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    Conocé al nuevo jefe

    De alguna forma, Ojeda es una suerte de síntesis de dos políticos blancos en activo: el presidente Luis Lacalle Pou y el senador Juan Sartori

    Columnista de Búsqueda

    Andrés Ojeda está sentado en el centro del escenario. Mientras se queja de que su silla lo obliga a reclinarse hacia atrás, se ceba un mate con el agua caliente que lleva en un termo Stanley. Es casi seguro que son el mismo termo y el mismo mate que llevaba el pasado 1 de mayo, cuando se presentó en la manifestación convocada por el PIT-CNT y se sentó a escuchar cómo los líderes sindicales le daban palo al gobierno del que forma parte el partido que representa. Aguantar comentarios adversos es algo que le viene con el sueldo de abogado y algo que parece asumir con naturalidad en su rol de candidato a la presidencia por el Partido Colorado (PC). Cabe señalar que el patriarca de dicha colectividad política, el dos veces presidente Julio María Sanguinetti, estaba en Magnolio Sala, escuchando con atención a quien muchos consideran su delfín político.

    Precisamente sobre eso, sobre representar una nueva forma de hacer política, se explaya el joven candidato a la presidencia. Doblemente joven si se piensa que en este país se es una promesa política a los cincuenta y pico, y que muchos consideran dedicarse a la política solo después de jubilarse. Por eso Ojeda insiste en que su presencia en la política, como la de varios de los presidentes actuales en América Latina, responde a esa necesidad de cambio de modelo. No es solo una cuestión generacional, afirma, es la necesidad de adaptarse a las nuevas formas que tiene la política del presente. Y cierra la idea con una imagen tan nítida como su estilo de charla: “A la política tradicional le llegó su Uber y tiene que adaptarse”.

    Antes de eso, Ojeda, chaleco azul, camisa clara, saco y pantalones también azules, recuerda que su decisión de entrar en la política partidaria se debe a una conclusión simple: “No hay manera más potente de militar una causa que hacerlo en un partido político. El partido es el cañón más potente que puede tener una causa”. La imagen bélica es probable que le llegue de su tradición familiar: su abuelo fue un militar cercano al general Liber Seregni y en su familia, si bien no se hablaba de política, los votos iban para el Frente Amplio (FA).

    A lo largo de toda la entrevista-charla que sostiene con los periodistas Andrés Danza y Leonel García, insiste en la idea de que la coalición debe tener claro que su combate no es con los partidos que la conforman, sino con el FA, la fuerza a derrotar. Sin embargo, casi con tirabuzón, los periodistas logran arrancarle una idea sobre el candidato del principal partido de la coalición: Álvaro Delgado no representa esa nueva política tan bien como él, Andrés Ojeda. Esa nueva política es una de cercanías, dice Ojeda. Pero de cercanías de WhatsApp, mediada por la tecnología, agrego yo. Quizá por una cuestión de edad, Ojeda acepta con naturalidad que todo contacto con el elector puede y debe hacerse a través de redes sociales y aplicaciones. Como apuntaba el politólogo Oscar Botinelli, “Ojeda apuntó a un electorado con códigos posmodernos, al perfil de Internet y de los streamings.”

    Simetrías con Carolina Cosse: de la misma forma en que en su presencia en los desayunos de Búsqueda, la entonces precandidata a la presidencia por el FA se negó a discutir cuáles serían sus diferencias con Yamandú Orsi en pro de la unidad, Ojeda dice que jamás debatiría con Álvaro Delgado, también en pro de la unidad y como forma de plantarse firme frente a lo que llama “el otro bloque”. Al mismo tiempo, dice que le importa menos el origen ideológico de una idea que el hecho de que esa idea funcione. Es decir, al tiempo que cree que la elección debe ser entre dos bloques de ideas (“otro proyecto de país”, llega a decir en un momento), Ojeda se declara pragmático y se niega a pensar por bloques de ideas. Una suerte de cita, quién sabe si intencional o no, a Carlos Vaz Ferreira y su insistencia en pensar por ideas y no por sistemas de ideas.

    Lo irónico es que Ojeda parece no reconocerles a sus rivales ideológicos aquello que considera natural para sí: la posibilidad de la diferencia interna. De ahí su insistencia en medir al FA por sus peores ejemplos, como si fuera siempre un bloque sólido en el que todos piensan siempre lo mismo y siempre lo peor, en vez de reconocerle una diversidad similar a la que sí reconoce en la coalición republicana. Es cómico, pero cuando desde la coalición se habla del FA, parece que de a ratos fuera una olla de grillos y de a ratos un partido monolítico, dependiendo de la clase de piña que se le quiera pegar. Como retórica electoral puede que funcione, pero como descripción de una realidad político-partidaria no parece muy coherente. Y eso lleva a otro problema que surge (en ausencia) en la conversa: el voto que plantea Ojeda es por la negativa.

    El candidato colorado señala que existe una diferencia entre reelegir un gobierno, que sería lo que plantea Álvaro Delgado en su campaña, y renovar un gobierno, que es lo que plantean él y el PC. Sin embargo, hasta el momento la única idea fuerza que ha marcado su candidatura es la de que hay que impedir el regreso del FA al poder, sin explicar demasiado qué se quiere hacer con ese poder que no debería ser ocupado por el FA. Esto es, qué propuestas tiene el PC dentro de un eventual futuro gobierno de la coalición. Es muy probable que esto aparezca en al programa electoral del PC, que se presenta hoy (por jueves), sin embargo, un candidato a presidente debería proponer al menos un esbozo de eso que se piensa hacer.

    Es verdad que algo de eso hace Ojeda en materia de seguridad, pero no en el resto de las áreas de gobierno (la palabra educación no se escucha una sola vez en dos horas de charla). Y es que si algo no es el PC es un partido boutique, de esos que se especializan en una reivindicación específica y es del único tema del que hablan. Si la idea de Ojeda es renovar la política, hace falta más carne en el asador. De lo contrario, la nueva política va a terminar siendo puro fuego de artificio, corriendo el riesgo de morirse en un chisporroteo inane, como muchas veces le pasó a la vieja política. Siempre que se acepte la existencia de ambas, claro.

    De alguna forma, Ojeda es una suerte de síntesis de dos políticos blancos en activo: el presidente Luis Lacalle Pou y el senador Juan Sartori. Del presidente tiene el humor de a ratos socarrón, aunque le falta la cintura política, lo que lo hace patinar en la defensa de una supuesta gestión sin corrupción, una idea excesiva a la luz de los hechos. Y no, no vale acomodar las categorías analíticas para que nuestro discurso salga airoso. A veces es mejor reconocer los fallos propios y comunicarle al elector que se puede mejorar. Del senador Sartori, Ojeda retiene el modelo del político delineado casi en exclusiva por el marketing, sin que parezca haber demasiadas definiciones de peso detrás. Para que Andrés se convierta en un representante potente de la “nueva política”, sus propuestas necesitan cobrar densidad y sentido. De lo contrario, será como en Wont Get Fooled Again, aquella vieja canción de The Who: “Conocé al nuevo jefe, es igual que el viejo jefe”.