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    Gana la democracia

    Cambian los líderes, cambian los partidos, cambian las coyunturas, pero la que no cambia es la democracia. Esa es la mejor constante de los últimos 40 años. A respetarla y cuidarla.

    Director Periodístico de Búsqueda

    En los primeros minutos del 25 de noviembre, cuando el candidato ganador de la segunda vuelta electoral esté festejando su triunfo junto a su compañera de fórmula y sus seguidores y el perdedor esté asumiendo la derrota, probablemente con tristeza y también rodeado por su gente, justo en ese instante se estarán cumpliendo cuatro décadas ininterrumpidas de democracia en Uruguay. Será una linda coincidencia y todo un símbolo de aquel emblemático final de la dictadura, que en esta edición de Búsqueda decidimos recordar y que sigue vigente hasta el día de hoy.

    Los de 1984 y 2024 son dos Uruguay muy distintos en varios aspectos, y en otros no tanto. Pasaron 40 años, varias generaciones, los tres principales partidos políticos ocupando el gobierno nacional en forma alternada y muchos protagonistas, algunos, incluso, ya fallecidos. La comunicación y la tecnología avanzaron más desde esa fecha hasta ahora que en todo el siglo anterior. Se terminó la Guerra Fría, cayó el muro de Berlín, surgieron nuevas potencias, el mundo pasó a ser un espacio multipolar y globalizado. Toda una nueva era, en términos históricos.

    Pero también pasó muy poco. Al menos en Uruguay, y con respecto a ciertos valores democráticos que fueron los cimientos de aquel 25 noviembre de 1984, son apenas detalles los que cambiaron. Esto dicho como algo principalmente positivo, aunque también negativo en algún aspecto.

    Porque por supuesto que es una buena noticia que Uruguay haya logrado mantener sólidas sus instituciones y su democracia durante cuatro décadas y que la rotación de partidos políticos en el poder haya sido la constante, sin que a nadie se le haya ocurrido cuestionarla o tratar de impedirla. También que la credibilidad en el sistema se haya mantenido y sea protegida como uno de los grandes tesoros nacionales a resguardar.

    Lo que no es tan positivo es esa tendencia de muchos a seguir girando su cabeza hacia atrás de forma demasiado frecuente. Algunos de los temas que eran centrales en esa transición democrática que se iniciaba en 1984 todavía no fueron resueltos. En otros sí se avanzó, pero hay problemas que van y vienen, como la marea, desde hace 40 años.

    Muchas heridas siguen sangrantes. En aquellos tiempos eran mucho más profundas, abiertas por más de una década de dictadura militar y otra anterior de guerrilla, violencia y muertos de todos los bandos. Había mucho por resolver y por sanar. También, y especialmente, por saber y por juzgar. El camino fue el del “cambio en paz” hasta fines del siglo XX, útil para ese momento, pero claramente insuficiente con el diario del lunes. Ese es un capítulo que sigue inconcluso y que parece lejos de terminarse. Es lógico que así sea. Hay muchas verdades ocultas que impiden que el dolor cese o al menos se procese el duelo de una forma natural.

    Hay otros problemas que sí se fueron corrigiendo, aunque no demasiado. La organización del Estado es uno de ellos, quizás el principal porque abarca a muchos otros. Era grande e ineficiente hace 40 años y también lo es hoy. Otro es el de la educación, que tenía deficiencias antes y las sigue teniendo ahora, aunque distintos. Probablemente peores. Otros, como la macroeconomía, la infraestructura, la burocracia y el comercio exterior han tenido una evolución positiva.

    Pero nada de todo eso, con sus luces y sombras, hubiera sido posible sin otro asunto que funciona como el motor principal. Esto es, una vez más, el amor y el respeto por la democracia y su cuidado extremo. Por más que ya haya generaciones enteras que solo han vivido en ella y no conocen lo que es no tenerla, los que sí sufrieron la dictadura han logrado hacer escuela. Las estadísticas muestran que en Uruguay, al igual que en el resto del mundo, están aumentando los que no definen los valores democráticos como primordiales, pero siguen siendo una ínfima minoría, de las menores de la región.

    Pruebas para demostrar nuestro apego democrático tuvimos en estos 40 años y seguimos teniendo. La primera fue la de la transición misma. Porque no era nada fácil, pero el pueblo uruguayo tuvo la inteligencia de cuidarse y cuidar lo que había logrado como para no debilitarlo. Las elecciones de 1984 fueron con líderes proscritos de los tres partidos principales, solo para poner un ejemplo, y se pagó ese precio porque lo que se estaba logrando era mucho más importante. Así lo demostró el caudillo blanco Wilson Ferreira anunciando, al salir de la prisión, que daría gobernabilidad al gobierno colorado de Julio Sanguinetti en su discurso en la explanada de la Intendencia de Montevideo. Así también lo hizo el líder frenteamplista Liber Seregni, anteponiendo muchas veces la unidad al cobro de viejas cuentas con los demás integrantes del sistema político. La situación era muy delicada, la fragilidad casi absoluta y todos ellos estuvieron a la altura de las circunstancias.

    Casi 20 años después, Uruguay vivió una de las peores crisis económicas de su historia. El año 2002 fue un tembladeral. A fines de 2001, Argentina se desplomó, con renuncia incluida del entonces presidente de ese país, Fernando de la Rúa, y huida en helicóptero de la Casa Rosada. Durante los siguientes meses, hubo una fuga muy importante de depósitos del sistema bancario uruguayo, que, sumada a varios problemas económicos estructurales, terminaron generando meses terribles, incluso con peligro institucional. Pues ahí también todo el sistema político, sindical y empresarial mostró su lealtad, respeto y cuidado hacia la democracia.

    Que hubo diferencias, sí. Que algunos actuaron de forma más leal que otros, por supuesto. Pero, al final del día, lo que quedó de manifiesto es que nadie se dedicó a resquebrajar las instituciones e incendiar la pradera, como sí ocurrió en otros países. Los líderes de distintos ámbitos y los dirigentes políticos estuvieron, otra vez, a la altura de las circunstancias.

    Hoy, un poco más de 20 años después, Uruguay se acerca a una elección que definirá a los nuevos presidente y vicepresidenta sin mayorías parlamentarias y con muchos advirtiendo sobre los problemas de funcionamiento que eso puede traer al próximo gobierno. Es más, algunos hasta sostienen que a la coalición republicana le será casi imposible gobernar porque el Frente Amplio tiene mayoría en el Senado y que a la inversa tampoco será fácil, porque la coalición de izquierda no cuenta con los votos suficientes en Diputados. No encuentro mucho lugar para el pesimismo al respecto. Ahí está la historia. De hace cuatro décadas y de hace dos, para poder interpretar el ahora y proyectarlo al futuro. Cambian los líderes, cambian los partidos, cambian las coyunturas, pero la que no cambia es la democracia. Esa es la mejor constante de los últimos 40 años. A respetarla y cuidarla.