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Luis Lacalle Pou, pese a la pandemia, comenzó su mandato al galope, atropellando con la Ley de Urgente Consideración; Yamandú Orsi adoptó un ritmo distinto, más al paso que al trote
Se va terminando el primer año del nuevo gobierno frenteamplista. No puedo dejar de señalar desde el principio una paradoja llamativa: el MPP, el movimiento electoral construido a partir de 1989 sobre el esqueleto del viejo MLN-T, nunca tuvo tanto poder como ahora (medido en cargos políticos ejecutivos y legislativos). Es la columna vertebral del Frente Amplio (FA) y, por ende, del gobierno. Sin embargo, desde 1985 en adelante, no habíamos tenido nunca un primer año con tan poca épica.
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El contraste con el inicio del gobierno anterior y con la primera presidencia de Vázquez es llamativo. Luis Lacalle Pou, pese a la pandemia, comenzó su mandato al galope, atropellando con la Ley de Urgente Consideración. Yamandú Orsi adoptó un ritmo distinto, más al paso que al trote. A diferencia de la primera presidencia de Tabaré Vázquez, la agenda de reformas es mínima. Este gobierno no tiene apuro. Tampoco demasiada imaginación para marcar la agenda política. Lo más ambicioso, por ahora, son dos obras públicas importantes: la decisión de OSE de llevar adelante la represa en Casupá y la reforma del transporte metropolitano cuyo diseño está todavía en discusión.
¿Por qué el gobierno no intentó recorrer el camino de José Mujica en 2010, cuando instaló cuatro comisiones multipartidarias de primer nivel? Problemas que requieren esfuerzos mancomunados de largo aliento sobran. Se llevó adelante, es cierto, el diálogo sobre seguridad. Pero llegó tarde, y generó poco impacto en la agenda política. Además de seguridad, hubiera sido posible convocar a todos los partidos (con sus respectivos expertos) a dialogar sobre situación de calle, para poner un ejemplo obvio. Pero otros asuntos hubieran merecido un tratamiento similar. Menciono dos: el del abastecimiento de agua y el de las patrulleras oceánicas. El gobierno, en lugar de dialogar, optó por confrontar con la coalición saliente.
El presidente Yamandú Orsi se instaló en el centro. Su ubicación en el eje izquierda-derecha no es distinta a la que ocupó Tabaré Vázquez en sus dos presidencias. Si alguna pieza de evidencia faltaba para confirmar esto, alcanza con tomar nota de su reciente planteo en torno a los militares presos, en línea con lo que pensaba del tema José Mujica. Hombre sencillo y mesurado, se distingue por su bonhomía. Su principal debilidad es la baja intensidad de su liderazgo. Con demasiada frecuencia luce poco informado. Como él mismo acaba de admitir, no siempre es claro y convincente cuando argumenta. Los datos de los sondeos de opinión pública no pueden sorprender a nadie. Según la última encuesta de Equipos Consultores, el 36% de los encuestados aprueba la gestión del presidente. Apenas uno de cada tres.
Lo más audaz que ha hecho hasta la fecha, y esto está lejos de ser trivial, es haber designado y sostenido al economista Gabriel Oddone como ministro de Economía y Finanzas. Se precisaba coraje para esbozar esta posibilidad durante la campaña de las primarias y para anunciarlo en la recta final de la elección nacional. Y se necesita también coraje para sostenerlo, sabiendo que existe una distancia ideológica significativa entre los planteos del ministro y las preferencias del núcleo duro del frenteamplismo.
Con Oddone a la cabeza de un equipo económico potente, es el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) el que, al menos por ahora, traza la línea de lo posible. Los equilibrios macroeconómicos son más sagrados que nunca. El “perímetro” pasó a ocupar el lugar discursivo del “espacio fiscal” de los tiempos de Danilo Astori. Pero nunca ha sido fácil decirle al FA que “no hay plata”. Por eso, el equipo económico se tomó el trabajo de argumentar larga y documentadamente acerca de la mala situación fiscal heredada.
La combinación de un presidente instalado en el centro con un equipo económico potente priorizando, desde el MEF y el Banco Central, los equilibrios macroeconómicos, ayuda a entender por qué el gobierno no genera demasiado temor en el mundo empresarial. De hecho, tampoco suenan alarmas entre los economistas profesionales y las calificadoras de riesgo, aunque las previsiones de los expertos sobre tasa de inversión, crecimiento esperado y resultado fiscal sean menos optimistas que las del gobierno. ¿Realmente podemos esperar que disminuya el déficit fiscal durante los próximos cuatro años? Sería realmente excepcional dado el comportamiento cíclico del déficit fiscal a lo largo de la historia.
No hay temor. Pero tampoco entusiasmo.
(El estadio en silencio. El equipo no contagia. Los frenteamplistas, en las tribunas, se rascan la cabeza tratando de entender qué pasó. Ya se escuchan algunos silbidos reclamándole al cuadro más actitud, y que el juego se vuelque por la banda izquierda).
La discusión presupuestal fue un balde de agua fría. A pesar de la imaginación del equipo económico para generar más ingresos sin romper demasiado flagrantemente la promesa de no incrementar la carga impositiva, la realidad fiscal golpea en la cara: no hay recursos, al menos por ahora, para cumplir compromisos históricos y promesas electorales.
Es en ese contexto de sorpresa y de frustración de las expectativas de una parte significativa del electorado frenteamplista que apareció y arraigó la propuesta de gravar al 1% de los “más ricos”. Al principio defendían esta iniciativa solamente los senadores del ala izquierda del FA. Pero, a medida que fue pasando el tiempo, la coalición que apoya esta idea fue creciendo. El último actor en dar una señal en esa dirección (dicho sea de paso: toda una señal acerca de su estrategia política) es Mario Bergara, potencial precandidato a la presidencia en 2029. Desde luego, la propuesta cuenta con el apoyo del PIT-CNT. La bola de nieve seguirá creciendo. Si mi interpretación es correcta, el año que viene asistiremos a una pulseada decisiva entre la coalición que promueve esta reforma tributaria y el equipo económico que, desde el principio, se pronunció en contra. El liderazgo presidencial enfrentará un test exigente.
Poco temor. Poco entusiasmo. En cualquier caso, gusto a poco. Desde luego, siempre cabe la posibilidad de un cambio de ritmo. No puede descartarse que, durante los próximos años, en parte por la presión de sus bases políticas y sociales, el gobierno acelere y levante vuelo. También hay que preguntarse si tenía sentido esperar del nuevo gobierno algo distinto, más energía y pasión, dado el bajísimo perfil de la campaña electoral que llevó a Orsi a la presidencia y concedió nuevamente al FA la responsabilidad de gobernar.