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    Palabras que perdimos en la campaña

    Columnista de Búsqueda

    Un amigo usó una imagen muy buena para resumir la ausencia de la palabra “cultura” en la presente campaña electoral: “me vienen a la mente aquellas bolas de paja que aparecían rodando solas por el desierto en las películas del lejano oeste”. Mi amigo estaba contestando la pregunta que le había hecho sobre por qué algunas palabras (que no son solo palabras, obvio) no aparecían en los habituales intercambios de sopapos retóricos con que los políticos y sus comandos electorales creen que se hace política en 2024. Esas palabras eran cultura y educación. Dado que la primera ni siquiera es considerada como un ítem en las encuestas de interés ciudadano, me voy a concentrar en la educación, que a pesar de ser el centro del entuerto, no parece importarle a casi nadie.

    Justamente, según la última encuesta de interés ciudadano, realizada por la consultora Cifra entre el 16 y el 29 de mayo de 2024, tan solo el 4% de los entrevistados dijo estar preocupado por la educación. El contraste con la inseguridad era inmenso: casi la mitad de los encuestados, el 47%, afirmó estar preocupado al respecto. A la inseguridad le seguían, muy lejos, trabajo y desocupación (18%) e inflación, sueldos y pobreza (12%). Con un 4%, al lado de la educación, aparecía la corrupción como problema. Hasta esta medición, la preocupación por la situación educativa no se había colocado nunca por debajo del 5%. ¿Cómo es posible que teniendo de manera sostenida uno de los peores niveles de egreso de bachillerato de América Latina el tema no preocupe a casi nadie? ¿Cómo es posible que no esté siquiera mencionado en la campaña electoral al menos como zanahoria, o sea, como una promesa que nadie piensa cumplir?

    Como explica el artículo de Ineed Egreso de media: nuevas cifras, viejas conclusiones, que aparece en su boletín más reciente, “para estimar cuántas personas, en un período de tiempo, consiguen culminar los estudios obligatorios, se considera a la población de entre 21 y 23 años de edad. La edad teórica para finalizar el trayecto educativo obligatorio son los 18 años, pero para captar el egreso de personas que lo hicieron con rezago (típicamente, por repetición de uno o más grados) se fija una edad posterior”. El informe señala que el porcentaje de egresados de bachillerato “ha aumentado de manera lenta en los últimos años y permanece muy distante de lo esperado por ley. En 2023, de acuerdo con la información aportada por la ECH, se situó en 51,6% . El país continúa ubicándose en el puesto 15 entre los 17 países de América Latina y el Caribe para los que reporta información de egreso la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por su sigla en inglés). Solo se encuentra por encima de Honduras y Haití”.

    Este dato, que pone a Uruguay por detrás de un montón de países que tienen indicadores sociales mucho peores que los nuestros, debería bastar para que algún político con iniciativa y cabeza (uno solo, no es mucho pedir) sea capaz de introducir el tema en su agenda de manera clara y contundente. Pero claro, ¿por qué tomarse la molestia de introducir un tema que no le importa al electorado y que, por lo tanto, difícilmente aporte votos? Según Pablo Cayota, exdirector de Ineed, esa ausencia en la campaña tiene varias explicaciones posibles: “Candidatos oficialistas obligados a defender la transformación educativa sin que tenga muchos resultados de fondo, además de estar atada a Robert Silva, uno de los candidatos. El Frente Amplio sin propuesta, con posiciones internas disímiles, sin resolver lo que lo bloqueó en el gobierno que ejerció: una relación inadecuada entre fuerza política y sindicatos. Sin perspectivas de búsqueda de acuerdos de largo plazo, aunque mínimos, el panorama es desalentador”. Agregaría que, desde la perspectiva del electorado, se hace difícil conectar, por ejemplo, la presente crisis de seguridad con ese bajísimo nivel de egreso. Un electorado que muchas veces a duras penas logra proyectar sus expectativas de vida hasta el siguiente año (o apenas meses) ¿como va a conectar la posibilidad de recibir un tiro en el almacén hoy, con la educación como motor de las mejores posibilidades laborales y de proyección de vida de sus hijos dentro de 10 años?

    Comentando la microtormenta política, provocada en estos días por un tuit publicado por la consultora Exante, en donde se apuntaba el crecimiento o pérdida en el ingreso en el último período de gobierno, desglosado por hogares, el periodista Juanchi Hounie señalaba: “El uso político de los datos importa poco. Hay una realidad marcada desde hace por lo menos 10 años o más donde la pobreza y la desigualdad se mantienen en el mismo nivel, prácticamente. Pongamos que ahora se acentuó algo más, pandemia mediante. La realidad —más allá de los fanáticos de Piketty—, es que hace una década que Uruguay crece por debajo del 1,5% y que el 49% no termina bachillerato. Sin capital y sin capital humano estamos condenados. Gráfica o no gráfica de Exante mediante”.

    Tradicionalmente, quienes se hacían cargo de articular la paleta de problemas y posibilidades de solución eran los partidos políticos. Estos le proponían al ciudadano un intercambio: si vos me das tu voto, yo me comprometo a llevar el país y nuestros destinos en tal o cual dirección que ya diagnosticamos y que, creemos, sirve para solucionar tales o cuales conflictos. Hoy los políticos se venden más como un significante vacío que se va rellenando con las supuestas demandas ciudadanas (supuestas porque esas preferencias se revelan casi siempre a través de encuestas), que como gente dispuesta a liderar procesos. Un liderazgo que implica un análisis del problema, un diagnóstico y una propuesta de cambio. Y, por supuesto, una articulación instrumental a través del partido. ¿Qué ocurre entonces con todos los asuntos de arco largo, que exigen una mirada en el mediano y largo plazo que la ciudadanía no logra articular o detectar? No ocurre nada y ese es exactamente el punto en que nos encontramos.

    Si no logramos elevarnos por encima de la “pirotecnia del debate”, según la acertada expresión del sociólogo Pablo Menese, estaremos condenados no solo a una política del barro, sino también a una política incapaz de articular soluciones a los asuntos de fondo. A la política del puro ruido sin casi nueces. Que la educación no le importe a casi nadie, ni siquiera a los políticos que tienen que liderar los cambios que nos saquen del vagón de cola, es un problema no solo del presente sino, especialmente, del futuro. Porque hasta la inseguridad del hoy no se arregla con miradas estancas, sino con una que sea dinámica, que la conecte con el problema fundamental que implica no terminar el bachillerato y la consecuente ausencia de posibilidades vitales para un montón de jóvenes. Al mismo tiempo, es responsabilidad de los ciudadanos que los problemas sin resolver no nos sean birlados por el simple expediente de no mencionarlos, como si no fueran asunto de nadie o directamente no existieran. La cultura y la educación no pueden ser solo palabras que perdimos en la campaña electoral. El futuro nos va en ello.