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    Pobreza infantil: Uruguay está en condiciones de reducirla "de manera significativa", dice referente de Unicef

    La directora global de Políticas Sociales y Protección Social de Unicef dice que aumentar los montos de las transferencias por hijo da resultados a corto plazo; para que sean sostenibles, debe haber una mirada de sistema

    En el entorno de 150.000 niños y adolescentes viven bajo la línea de pobreza en Uruguay. Entre los 0 y los 6 años, los porcentajes de pobreza duplican los de la población general y ese dato alarmante ha llevado a que, al menos en lo discursivo, la necesidad de priorizar políticas sociales en la primera infancia sea un punto de consenso político.

    Esta semana, Unicef llevó a cabo en Uruguay el seminario internacional Inversión en Infancia: Imprescindible para el Desarrollo. La directora global de Políticas Sociales y Protección Social de la organización, la peruana Natalia Winder Rossi, participó de la actividad en la que se presentaron documentos con evidencia sobre los mecanismos más efectivos para abatir la pobreza infantil.

    Uno de los estudios de Unicef concluyó, al estudiar 84 países, que el dinero invertido fue “demasiado poco, demasiado tarde”. El demasiado tarde, alude a la “brecha” de gasto público que existe entre los 0 y los 6 años de vida.

    Uruguay tiene una buena posición regional en niveles de pobreza infantil, pero al compararse con otros países del mundo de niveles similares de ingreso la situación se revierte. Esto se refleja en otro estudio que presentó Winder Rossi.

    “En este momento, hay una oportunidad muy importante para el Estado uruguayo de poder ampliar la ambición: se puede realmente eliminar o reducir de manera significativa la pobreza infantil”, dijo a Búsqueda.

    Al referirse a las herramientas de una política eficiente, señaló que las transferencias son una “plataforma clave” y hay evidencia de que ampliar su cobertura y sus montos da resultados, incluso a corto plazo.

    En esa línea, otro estudio de Unicef sobre Uruguay muestra que las transferencias económicas a los hogares pobres —que en promedio rondan los $ 6.500 mensuales por hogar— permiten que unos 39.000 niños y adolescentes queden por encima de la línea de la pobreza. Si el monto se duplicara, serían 48.000 niños y adolescentes más los que lo lograrían.

    Los resultados que se pueden alcanzar, sin embargo, no son sostenibles si no se comprende que las transferencias no deben ser una política de emergencia sino una de desarrollo social, y si no son parte de un sistema que abarque educación, salud, cuidados y vivienda.

    Lo que sigue es una síntesis de la entrevista que Winder Rossi mantuvo con Búsqueda.

    —Un informe reciente de Unicef sobre inversión pública en infancia de 84 países concluye en términos generales: “Demasiado poco, demasiado tarde”. ¿Eso refleja también la realidad uruguaya?

    —En Unicef tenemos cinco pilares estratégicos. Uno de ellos es el de erradicar la pobreza infantil y acortar las brechas de cobertura en los programas de protección social. Entonces, una parte de ese trabajo es hacer un seguimiento de cómo los países están invirtiendo en infancia: cuál es la trayectoria de ese gasto social, qué tan eficiente es, qué tan transparente es. Si bien la evidencia es clara sobre los impactos de la inversión en la infancia, sabemos también que los países no han priorizado a la infancia en sus políticas públicas. Se habla mucho de que es importante —“los niños son el futuro del mundo”—, pero eso no se ha traducido directamente en políticas públicas. Entonces hicimos este estudio de 84 países que son tanto de renta baja, como media o alta, y el resultado es claro: en todos estos países la inversión es poca, no es adecuada. Sigue siendo un porcentaje muy pequeño del gasto social general. Además, llega tarde, es decir que si bien sabemos que los niños tienen necesidades a lo largo de la vida desde que nacen, hay una brecha y un déficit claro en el período de 0 a 5 años. No es que sea más importante invertir en la infancia que en el resto del ciclo de vida, pero sí que hay un déficit que hay que acortar. El tercer mensaje es que hay mucha desigualdad, en términos de países y dentro de un mismo país entre diferentes sectores (rurales-urbanos).

    —En Uruguay parece existir esa brecha en la primera infancia. Un estudio de 2022, en el marco de un proyecto de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, muestra que después del primer año de vida en el que hay una inversión pública significativa en salud, el gasto cae en el segundo año y recién se recuperan los niveles de inversión en el quinto año de vida, asociados a la educación. ¿Qué hay para hacer en ese período?

    —Una de las cosas claves es no ver la inversión con visión sectorial. Hay que ver la inversión en infancia como un sistema que contempla diferentes puntos de vista: salud, cuidados, educación. La fragmentación es un reto para Uruguay y la vemos en todos los países. Existen programas en educación, en salud, en nutrición; existen registros de familias y de niños en esos diferentes grupos. Pero estos registros no hablan unos con otros. No están conectados. Eso limita un poco el impacto que pueden tener los servicios. Entonces, lo primero es tener una mirada de sistema y de conexión entre programas. Y es necesario abordar las barreras administrativas de acceso: puede haber muchos programas pero las familias no conocen esos programas, o para acceder es necesario pasar por procesos complejos. Eso muchas veces limita.

    —De documentos elaborados por ustedes, surge que una de las herramientas más potentes para abatir la pobreza infantil son las transferencias. ¿Las transferencias tienen que ser el centro de una política eficiente en infancia?

    —Para empezar tiene que haber un compromiso, como sociedad y como Estado, de priorizar a la infancia y erradicar la pobreza infantil. En segundo lugar, tiene que haber una visión de sistema compuesta por diferentes programas que atienden las necesidades desde la maternidad hasta la adolescencia e incluso entrando al mercado de trabajo. Las asignaciones por hijos, las transferencias, son importantes porque permiten abordar las brechas de ingreso, pero también es importante complementarlas con otros programas, como la alimentación escolar o los sistemas de cuidados, que son esenciales para que esas familias accedan al mercado laboral. La evidencia es muy clara en el impacto que tienen las transferencias en el ingreso, pero también en educación, en acceso a salud, en mejor alimentación y en potenciar las capacidades económicas de esas familias. El impacto no es solo en las familias que reciben las transferencias sino en las economías locales. Son una plataforma clave que genera impactos multiplicadores. El segundo estudio que estamos presentando muestra que los países que han podido mover la aguja en pobreza infantil son aquellos que se han comprometido en tener un programa universal de transferencias, que han entendido que las medidas de pobreza infantil no deben ser una curita, sino algo estructural que aborde de manera progresiva las brechas. Las polonias, las coreas, las grecias, el cambio positivo que tuvieron en los rankings de pobreza infantil fue por ese compromiso con una mirada de sistema, de proteger ese gasto social y de tener un programa de transferencias universal. Ese cambio de paradigma se ha visto: no es un costo, es una inversión en desarrollo social.

    —¿Cuánto lleva ver resultados en el abatimiento de la pobreza infantil?

    —Depende, cada país tiene sus trayectorias. Por hablar de un ejemplo, podemos mencionar algo de Estados Unidos. En 2021, en mitad de la pandemia, el Estado introdujo un programa de crédito fiscal para todos los niños por un período de tres o cuatro meses. Gracias a ese programa, se logró cortar a la mitad el nivel de pobreza infantil. El programa se detuvo, porque era un programa de apoyo en la pandemia. Ahora la pobreza infantil volvió a aumentar al doble. Entonces, puedes ver de una manera inmediata y rápida algunos resultados. Pero para que esos impactos sean sostenibles y no desaparezcan, los programas tienen que mantenerse y no estar aislados. Repito mi disco rayado: tienen que estar acompañados por programas de acceso a servicios más amplios de educación, salud, vivienda. Y tienen que verse como programas de desarrollo social, no solamente como programas de emergencia. La pandemia demostró que fueron aquellos países con sistemas de protección más robustos los que lograron tener un impacto menor en los hogares vulnerables.

    —En Uruguay, este tema empieza a aparecer como un punto de consenso político. Si bien no existen acuerdos concretos, sí hay coincidencia discursiva en que es necesario poner acento en la primera infancia. Una de las señales alarmantes es que los niveles de pobreza en niños de 0 a 6 años duplican los de la pobreza general. ¿Cómo se ven estos números desde Unicef?

    —Yo soy peruana. Desde siempre Uruguay ha sido referente en términos internacionales. Cuando miramos a nivel regional, Uruguay está bastante bien. Después de Chile, es el segundo que está en mejor situación. Pero cuando lo comparamos con países de niveles similares de ingreso, la situación de Uruguay cambia en el ranking de manera bastante significativa. Creo que en este momento hay una oportunidad muy importante para el Estado uruguayo de poder ampliar la ambición: se puede realmente eliminar o reducir de manera significativa la pobreza infantil, al mismo nivel y con el mismo tipo de inversión de lo que están haciendo países fuera de Latinoamérica.

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    —Aquí hay programas de transferencias, como las asignaciones familiares, que dan montos de dinero por hijo a los hogares vulnerables. Sin embargo, están estas cifras de pobreza infantil. ¿El camino es elevar los montos de las transferencias?

    —No voy a decir qué es lo que tiene que hacer Uruguay. Sí puedo decir lo que han hecho países parecidos. Una de las cosas es la ampliación de la cobertura. No solamente enfocarse en familias en extrema pobreza. Ir progresivamente a la cobertura universal. Después, está el tamaño de la transferencia para que tenga un impacto en la pobreza. El número específico para Uruguay no lo puedo decir ahora, hay que estudiarlo. También hay cosas que a veces no vemos, como las barreras administrativas de acceso de las que hablaba antes y el vínculo entre los distintos sistemas de información de los servicios que se brindan para un acompañamiento más integral. Lo otro es ver a los programas de protección social como sistema. A veces ponemos a las asignaciones en un lado, la alimentación escolar en otro, los programas de cuidados en otro. Hay que ir a una visión de sistema.

    —¿Qué rol tienen los sistemas de cuidados en el combate a la pobreza infantil?

    —Una vez más, la pandemia sirvió para visibilizar la necesidad de tener sistemas de protección social robustos y la importancia de los sistemas de cuidados. Uruguay ha sido pionero en la creación de su sistema. Es importante que siga adelante. Pero empecemos a ver cómo hacer que esos sistemas de cuidados respondan a la realidad del mercado laboral, a la informalidad del empleo, a los cambios de horario de las madres, a facilitar que madres y padres puedan trabajar y cuidar a sus niños; que no exista esta elección imposible entre ir a trabajar o cuidar a mis niños. En segundo lugar, que esto venga acompañado de políticas laborales claras, como las licencias por paternidad. Tercero, ver de qué manera podemos ajustar los sistemas para que respondan a las necesidades de las diferentes familias. Ese ejercicio es muy interesante para ver dónde estamos, cuáles son las brechas de cobertura y de impacto, ver las oportunidades de mejora. Los sistemas de cuidados son un pilar esencial. Hay que priorizarlos y fortalecerlos para mejorar la participación laboral de la mujer, para fortalecer el cuidado a la niñez y también para darles un enfoque a las adolescentes como cuidadoras y como receptoras de cuidados. Ese es un grupo social que a veces no está específicamente presente en esas políticas.

    —En una de las respuestas anteriores, se refería a la oportunidad que tiene Uruguay de dar un salto. ¿Qué puede hacer Unicef trabajando en conjunto con Uruguay?

    —Estamos acá para apoyar al Estado, para proporcionar la evidencia de otras experiencias que sabemos que funcionaron en contextos similares y para acompañar esta discusión. Creo que es importante ver dos cosas. Una es que ningún país ha logrado erradicar la pobreza infantil, pero hay países que empezaron a entender que hay formas de mover la aguja con políticas integrales e inversión social enfocada. La otra es que el déficit en los años tempranos es importante, está y hay que cerrarlo.