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    El Ministerio de Salud busca poner la vacunación en agenda y pide debatir con los antivacunas para “convencerlos”

    Grupos de personas que deciden no vacunar reclaman “libertad sanitaria” y el derecho al consentimiento informado; se quejan de que no hay suficientes advertencias sobre efectos adversos

    Es media mañana en Buenos Aires. En un fastuoso salón de la Embajada de Francia, Guillermo Capuya, un médico y comunicador argentino, sostiene un pequeño avión de juguete. Lo hace planear con sus manos mientras dice: “Si se cae un Boeing 777 con unas 500 personas a bordo, sería una noticia de un impacto enorme. Ahora pensemos qué pasaría si se cayeran cinco aviones de estos todos los días durante un año…”. Capuya hizo una pausa dramática y siguió: “Esto es lo que ha evitado una sola vacuna solo en el caso del sarampión”. La inquietud por el brote de esta enfermedad en la región y en Europa, un fuerte alegato a favor de la vacunación y una mirada crítica y preocupada ante el surgimiento de grupos de padres que deciden no inmunizar a sus hijos fueron temas centrales en un seminario organizado por el laboratorio Sanofi Pasteur a mediados de abril y dirigido a periodistas de Latinoamérica.

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    A lo largo de las disertaciones, distintos especialistas fueron resaltando el valor de la vacunación con abundantes datos estadísticos e informando sobre nuevos avances. Pero más allá del obvio destaque a los productos de la mayor compañía mundial dedicada a la elaboración de vacunas, siempre hubo un ojo puesto en los movimientos antivacunas. Sobre ellos giró buena parte del seminario. A estos grupos y su creciente influencia responsabilizaron del resurgimiento de enfermedades que habían sido erradicadas en distintas partes del mundo —por ejemplo, el sarampión o la difteria— o de la virulencia de patologías como la gripe. Guadalupe Nogués, doctora en Ciencias Biológicas, fue una de las más radicales. “Hay que ignorar a los antivacunas”, les reclamó a los periodistas. “Hablar de ellos los difunde. Hablar con ellos polariza la discusión. No cambian de postura”. Y dijo que hay un “riesgo” que se corre al darle difusión a su mensaje. “Transforma a personas de población general con información clara en personas con dudas”. “¡Cuidado al comunicar!”, advirtió.

    En el Ministerio de Salud Pública (MSP), que se apresta a comenzar la campaña de vacunación contra la gripe —está previsto que lleguen unas 600.000 dosis el próximo martes 8— se sigue el tema con cierta “preocupación y atención”. Si hay un médico que levanta una y otra vez la bandera de las vacunas, ese es el subsecretario de la cartera, Jorge Quian. Y Quian dijo a Búsqueda que si bien en Uruguay el movimiento antivacunas es todavía marginal, se han prendido algunas luces de atención. “Tenemos la sensación de que se están incrementando”, avisó. “Los estamos siguiendo de cerca a través de las denuncias que nos hacen los pediatras”.

    Quian, que alguna vez denominó como “ignorantes científicos” a quienes deciden no vacunarse o no inmunizar a sus hijos, no admite discusión sobre la efectividad de las vacunas. “Su peor tragedia es el éxito que han tenido. En Europa se había erradicado el sarampión gracias a la vacunación. Y en los últimos tres años ha habido muertes por esta enfermedad porque la gente se dejó de vacunar. Se mueren niños porque dicen que las vacunas no sirven. En Italia y Francia están redactando proyectos de ley para que sean obligatorias”, señaló. Dijo que “gracias a las vacunas en Uruguay no existe el sarampión desde 1999”, y que “desapareció la poliomielitis, una enfermedad que en las décadas del 50 y 60 era tan común que en la guía telefónica había avisos de Pulmotor para ayudar a respirar”.

    El jerarca es particularmente crítico con los grupos antivacunas. Pero reclamó que el tema esté arriba de la mesa y se discuta. Dijo que su “estrategia” es abrir las puertas del MSP para “recibir a quienes tengan dudas” o para “discutir” con aquellos que tengan una postura tomada. “La manera de avanzar en salud es convenciendo”, afirmó.

    Libertad sanitaria.

    Hay varias redes y canales de comunicación que reúnen a grupos de personas que deciden no vacunar o que al menos lo están pensando mientras buscan información por su cuenta. Los unen, por lo general, las malas experiencias. Pero también la pretensión de tener autodeterminación sobre lo que ingresa a su cuerpo o al de sus hijos. “Nos une la inquietud y el deseo del derecho a la libertad sanitaria”, resumió Ana Inés Gutiérrez, que integra un grupo de WhatsApp que abarca a 142 familias.

    Una de las primeras cuestiones que se apuran a aclarar los integrantes de estos colectivos viene como respuesta a Quian. Dicen que no son “ignorantes científicos”, que tienen argumentos, que estudiaron, que se documentaron. Muchos de los que integran estos grupos son profesionales universitarios. Otra de las necesidades del grupo es compartir información que, dicen, les cuesta conseguir con sus propios médicos tratantes.

    “A la decisión de no vacunar llegué tras estudiar mucho, compré varios libros en el exterior y me dediqué los nueve meses de embarazo de lleno al tema”, explicó Nicole Salle, otra de las participantes de este colectivo. “Siempre tuve la sospecha de que una enfermedad que había tenido de niña —trombocitopenia idiopática— de carácter autoinmune había sido ocasionada por las vacunas. La realidad es que previo a esta enfermedad manifesté varios síntomas de hipersensibilidad como los que se nombran comúnmente entre sus efectos adversos y luego, la frutilla de la torta, un púrpura que casi me lleva a la muerte”, relató. “Fue por esto que creí que le debía a mi hijo al menos indagar sobre el tema. Lo que fui descubriendo en estos años fue peor de lo que imaginaba”.

    Salle puso sobre la mesa toda la bibliografía consultada. “Entiendo que las vacunas están fuertemente institucionalizadas, y a pesar de ser un fármaco, se lo indica de forma masiva, sin informar adecuadamente al paciente”, argumentó. Para Salle, el Estado “con soberbia prevencionista pretende masificar e imponer la medicalización de niños sanos sin ofrecer garantías”.

    “Históricamente los ensayos de vacunas no han incluido a los individuos vulnerables. Por esta razón, los efectos adversos graves en poblaciones donde las vacunas son obligatorias en todos los individuos, independientemente de su susceptibilidad, puede estar subestimada”, dijo.

    El MSP lleva un registro de los eventos supuestamente atribuidos a la vacunación e inmunización (Esavi). Búsqueda tuvo acceso a los últimos datos, que se están procesando antes de ser publicados. En el 2017 se notificó la mayor cantidad de eventos adversos de los últimos siete años: fueron 76. El promedio desde 2010 a 2017 es de 63 reportes adversos. De esos, la mitad logran ser conectados directamente con las vacunas. Y 16, en promedio, son casos graves que requieren hospitalización. La mayoría de los casos están asociados a la vacuna pentavalente que inmuniza contra la difteria, el tétanos, la tos ferina y distintos tipos de poliomielitis.

    Salle entiende que las personas con historia previa de efectos adversos relacionados con las vacunas, o con historia familiar de enfermedades autoinmunes, no son advertidos adecuadamente de los riesgos que corren al vacunarse.

    Algo de eso le pasó a Mariana —es un nombre ficticio, pues pidió reservar su identidad—. Mariana era provacunas. Y aunque tuvo malas experiencias personales siguió apostando una y otra vez a la vacunación. Cuando quedó embarazada, sus médicos tratantes le aconsejaron que se vacunara contra la gripe. Estaba de 30 semanas. Y Mariana terminó hospitalizada porque tuvo una reacción alérgica. Nació su hija y siguió sin cuestionarse las vacunas. Le dio la vacuna al nacer y la de los dos meses. Ahí la bebé, que tenía diversas alergias alimentarias, reaccionó con fiebre alta e hinchazón en las piernas. Cuando llegó el turno de la vacuna de los cuatro meses algo le decía que era mejor no vacunar, pero igual se la dio. “Y ahí todo empezó a ser extraño. Se le hincharon mucho más las piernas, hizo fiebre de 40 grados. Pero lo más raro: lloró de corrido, sin parar, durante seis horas. No había nada que la hiciera parar”. Llamó a la emergencia. “Madre, eso es normal”, cuenta que le dijeron. “Nadie me dio pelota. Porque los médicos no lo saben. No estudian las vacunas, estudian que hay que vacunar”. A la semana ocurrió algo que recién tiempo después pudo vincular con las vacunas.

    “Yo estaba con la bebé jugando arriba de la cama, la tenía agarrada, paradita, estaba feliz y sonriente. Mirándome. Y de repente, de golpe, se le fueron los ojos para atrás y quedó completamente floja, como una baba. La moví, pero nada. Como si la hubieran apagado. Pasaron unos segundos. Volvió. Abrió los ojos y se empezó a reír como si no hubiera pasado nada”. Dijo que le llamó mucho la atención, pero lo comentó con su médico recién en el próximo control. Siguió sin hacer la conexión con la vacuna. Y le dio la de los seis meses. A las pocas horas notó que uno de sus ojos lo tenía más entrecerrado. Las piernas se le hincharon. Otra vez la fiebre. Otra vez el llanto, esta vez de ocho horas. Y una semana después tuvo una convulsión. Hizo todo tipo de estudios, pero no lograron dar con el problema. No había casos de epilepsia en la familia.

    Se puso a investigar. A llenar planillas con datos. A lo único que llegaba era a las vacunas. Y mientras, los médicos seguían aumentando las dosis de anticonvulsivos. Se acercaban los ocho meses y tenía que vacunarla de nuevo. Ella no quería. Fue con su hija a Argentina a hacerse más estudios. Siguieron sin hacer la conexión. Hasta que se encontró con un caso similar que le recomendó que le hicieran un estudio metabólico. Las muestras biológicas fueron por Fedex a Estados Unidos. “Tenía una cantidad de aluminio y mercurio muy grande. El aluminio se depositó a nivel neuronal. Hay cierto perfil genético que no logra eliminarlos de la misma forma. El perfil genético de mi hija no podía recibir esas vacunas. Nadie me avisó. Y se podría haber evitado”. A la niña, que hoy tiene 6 años, se la diagnosticó después con Trastornos del Espectro Autista (TEA). Hay estudios científicos que relacionan el aluminio a nivel neuronal y al autismo. “Pero mi hija es altamente funcional y no quiero entrar en el tema del autismo y las vacunas. Es todo una bola que después sigue creciendo”, remató Mariana.