Henry Chinaski ha vuelto. Los editores y herederos del viejo indecente vaciaron los cajones y tiraron su contenido, revolvieron entre la ropa y otros objetos personales, levantaron el colchón y lo rasgaron hasta hacer salir su relleno (boletos de hipódromo), buscaron detrás de los cuadros, debajo de la máquina de escribir, en la papelera, en el cubo de la basura, en el caño de la pileta (pelos y más pelos), en el retrete (lo que siempre hay cuando no tiramos de la cadena), y entre unos cuantos envases vacíos de cerveza y vodka y whisky y vino encontraron estos textos —ensayos, cuentos e improperios contra la humanidad— de nuestro héroe de la resaca Henry Chinaski, el alter ego de Charles Bukowski. Publicados en diversos medios, los escritos reunidos en Ausencia del héroe van desde 1946 hasta 1992, dos años antes de que su hígado dijera basta.
¿Y qué tenemos? Más de lo mismo, por suerte: historias guarras paridas en noches de borracheras, frases divertidas que solo pueden salir de pensiones malolientes, recuerdos de un padre desalmado y violento, sexo con resaca (del que es creíble y del que está bueno creer que existe), un mapa delirante de Los Ángeles en el cual el beodo siempre se pierde, un par de trucos para ganar en las carreras y aliento lírico de brocha gorda, todo en un envase como le gusta a Chinaski, duro, directo y sin ornamentos.
—Eh, Chinaski, ¿qué recuerda de esos recitales poéticos que daba borracho como una cuba?
—La única vez que recité en San Francisco, vinieron 800 personas y 100 de ellas llegaron con cubos de basura para lanzármela. A dos cubos por barba, la basura aquella no olía tan mal. Los dioses se portan bien conmigo en el sentido de que provoco reacciones extremas: el gentío parece apoyarme por completo o detestarme por completo. Eso es tener suerte; y en los recitales cuando alguien me grita una obscenidad, disfruto casi tanto como cuando alguien del público me alcanza una botella.
—¿La vida dura es un buen aprendizaje para un escritor?
—Las fábricas, los mataderos, los almacenes no fueron exactamente una elección y al mismo tiempo fueron una elección, al igual que las mujeres y al igual que la bebida. Sí y no. Era movimiento y era movimiento restringido. Y así estaba sentado en el mismo bar día y noche, hacía recados a cambio de sandwiches y me peleaba con el camarero en el callejón. Esa fue mi preparación literaria, igual que lo fue vivir en cuartitos diminutos con cucarachas, o con ratones o con ratas, e igual que lo fue andar medio muerto de hambre y lo fue la conmiseración y lo fue el asco. Pero de ahí salieron relatos y poemas y algo de suerte; no una suerte inmensa pero sí algo, y si la suerte llegó tarde, digamos a los 50 años, tanto mejor para mí.
—Al principio aporreaba la máquina con poemas y más poemas...
—Era Romántico, si me lo permites; también era lo bastante importante y lo bastante real. Escribía cartas con los poemas. Creo que estaba medio loco, que es el mejor estado al que puede aspirar un hombre.
—¿Qué tiene Los Ángeles que tanto le atrae?
—He vagabundeado por ciudades y lo sé: la gran ventaja de Los Ángeles es que uno puede estar solo si lo desea y puede estar rodeado de gente si lo desea. Ninguna otra ciudad parece ofrecer en la misma medida esta doble opción tan sencilla. Se trata de un milagro notablemente maravilloso, sobre todo si uno es escritor.
—Ud. odia las mañanas...
—El mundo siempre tiene peor aspecto antes de mediodía porque hay demasiadas personas ambiciosas con energía aún por quemar.
—¿Qué le diría a un escritor que recién empieza?
—Ser escritor es dañino y difícil. Si tienes talento puede abandonarte para siempre mientras duermes por la noche. No tiene respuesta fácil lo que te hace seguir adelante con el asunto. Demasiado éxito es destructivo; la falta absoluta de éxito es destructiva. Un cierto rechazo es bueno para el alma, pero el rechazo total da lugar a cascarrabias y locos, violadores, sádicos, borrachos y maltratadores. Igual que el éxito excesivo. (...) Un escritor tiene que seguir rindiendo, alcanzando grandes cosas, o se verá desahuciado. Y no hay manera de volver a la cumbre. Pues, tras unos años de escribir, el alma, la persona, la criatura se vuelve incapaz de funcionar en otra calidad. Es inútil para cualquier otro trabajo. Es un pájaro en tierra de gatos. Yo no aconsejaría a nadie que se haga escritor, a menos que escribir sea lo único que te impide perder la cordura. Entonces, tal vez merezca la pena.
—Hay lectores que opinan que sus historias sobre sexo están exageradas...
—Bueno, ya sabes que Catalina la Grande murió después de que se la follara un caballo, ¿no?
—En uno de sus tantos excesos casi se prende fuego. ¿Cómo ocurrió?
—Me senté a la máquina de escribir y las teclas no hacían más que mirarme y yo las miraba. (...) ¿Qué tenía? Tenía coca. Me puse en calzoncillos y me lié un canuto de semillas y tallos. Fue curioso. Las semillas se pusieron de un rojo candente y se desprendieron del papel y me caían sobre la camiseta, y debajo, quemándome. Las arranqué. Tuve que beberme 5 o 6 latas de cerveza para tranquilizarme e irme al cuarto y dormir... A la mañana siguiente tenía un montón de puntitos rojos de quemaduras por todo el pecho y la barriga...
—¿Qué tal si recita algún poema?
—Las piedras son mejores que yo/ Los zurullos de perro en algún jardín son/ Mejores que yo.
—Pero eso es una porquería...
—Tu abuela no tiene mejor cara.
—A Ud. le encanta menospreciar a casi todos los escritores...
—La mayoría de la gente no sabe escribir, casi nadie sabe, digamos, incluido Shakespeare, que escribió cosas tan terribles que engañó a toda la peña, del primero al último. Otros malos escritores que engañaron prácticamente a todo el mundo fueron E.A. Poe, Ibsen, G.B. Shaw, William Faulkner, Tolstoi y Gogol. Hoy nos engañan Mailer y Pasternak. (...) He conocido a más hombres buenos en cárceles, en celdas para borrachos, en fábricas y en hipódromos que en clases de Literatura, clases de Arte o al llamar a mi puerta otros escritores.
—Eh, Chinaski, se le va la mano...
—A tu abuela, a tu madre y a tu hermana, que no tienen mejor cara, se les va la mano.
—¿Y cómo fue que salió de la cueva y se convirtió en un escritor de éxito?
—Me puse al día con el alquiler porque empezaron a llegarme cheques por las historias guarras. Había toda una serie de publicaciones en Melrose Ave que iban por los senderos de las historias guarras y tenían toda una serie de publicaciones subsidiarias. Me llevaba 375 $ por un relato con mamada y polvo y luego me escribían y me preguntaban si podían volver a publicar lo mismo en alguna revistilla de usar y tirar por 75 $ o 50 $ y yo decía: vale, adelante. Esa pasta evitaba que volviese a la fábrica o probara suerte otra vez con el suicidio. Dios bendiga a esos maravillosos cabrones.
—A propósito, Chinaski, ¿qué es Dios para Ud.?
—Vete a tomar por culo, tío.
“Ausencia del héroe”, de Charles Bukowski. Editorial Anagrama, 2012, 328 páginas, $ 560.