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Claves para ordenar la biblioteca

Organizar las estanterías es dialogar con la identidad pasada y actual y dejar espacio, literal y simbólico, para lo que se viene

Redactora de Galería

El 26 de mayo se celebra el Día del Libro en Uruguay, en conmemoración de la creación de la primera biblioteca pública del país, en 1816. Más que una simple efeméride, esta puede ser una excusa para revisar las estanterías. ¿Qué historias acompañan nuestras vidas? ¿Qué libros estamos preparados para dejar partir?

En un tiempo de pantallas y estímulos breves, detenernos a pensar nuestros libros puede ser un acto de pausa, memoria y elección. Y sobre todo, una forma más de introspección.

En cada hogar, los estantes reflejan historias personales. Los libros que se conservan dicen mucho sobre la identidad de quien los reúne y también sobre aquello a lo que se aspira, ya sea que su presencia responda a una elección consciente o al simple paso del tiempo y la acumulación involuntaria.

Algunas bibliotecas ocupan paredes enteras y parecen salidas de una casa inglesa del siglo­ XIX, otras, de un catálogo de diseño escandinavo, y algunas se han trasladado totalmente, o casi por completo, al intangible mundo de lo virtual. Mientras unas crecen sin control, otras están compuestas por una selección cuidada de títulos significativos. Hay quienes las ordenan por color, por género, por autor, por tamaño, por idioma o incluso por las emociones que las lecturas les provocan: “un estante para lo que me hizo sentir bien”, “otro para lo que me hizo reflexionar”.

El filósofo y crítico alemán Walter Benjamin, gran coleccionista de libros, sostenía en su ensayo Desempacando mi biblioteca, de julio de 1931, que la relación con los libros va mucho más allá de la lectura. De hecho, reconocía haber leído solo una parte de su vasta colección. Lo que lo unía a esos ejemplares no era únicamente su contenido, sino las historias, recuerdos, lugares y experiencias que le evocaba cada uno. Su biblioteca era una especie de autobiografía armada a partir de papel a lo largo del tiempo.

Ese mismo año, el poeta, dramaturgo y prosista español Federico García Lorca, invitado a inaugurar la primera biblioteca pública de su pueblo natal, cerraba su discurso con un viejo refrán: “Dime qué lees y te diré quién eres”. Una idea que su contemporáneo, el escritor y periodista francés François Mauriac, llevaba un paso más allá al afirmar: “Dime lo que lees y te diré quién eres; eso es verdad, pero te conoceré mejor si me dices lo que relees”.

Variaciones de este pensamiento han circulado durante décadas y hasta la actualidad, repetidas por distintos autores en frases similares: uno es los libros que ha leído, “uno es la suma de sus lecturas y sus vivencias­” o “uno es lo que consume, no solo con el cuerpo, sino con la mente”. Se cree que los libros revelan algo profundo sobre quien los lee y los guarda.

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Si bien la conexión que tenemos con los libros es sentimental, también está mediada por el espacio, el tiempo y el crecimiento personal. Los ejemplares que descansan en la biblioteca de una persona pueden cambiar a lo largo de los años, conforme también evoluciona su dueño. Organizar una biblioteca hogareña interpela, implica tomar decisiones sobre qué guardar, qué dejar ir, cómo agrupar y qué hacer con esos libros que, aunque alguna vez cumplieron una función, hoy ya no tiene sentido conservar.

Uno de los métodos más usados es el temático o alfabético, ideal para quienes consultan libros con frecuencia o tienen una biblioteca especializada. También hay quienes priorizan el criterio estético, agrupar por colores o formatos crea una sensación de armonía visual, aunque puede dificultar la búsqueda. Otra opción es el orden cronológico, guardarlos según la fecha de lectura o de adquisición. Y hay quienes ordenan por afecto o por relevancia personal, manteniendo más cerca los libros que más los marcaron, por mencionar algunas de las múltiples opciones.

El escritor argentino Jorge Luis Borges, quien además fue bibliotecario, decía que “el paraíso debe ser algún tipo de biblioteca”. Borges­ ponía en palabras lo sagrado de una biblioteca para un lector empedernido. Pero es muy probable que en esa biblioteca eterna y paradisíaca que imaginaba Borges, encontrar un libro fuera sencillo e intuitivo, el orden fuera fácil de mantener y los ejemplares no acumularan ni una pizca de polvo. La realidad de una biblioteca, a gran escala o de uso hogareño, conlleva un mantenimiento del que no se puede escapar.

100 libros

En los últimos años, especialmente con la expansión de movimientos minimalistas que buscan vivir con los esencial eliminando lo superfluo, como el promovido por la consultora de organización Marie Kondo, surge la teoría de los 100 libros, que invita a reducir la biblioteca personal a un centenar de ejemplares cuidadosamente seleccionados para quedarnos solo con los que realmente apreciamos, mientras soltamos lo demás. Esta corriente no pretende despreciar el libro físico, sino resignificar su valor. Tener menos para disfrutar más, elegir calidad antes que acumulación, darle espacio a lo esencial y ganar tiempo. Para algunos, esta idea es liberadora, para otros, impensable.

Esta práctica que invita a alcanzar un límite voluntario de 100 libros físicos puede parecer extrema para los amantes del papel, pero no es la versión última del minimalismo. En esta, todo lo que puede ser reemplazado por una versión digital debería serlo, salvo excepciones justificadas. Algunos de los beneficios vinculados a esta forma de vida minimalista implican la reducción del estrés y la ansiedad, el mejor uso del espacio, el ahorro de tiempo y la mejora de la concentración, entre otros.

100 es también el número de libros que algunos indican que toda persona debería leer alguna vez en la vida, pero coincidir en 100 títulos de lectura indispensable ha demostrado ser algo muy difícil de lograr. La elección es profundamente cultural y la lectura esencial en Uruguay o, para ser menos restrictivos, en América Latina, no coincide con la de India, Rusia o Angola.

Mientras unos intentan llegar a los 100 libros esenciales, otros sugieren que lo ideal para triunfar es leer 100 libros al año. El vínculo entre la lectura de 100 libros al año y el éxito no está comprobado, pero seguro que el ejercicio mal no va a hacer.

Libros que expiran

No todos los libros están hechos para durar, muchos pierden vigencia y terminan ocupando lugar sin ofrecer valor. ¿Qué hacer con los que tienen un ciclo de vida corto? Guías turísticas, anuarios, agendas, publicaciones astrológicas o con contenido temporal o desactualizado­.

Lo primero es evaluar si cumplen una función documental, emocional o estética para nosotros o para alguien más. Si siguen teniendo algún propósito, se pueden conservar; de lo contrario, se pueden donar o regalar. En bibliotecas barriales, centros culturales, ferias solidarias o grupos de trueque, algunos de estos libros pueden encontrar nuevos lectores y usos. Pero si no encontramos que tengan ningún valor por su contenido para nadie, lo mejor es considerar reciclarlos.

Lectura en digital

Los libros electrónicos han transformado la industria de la lectura. Dispositivos como el Kindle, Kobo o Nook permiten almacenar miles de títulos en un solo aparato, fácil de transportar y con acceso instantáneo. Estos dispositivos funcionan mediante pantallas que imitan la apariencia del papel y reducen la fatiga visual, ofreciendo una experiencia de lectura cómoda incluso a la luz del sol. Además, los libros electrónicos suelen incluir funciones como la búsqueda de texto y la posibilidad de resaltar pasajes y tomar notas, lo que enriquece la interacción con el contenido.

Pueden albergar la totalidad de las lecturas de una persona, permiten reducir la huella de carbono y leer con facilidad desde cualquier parte del mundo a un precio sensiblemente más económico que su contraparte físico. Su potencial como herramienta para simplificar el proceso de reestructura de una colección física es muy grande. No remplazan las experiencia sensorial del libro, pero muchos los están eligiendo como una opción complementaria.

Sin embargo, otra parte de los lectores sigue valorando la experiencia táctil y emocional que ofrece un libro impreso, con su aroma, textura y el acto físico de pasar las páginas.

Alejandra Pintos

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Estética, criterio y evolución

La colección de libros de Alejandra Pintos —periodista, docente y ávida lectora—, que ronda los 150 ejemplares, se ha ido moldeando con los años entre elecciones personales, regalos y depuraciones realizadas durante mudanzas. Su biblioteca, en constante evolución, no solo refleja sus gustos de lectura, sino también su personalidad: tiene libros, por supuesto, pero también objetos con historia, como una pipa de su abuelo o una lámpara en forma de croissant­. Las revistas, que también consume, las guarda aparte, ordenadas debajo de una mesa ratona.

Su fuerte memoria visual le permite organizar los libros por color y recordar sin problema dónde se encuentra cada uno. Esto le permite combinar contenido con forma y diseñar un conjunto armónico. Más allá de esa sensibilidad vinculada al interiorismo, le molesta el libro que se elige por una cuestión meramente decorativa: “Hay gente que compra libros objeto que son literalmente cajas, no dicen nada. Yo, si bien valoro la estética y el diseño, realmente amo leer y amo los libros”, explica.

De hecho, lleva una lista con los libros que ha leído, donde anota el título, el autor, si es hombre o mujer, y una valoración con estrellas. Comenzó el registro al darse cuenta de que leía casi exclusivamente a hombres, y hoy leer autoras —especialmente japonesas y coreanas— se ha vuelto un hábito natural. Lee antes de acostarse, algunas mañanas y durante los fines de semana. Esta constancia le ha permitido leer entre 22 y 29 libros por año desde 2022.

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Su biblioteca es una estantería industrial adaptada que ocupa toda una pared. La eligió tras mudarse sola y está compuesta por libros en español (tres cuartas partes) y en inglés (el cuarto restante). Pintos combina la lectura en papel con el Kindle (dispositivo de lectura de libros electrónicos), donde suele subrayar o consultar textos para sus clases. En digital lee principalmente títulos en inglés difíciles de conseguir en Uruguay, o los que no está segura si desea conservar. Además, escucha audiolibros, pero solo de no ficción o biografías narradas por sus propios autores, como la de Julia Fox.

Cuenta que relee poco, ya que “hay demasiados libros por leer”, pero entre sus favoritos se encuentra La campana de cristal, de Sylvia Plath. Alterna entre ficción y no ficción según el momento y, aunque ha comprado libros por el diseño de su tapa —como The Sound and the Fury, de Faulkner, que resultó demasiado complejo en inglés—, elige conservar solo aquello que le aporta un valor emocional o intelectual.

Para eso aplica algunas reglas inspiradas en el minimalismo: cuando entra un libro nuevo, otro debería salir (aunque admite que cumple esta norma más con la ropa que con los libros). Donó y regaló muchos ejemplares cuando se mudó, ofreciendo los que no quería conservar a sus amigos y familiares. También tiene una sección dedicada a los libros prestados, que mantiene aparte para no olvidar devolverlos.

Valentín Trujillo

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Bibliotecas temáticas por toda la casa

Una mudanza reciente que lo regresó a su Maldonado natal obligó al escritor y exdirector de la Biblioteca Nacional de Uruguay, Valentín Trujillo, a reorganizar su colección de libros. “Somos un hogar con muchos libros, porque mi pareja y yo somos periodistas, escritores y grandes lectores. Tenemos más de 2.000 libros”, admite sin tapujos, ya que considera que “no hay un número donde te pasás de libros”.

Su biblioteca se nutre de libros suyos, libros de Elena Risso —su pareja— y libros que han adquirido juntos o les han regalado. “Mudarte te da una nueva oportunidad para reorganizarlos, y eso nos pasó hace poco tiempo, porque tuvimos que meter todos en cajas y luego rearmar las múltiples bibliotecas individuales que teníamos”, explica. Tienen tres grandes bibliotecas en el escritorio, una en el living, dos más en el dormitorio y otra en el cuarto de uno de sus hijos, el más pequeño, que tiene nueve años.

“Nunca se me ocurriría ordenarlos alfabéticamente”, señala. Lo que hace es ubicarlos por orden temático, aunque de una forma flexible y personal. Este enfoque puede ser “vaporoso”, por ejemplo, cuando agrupa libros de un mismo autor en medio de otro conjunto, pero tiene sentido para él. Así, hay un estante para la literatura norteamericana, otro para literatura en inglés en general, uno para literatura europea, y sectores con libros en francés, italiano y hasta alguno en alemán. También hay un espacio para biografías.

Tiene un sector particular para la historia de Maldonado, otro para historia en general y otro más para los libros de crónica periodística. Los libros propios —sean firmados por Trujillo­ o por Risso— ocupan un lugar especial, un rincón familiar.

La mudanza implicó un desprendimiento y una reducción en la cantidad de ejemplares, aunque algunos se mantuvieron como “acompañantes emocionales” sin que eso signifique que planeen releerlos. Su relación con la lectura es libre y fluctuante. No lleva un control sistemático ni listas con los títulos que tiene. Lo que sí tiene es un ex libris (marca de propiedad que se coloca en un libro para indicar que es de alguien en particular), un regalo que le hizo su esposa y que le permite grabarles su nombre.

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Ex libris de Valentín Trujillo

Ex libris de Valentín Trujillo

Es un poco reservado a la hora de prestar libros. “Intento prestar lo menos posible, en eso soy medio desconfiado. Obviamente, a la gente cercana, familia o amigos a los que puedo rastrear, sí, y a su vez me prestan también”, cuenta.

Dos de sus ejemplares más valorados son Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, regalo de su padre cuando tenía 12 años, y Todo un hombre, de Tom Wolfe, firmado por el autor. Estos libros los mantiene cerca, en la biblioteca junto a su cama, aunque las lecturas actuales se acumulan aún más cerca, sobre la mesa de luz.

Además del libro físico, Trujillo también valora el libro digital: “Leo en el teléfono, en la computadora, no tengo ningún problema. Nunca estuve en esa disyuntiva de la gente que dice ‘yo leo solo en papel’. No, yo leo en cualquier formato. No soy para nada apocalíptico, sino más bien integrado, y me parece formidable que en un dispositivo tan chiquito como un teléfono tengas una biblioteca casi infinita. Obviamente, capaz que es más lindo tener el objeto y poder palparlo, olerlo, toda la cuestión sensitiva, pero no tengo ningún problema con los libros digitales”.

Cómo ordenar la biblioteca según Marie Kondo

1) Vaciarla por completo.

2) Hacer una selección de los libros que sientas que te hacen feliz, los que tienes pensado releer y los que aún no has comenzado y tienes pensado leer.

3) Donar, regalar o vender los libros de los que te vas a deshacer.

4) Clasificar lo que queda por temática. Propone las siguientes:

• libros que lees por placer

• libros prácticos (recetarios, guías)

• libros visuales (fotografía, moda, diseño)

• revistas.

5) Una vez clasificados, colocarlos nuevamente en la estantería por temática.