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    Se quema todo

    Incendios, de Wajdi Mouawad por El Galpón

    Una muralla de hierro, tejido de alambre y acero oxidado atrae, acapara y absorbe todas las miradas. Un muro grande, alto y bien feo ocupa todo el ancho del escenario, figura y fondo de una de las mejores puestas en escena de El Galpón en mucho tiempo. En el piso, poca cosa, los útiles fundamentales para contar esta historia tan amarga como extraordinaria: una bicicleta, un montón de baldes, unas sillas, buenas luces, música y sonidos sugerentes. Y lo fundamental: buenos actores, muy bien dirigidos. “La versión es pura épica, es la narrativa de los actores en estado puro”, había dicho a Búsqueda Aderbal Freire-Filho. El director brasileño estrenó esta puesta en su país hace cuatro años y fue convocado, luego de casi 20 años sin dirigir en Uruguay, para recrear ese montaje —escenografía, iluminación, vestuario y banda sonora originales— con el elenco galponero. Y cumple cada letra de esa promesa.

    Quienes vieron la película —peliculón— de Denis Villeneuve recordarán el argumento: con la muerte de su madre, dos hermanos mellizos se enteran, por el testamento, de la existencia de su padre, al que creían muerto y de otro hermano hasta entonces desconocido. Para encontrarlos y para resolver el cúmulo de misterios que se ciernen sobre su existencia, viajan a su tierra natal. La idea de que al reconstruir el pasado se opera sobre el presente y, en buena medida, el futuro. Todo en el marco de la guerra y de la violencia omnipresente. Quienes no vieron la película tienen aquí la valiosa oportunidad de enfrentarse al texto desnudo, en estado salvaje. Como dice Aderbal en el programa de mano: “¿Qué es el escenario si no un cuadrado invadido por la imaginación?”. Pasan 50 años entre el comienzo y el final, la acción va y viene a través de océanos y continentes, y el cuento fluye con notable naturalidad, la misma que ya vimos cuando se representaron otras de sus obras en Montevideo.

    Como un gran maestro de la dramaturgia, Mouawad (Líbano, 1968) arma esta tragedia como una maquinaria falsamente compleja, llena de capas y pliegues, pero que en escena se desgrana con una claridad y contundencia meridianas, con un gran poder de conmoción. En las mismas ligas que un Sófocles o un Shakespeare. Los rostros tensos, la atención mayúscula, la respiración contenida, las miradas cargadas de intensidad que se aprecian en la platea durante el desenlace de esta obra, no se ven todos los días en el teatro montevideano.

    Además del autor, gran parte del mérito se lo lleva la dirección de Freire, un pesado del escenario, un realizador dueño de una enorme obra en su país, con seis trabajos en Uruguay (en los años 80 y 90). Además de ser liviana, dinámica y sumamente entretenida, su versión se aleja del morbo de la puesta argentina, dirigida en 2013 por Sergio Renán, desbalanceada hacia la violencia explícita, precipitada hacia torpes representaciones corporales de violaciones, peleas y asesinatos, en un griterío insoportable liderado por Ana María Picchio. “Mouawad nos permite descubrir qué es la poesía en tiempos de decadencia y desesperanza”, entiende Freire, y llena de esa poesía la gran sala Campodónico.

    La vida de Mouawad tiene algunos lazos, al menos geográficos, con lo que narra Incendios. Nació en Líbano en 1968, vivió varios años de su adolescencia y juventud en Francia y se formó como autor, director y actor teatral en Montreal, segunda urbe francófona después de París. Allí escribió su tetralogía Sangre de las promesas —Incendios, Bosques, Cielos y Litoral—, representada en forma integral en el Festival de Aviñón en 2015. Coco Rivero dirigió con la Comedia Nacional Litoral, la historia de este hombre que carga con el cuerpo de su padre muerto hasta llegar a darle sepultura en su lugar de origen. El elenco oficial también montó en 2014 su obra Pacamambo, que desafía al público infantil a enfrentarse a la señora de la guadaña, a través de una niña que, estando al cuidado de su abuela, presencia su muerte y debe resolver la situación sin ayuda adulta. El año pasado retornó a París, donde fue nombrado director artístico del Théâtre National de La Colline.

    El otro gran sostén del espectáculo es su elenco, que se desliza sobre el escenario como un cuerpo de baile que ejecuta una coreografía orgánica y de gran humanidad: Héctor Guido y su hijo Federico Guerra comparten el escenario por primera vez —el escribano testamentario y el hijo reacio a hurgar en su pasado—, y ambos están muy bien en esa función de personajes-ventana que ventilan el ambiente con sutiles trazos de humor e impiden que el humo de estos seres incendiados vuelva irrespirable el aire. Estefanía Acosta, en camino a su plenitud artística, demuestra una vez más que es una de las mejores piezas del elenco fundado por Don Atahualpa. Sebastián Silvera es toda una revelación en la piel de Nihad, el guerrero palestino que completa y resuelve el cuadro, y Elizabeth Vignoli, en una cuerda muy temperamental y en uno de los mejores papeles de su carrera, que remite al estilo frontal y directo de Roxana Blanco; una Nawal Marwan precisa, equilibrada, un arma calibrada como se debe para disparar las emociones que esta historia demanda.

    Incendios, de Wajdi Mouawad, por Teatro El Galpón. Director: Aderbal Freire Filho. Traducción: Laura Pouso. Escenografía: Fernando Mello Da Costa. Vestuario: Antonio Medeiros. Iluminación: Luiz Paulo Neneim. Música: Tato Taborda. Sala Campodónico, sábados, 20.30 y domingos, 19.30. Hasta el 23 de julio. Entradas en Tickantel a $ 450, $ 220.