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Bien por Boric; por él y por lo que representa; por esas nuevas generaciones que pueden ver más allá de las anteojeras ideológicas y del mundo perimido de la Guerra Fría
Ricardo Lagos fue uno de los presidentes más populares de la historia reciente de Chile. Gobernó entre el 11 de marzo de 2000 y el 11 de marzo de 2006 y finalizó su mandato con índices de aprobación históricos. Tuvo el honor, además, de entregar la banda presidencial a la primera y única hasta ahora presidenta de Chile, Michelle Bachelet, que había sido su ministra de Defensa durante gran parte del período.
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Su origen es socialista, pero con el correr de su prolongada carrera política se transformó en un referente ineludible de la socialdemocracia mundial por su gran pragmatismo en cuestiones de gobierno. Solo para poner un ejemplo de cómo se tradujo eso en hechos, como presidente firmó tres tratados de libre comercio (TLC) que apalancaron el crecimiento económico de Chile: uno con Estados Unidos, otro con China y otro con la Unión Europea. Para todos los gustos.
A fines de junio de 1999, cuando participó como candidato presidencial en un encuentro de la Internacional Socialista en Buenos Aires, Lagos dialogó con los entonces periodistas de Búsqueda Gerardo Lissardy y Mariana Mactas sobre su visión acerca de la política uruguaya. Entre otras cosas, el mandatario electo chileno dijo que los uruguayos tenían el “espectro ideológico” corrido, porque lo que en Chile “sería una coalición de centro”, aquí era considerado “de derecha” y así sucesivamente.
Dos años después, ya como presidente chileno, recibió en visita oficial en Santiago a su entonces par uruguayo Jorge Batlle. Entonces, cuando ambos hablaron ante un grupo selecto de empresarios locales, Lagos le pidió a Batlle que explicara los motivos por los cuales no consideraba al gobierno chileno tan alejado de las “ideas liberales” que él defendía en Uruguay y que tanto le reclamaba la derecha chilena a su gobierno. Batlle dijo sentir admiración por el “pragmatismo” de Lagos en el gobierno y le recomendó ir a convencer a los socialistas uruguayos, generando sonrisas y un cerrado aplauso de todos los presentes.
Pasaron más de dos décadas de aquellos tiempos de amistades y comparaciones, pero Chile nunca dejó de estar en la agenda de los uruguayos. Luego de Batlle vino Tabaré Vázquez, que mantuvo una relación muy cercana con Bachelet y hasta comenzaron a negociar un TLC entre ambos gobiernos. El siguiente fue José Mujica, que también tuvo mucha afinidad con su colega chileno Sebastián Piñera, por más que eran de orientaciones ideológicos contrapuestas, y hasta convivieron por más de una semana en un viaje conjunto a la Antártida. Años después, en la campaña de 2019, el encargado en embanderarse con el “modelo chileno” fue el entonces postulante presidencial colorado Ernesto Talvi. Al finalizar ese año, Chile sufrió un estallido social que se extendió por meses y que cambió un poco el panorama y lo alejó del lugar de ejemplo regional para muchos, aunque nunca dejó de estar en la agenda.
Es más, al poco tiempo ganó las elecciones y llegó a la presidencia de ese país Gabriel Boric, de los políticos más jóvenes en acceder al poder en toda América Latina. Había sido uno de los líderes de la revuelta estudiantil que terminó con el estallido. Nombró, además, un gabinete paritario e integrado principalmente por jóvenes sin demasiada trayectoria política, y descolocó a parte de la izquierda continental con sus primeros discursos basados en el pragmatismo. Otra vez Chile a la vanguardia.
Una de las reflexiones polémicas que hizo, incluso antes de asumir, fue acerca de lo que estaba ocurriendo en países como Venezuela, Cuba y Nicaragua, cuyos gobiernos siempre fueron defendidos y hasta protegidos por la izquierda regional. Boric optó por otro camino, el del sentido común. Habló de “violaciones a los derechos humanos”, de presos políticos, de falta de “garantías democráticas” y de varios aspectos condenables eludidos una y otra vez por sus compañeros de ideología más veteranos.
Y le costó caro. Al instante fue catalogado por el venezolano Nicolás Maduro y por jerarcas de los regímenes de Cuba y Nicaragua como “traidor”, servidor del imperio norteamericano y hasta “pinochetito”, en referencia al exdicator chileno Augusto Pinochet.
Pero Boric nunca se calló. Cree realmente en lo que defiende, le parece justo hacerlo y lo sostiene en todos lados. En eso está muy cerca de su colega uruguayo Luis Lacalle Pou, por más que desde el punto de vista ideológico estén en lugares muy distintos. Es más, esa posición hasta le ha creado problemas con otros mandatarios de izquierda, como cuando discutió en una cumbre continental con el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. En esa oportunidad, Lula reivindicó la voluntad democrática de Maduro y él lo refutó, con el mandatario venezolano presente. No acepta la tibieza en este tipo de temas.
Por eso se plantó muy firme luego del evidente fraude en las elecciones venezolanas del 28 de julio, a diferencia de Lula, del colombiano Gustavo Petro, del mexicano Andrés Manuel López Obrador y de muchos dirigentes de primera línea de la izquierda uruguaya. Y, cuando el jueves 22 el chavista Tribunal de Justicia (TSJ) de Venezuela falló confirmando la victoria de Maduro, Boric escribió en la red social X un largo tuit dejando muy clara su postura.
“Hoy el TSJ de Venezuela termina de consolidar el fraude. El régimen de Maduro obviamente acoge con entusiasmo su sentencia que estará signada por la infamia. No hay duda que estamos frente a una dictadura que falsea elecciones, reprime al que piensa distinto y es indiferente ante el exilio más grande del mundo solo comparable con el de Siria producto de una guerra”, señaló.
“La dictadura de Venezuela no es la izquierda. Es posible y necesaria una izquierda continental profundamente democrática y que respete los derechos humanos sin importar el color de quien los vulnere. Un progresismo transformador que mejore las condiciones de vida de su pueblo construyendo comunidad en vez de individualismo, encuentro por sobre polarización. Hacia allá caminamos en Chile. Mis respetos a todo el pueblo venezolano que lucha por la democracia, la justicia y la libertad”, concluyó.
Bien por Boric. Por él y por lo que representa. Por esas nuevas generaciones que pueden ver más allá de las anteojeras ideológicas y del mundo perimido de la Guerra Fría. Por tener la madurez necesaria de separar las conveniencias puntuales y las alianzas de cartón con los principios éticos y la defensa de los derechos humanos. Y por hacerlo sin medir consecuencias.
Ahí, del otro lado de la cordillera, hay un modelo que sigue vigente. A principios de siglo fue Lagos. Ahora es Boric. El problema es que esa cordillera es muy alta y extensa y a los líderes izquierdistas locales les está costando demasiado atravesarla. Todavía están a tiempo. Sería una lástima que se pierdan la oportunidad de dejar que el pasado se caiga de Maduro y entrar así de una buena vez al siglo XXI por la puerta principal.