justamente, que se integren en zonas comunes, factor social considerado fundamental para la recuperación. El cuarto piso está lleno de juguetes. Es difícil para un adulto visitante saber si es una imagen más dulce que dura o al revés. Los niños, dicen los responsables, cuando no se están tratando juegan y ríen como si estuvieran en su casa. En ese nivel también hay libros, un caminador, un teclado para quien lo sepa tocar y una Play Station. Como el lugar es amplio, ahí se juega al bingo los jueves.

    Los pisos quinto y sexto, donde hoy hay una sala de reuniones y un depósito para donaciones, respectivamente, van a ser reacondicionados. Este es otro de los cambios que impulsa la fundación, además de su intención de aumentar las redes en el interior: se quiere construir ahí 10 nuevas habitaciones, lo que aumentaría la capacidad hotelera de La Campana en un 50%. También se busca ampliar la cocina y la incorporación de equipamiento como las cámaras de frío. Para eso impulsan desde su página web (fpg.org.uy) una nueva campaña de donaciones. “La Peluffo siempre hizo lo que hizo gracias al aporte de empresas privadas y de particulares”, señala Izquierdo. Los mayores aportantes están homenajeados en chapas colgadas al ingreso de La Campana.

    Según datos oficiales, en Uruguay y por día mueren unas 22 personas a causa del cáncer.

    Cuando surgió la Peluffo Giguens, en 1988, el foco estaba puesto en los niños. En 2016 comenzaron a trabajar con adultos y muy pronto fueron el público mayoritario, el 90%. El promedio de edad de los huéspedes es de en torno a los 60 años. Pero estos días también se alberga una muchacha de 19 años, ciega a causa de esta enfermedad, que se ha alojado en La Campana en distintas etapas, para distintos tratamientos, desde que era una bebé de seis meses.