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    Haciendo boca

    Aprovecho los últimos síntomas de la fiebre por Paul McCartney, para destacar a otro artista ignorado por la cátedra, pero que ha cambiado el mundo con su música y merece un homenaje similar al que recibió Paul en Montevideo. Me refiero a Ricardo Arjona, cantautor guatemalteco, de un talento musical y poético único (no creo que haya dos personas en el mundo que puedan tener esa idoneidad para la cursilería), un sibarita del mal gusto hecho canción. La historia de la música no registra otro individuo capaz de resumir el lugar común acaramelado, género al que podríamos rotular “escatología melosa amorosa popular”; Arjona es un prodigio en ese registro.

    Pero más allá de los destaques estéticos indiscutibles, Arjona es, por sobre todas las cosas, ese juglar mágico que logró un milagro impensable para nuestra conflictiva sociedad: unir la sensibilidad poética de las mujeres y la de los taxistas. Dos etnias opuestas, enfrentadas en la selva de cemento durante décadas, con un resentimiento acumulado entre ellas comparable al de los hutus y los tutsis o los sunitas y los chiítas. Difícilmente haya un ser vivo más misógino que el taxista medio, y nada más prejuicioso que una mujer hablando de un taxista. Todos los taxistas le parecen el mismo taxista a la mujer, y ese taxista es un ser despreciable y primitivo para ellas, merecedor de las peores descalificaciones; de hecho, si prestamos un poco de atención, el hombre suele ser mucho más medido que la mujer en la crítica al taxista, ¿por qué? Un poco porque en algunas cosas concuerda, y otro porque sabe perfectamente que donde ande un taxista cerca y lo escuche se puede comer una trompada sin decir agua va, o un par de tiros en el pecho nomás; y la mujer no siente esa presión, esa fuerza coercitiva de una colectividad masculina organizada y unida sobre el individuo, a la que también podríamos llamar miedo. Por eso ellas denostan a todo volumen a los taxistas, aunque ni se acercan a lo que dicen los taxistas de ellas. Esto no impide que después tengan sus revolcadas las mujeres con los taxistas, y amores, por supuesto, que se entienda: lo que se plantea es desde el plano de la sensibilidad y la forma de ser, de conducir, de pensar, de verse uno al otro, de convivir, etc.

    Sin embargo Arjona, este caribeño al que le corre glucosa por las venas, espesa, que si se le hace un corte en la aorta se tendrá caramelo para bañar 30 o 40 islas flotantes, sin exagerar, consiguió lo que parecía imposible: unir a esas dos etnias en una misma sensibilidad artística. Ambos, taxistas y mujeres, son su público más fervoroso y conviven en sus recitales con alegría y hasta respeto. Si encontramos uno parecido a Arjona para Medio Oriente terminamos con el conflicto entre israelíes y palestinos en menos de lo que canta un gallo halal en Ramadán. De conseguir un cantante de estos quilates que hiciera una canción de un taxista palestino seduciendo una pasajera sionista ortodoxa, estaríamos en las puertas de la paz mundial.

    Con éxitos como “Pingüinos en la cama” o “Lobos marinos en la mesa de luz”, así como “Petróleo en tu entrepierna” y “Calamares en mi mentón”, su hit “Señora de los nueve lustros”, o “El intestino grueso de nuestro amor”, pasando por “Me voy, pero antes tengo esto”, el reconocido “Las gallinas son recatadas al lado tuyo”, y su nuevo éxito “El calentamiento global de tu zona pélvica”, muy consustanciado con el medioambiente, o aquel más popular y antiguo: “Qué es lo que hace un electricista con una pinza de cejas”, Arjona también hipnotiza a las masas, y produce milagros. El reconocimiento para el paleontólogo del lugar común.