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No fue la militancia “termo” ni la militancia “foca”. Fue la que está convencida de que el proyecto del partido de izquierda es el mejor para el país y no quiere justificar en él lo que cuestiona en los otros
“Yamandú Orsi demostró que es el presidente”, dijeron algunos. “No se dejó influenciar por su sector e hizo lo que había que hacer”, dijeron otros. “No tenía opción”, fue otra de las lecturas. Todas válidas, todas quizás compartibles, pero ¿qué pasó entre el martes y el viernes para que el presidente tomara la decisión de aceptar —quizás pedir— la renuncia de la exministra de Vivienda, Cecilia Cairo, a solo un mes y medio de asumido el gobierno?
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La militancia. No la militancia poderosa, la que aspira a cargos, la que toma decisiones y pelea por ocupar los más altos lugares. La otra militancia. La del vecino que sale a convencer, la de los que recorren los barrios, hablan con la gente y escuchan sus penurias. La que votó toda la vida al Frente Amplio y criticó hasta el cansancio la corrupción, los acomodos, las avivadas de otros. Y a veces también de los propios, aunque costara mucho más. No fue la militancia “termo” ni la militancia “foca”. Fue la que está convencida de que el proyecto del partido de izquierda es el mejor para Uruguay y no quiere justificar en él lo que cuestiona en los otros.
Y así pasó que, a la misma vez que se publicaban uno tras otro los mensajes de dirigentes del MPP en una defensa cerrada de la exministra, empezaron a aparecer, lentamente, los que veían en esa defensa algo que no cerraba.
Distintos dirigentes del sector, el mismo del presidente Orsi y del secretario de Presidencia, Alejandro Sánchez, apenas conocida la noticia publicada por el programa La pecera, de que Cairo tenía sus propiedades construidas sin regularizar, en un terreno que figuraba como baldío y que solo había pagado dos facturas del Impuesto de Primaria, destacaron en sus publicaciones las virtudes humanas de la exministra. Su solidaridad, su trabajo por los más humildes, su esfuerzo por salir adelante, las duras peripecias que debió atravesar en su vida. Entonces, claro, la gente se enojó. Se enojó porque veía justificaciones que nada tenían que ver con el tema de fondo. Porque nada tiene que ver que una gobernante, exlegisladora y exedila sea una gran persona, preocupada por los más pobres y solidaria, con que hubiera cometido una infracción que a cualquier ciudadano común, sin responsabilidades de gobierno, sin todos los beneficios y privilegios que ello tiene, le cuesta horrores superar.
Porque está lleno, sí, lleno de uruguayos pobres o que apenas llegan a fin de mes rompiéndose el lomo, que hacen de su vida un cuesta arriba diario y dificilísimo para poder cumplir con las obligaciones que esos mismos gobernantes les imponen. Que ganan $ 25.000 por mes y aún así intentan estar al día. Que construyen sus casas en terrenos baldíos y con enorme esfuerzo, después de años, logran regularizar. O quizás nunca, y viven con esa mochila en la espalda. O los que nunca llegan y están sometidos al mercado feroz de los alquileres. Y también están los otros. Los que sí pueden pagar sin demasiado esfuerzo sus impuestos, pero no quieren ver a los gobernantes teniendo el privilegio de no hacerlo.
Entonces, llegaron los “así no”, “no podemos justificar lo que les criticamos a otros”, “esto no es lo que yo voté” y uno de los más repetidos: “Problemas tenemos todos y no ganamos lo que gana un ministro o un legislador”. Y ahí está la clave. Porque en la defensa férrea del MPP aparece eso de que los gobernantes también viven las peripecias de muchos. Sí, claro. Pero esos muchos los votan porque confían en ellos, y porque ellos, los que hacen las leyes y obligan a todos a cumplirlas, no son un uruguayo más. No es lo mismo un gobernante que un ciudadano común. No es lo mismo y tendrán que asumirlo. Y las críticas, mucho más que a la exministra, iban dirigidas a sus compañeros que eligieron distintas estrategias para intentar minimizar lo que a cualquier otro uruguayo no se le justifica. Entre otras, que en el sector se retiene un porcentaje alto del salario a quienes ocupan cargos de responsabilidad. ¿Eso es una justificación? De ninguna manera. Es una decisión del sector, o de los sectores que lo hacen, pero eso será tema de otro análisis.
Una situación similar atravesó el senador comunista Óscar Andrade años atrás. Hoy, pasado el tiempo, él mismo reconoce que no es lo mismo. “Al momento que asumís un cargo de responsabilidad, te acostás de una manera y te levantás de otra. Y ahí tenés el problema. Te acostaste albañil y te levantás senador; por lo tanto, la carga es mayor”, dijo. Y sí. Con el tiempo, Andrade lo asumió.
Pero la cosa no quedó solo en la gente común. La cosa permeó a la interna del Frente Amplio que tampoco quiso entrar en justificaciones y tímidamente fueron apareciendo voces que consideraban que no podía quedar en la idea del MPP: “Se regulariza y se sigue”.
No hubo un solo sector político del Frente Amplio que saliera públicamente en respaldo de Cairo. ¿La quieren menos por eso? ¿Les parece peor persona? No, muchos la llamaron, le dieron palabras cariñosas, la arroparon por lo que iba a tener que atravesar. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Lo humano es imposible de dejar de ver. Algunos de los episodios que la exministra relató sobre su vida son durísimos. Pero el cariño que se tenga por una persona, una compañera de militancia, no puede nublar lo que no puede pasar en un gobierno.
Una de las primeras autocríticas que hizo el Frente Amplio cuando perdió la elección en 2019 fue que se había alejado de la gente, y con ese foco recorrió luego el país en la gira “El Frente te escucha”. Un documento que se puso a discusión en un plenario en octubre de 2020 era clarísimo. “Teníamos las mayorías parlamentarias y entonces la discusión se volvió puertas adentro. Las alianzas políticas se descuidaron porque el FA era imparable, y las alianzas sociales no se alimentaron porque por momentos nosotros creíamos saber más de las reivindicaciones o problemas que tenían los actores sociales que ellos mismos. En definitiva, perdimos pie en nuestra base electoral, pero sobre todo nos alejamos de la base social que permitió el triunfo en 2004”.
El propio presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, hizo su autocrítica en las últimas horas sobre su primera salida pública ante la noticia, cuando señalaba que no se podía juzgar a la gente por tener una deuda. Claramente no era el tenor de lo que estaba pasando. No se juzgaba a la exministra por tener una deuda, como tiene un porcentaje enorme de la población. Se juzgaba la irregularidad no resuelta desde un lugar de poder y de privilegio, y se juzgaba la reacción en masa de su sector político que no midió el sentir de los frenteamplistas y de los ciudadanos en general. Entonces, pasadas algunas horas, Pereira volvió a hablar. “Claramente cometimos algunos errores y eso implicó una comunicación de mala calidad con nuestro militantes, con nuestra gente y con los uruguayos en general”, dijo. Y agregó: “Probablemente no medí la sensibilidad del frenteamplista medio y de la sociedad”. Vale la autocrítica porque es tal como lo reconoce. Por proteger a una compañera se dejó de lado lo que estaba gritando la gente.
Y pasó lo que tenía que pasar. Orsi, contra la postura de su sector, el más fuerte del Frente Amplio, que lo había condicionado públicamente, que lo había embretado para evitar la decisión que terminó tomando, y que hasta último momento se mantuvo firme en que la exministra no debía ser cesada, decidió lo que gran parte de la militancia estaba reclamando. No fue solo Orsi. Fue Orsi con sus más cercanos y con el empuje incesante y enojado de la militancia. La que esta vez le ganó a la barra.