Por estricta definición del diccionario, viajar es “trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción”. Un mero desplazamiento, algo que la física explica como un cambio de posición de un objeto en el espacio.
No todo turista es viajero ni todo viaje transforma. ¿Cuán largo tiene que ser un viaje para cambiarnos? ¿Cuán lejos? ¿Por qué consumimos viajes en vez de vivirlos? Esas preguntas motivaron este capítulo de Películas para la vida
Por estricta definición del diccionario, viajar es “trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción”. Un mero desplazamiento, algo que la física explica como un cambio de posición de un objeto en el espacio.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEntonces, ¿viajar es solo trasladar el cuerpo de un lugar a otro? Creo que la mayoría estaremos de acuerdo en que no, en que viajar es mucho más que eso.
Soy Patricia Mántaras, periodista y editora de Galería. Espero que esta nueva entrega de Películas para la vida te encuentre bien. Me podés escribir con comentarios o sugerencias a [email protected]. Estaré encantada de leerte y responderte.
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Un viaje puede ser una peregrinación, una exploración, una aventura, un descubrimiento (o autodescubrimiento). Es romper la rutina, entregarse al azar, cambiar certezas por inseguridad.
Un viaje puede ser, también, una oportunidad para huir, puro escapismo; comprar un pasaje a otra vida, aunque sea por un rato. Creo que muchos hemos visto en algún momento el viaje como la posibilidad de dejar atrás un problema, de postergar una decisión, de evadir la realidad. Como si al despegar el avión dejáramos en tierra nuestras angustias. Como si no fueran a perseguirnos en cualquier lugar del mapa. Qué especie ilusa somos.
Y un viaje puede ser una cosa más. El imperativo social de decir “yo estuve en el rincón más recóndito de Japón” o en el outback australiano, o en la isla Tanna.
Así como se compra un lavarropas con su manual de uso y sus programas preestablecidos, se compra el viaje empaquetado, con sus hoteles, paseos, restaurantes y horarios pautados. Sin espacio para la improvisación o la sorpresa. Se compra el paquete y se vive la experiencia turística con todos sus brillos artificiosos y predictibilidad.
Estos viajes se venden a veces con casi una garantía: la promesa de la transformación incluida. Una promesa difícil de cumplir, porque sin choque cultural, contratiempos o imprevistos —se ha estudiado— no hay transformación.
De este tipo de viaje habla The White Lotus, la serie de Max que lleva tres temporadas y ya confirmó una cuarta. Si no la viste, te cuento que es una sátira de la clase más privilegiada. Cada temporada transcurre en un destino diferente: la primera en Maui (Hawái), la segunda en Taormina (Sicilia, Italia) y la tercera en la isla de Koh Samui (Tailandia). Transcurren ahí como podrían transcurrir en cualquier otro sitio, porque los huéspedes, extremadamente adinerados, no salen mucho de ese micromundo de lujo. Agendan sesiones de spa y tratamientos de wellness para volver a la habitación a tragar sus pastillas de lorazepam con algún cóctel de autor.
En 1996, la revista Harper’s publicó un ensayo de David Foster Wallace sobre la experiencia de vivir una semana en un crucero de lujo. Lo tituló Shipping Out (Envío), probablemente porque el trabajo fue un encargo. De hecho, se incluyó también en el libro de ensayos del autor Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, título inspirado, evidentemente, en sus días a bordo.
“He aprendido que existen intensidades de azul más allá del azul intenso. He comido más y con más clase que nunca (...). He escuchado a ciudadanos estadounidenses adultos de clase alta preguntar en el mostrador de atención al cliente si para hacer snorkel es necesario mojarse, si el tiro al plato se realizará al aire libre, si la tripulación duerme a bordo y a qué hora es el bufé de medianoche. En una semana, he sido objeto de más de 1.500 sonrisas profesionales”, escribía Foster Wallace.
También relataba: “El barco estaba tan limpio y blanco que parecía hervido. (...) Las temperaturas eran uterinas. El mismo sol parecía estar programado para nuestra comodidad. La proporción de tripulación por pasajero era de 1,2 a 2. Era un crucero de lujo”.
He leído por ahí que si un viaje no es transformador, no es un viaje, es solo entretenimiento. En los viajes transformadores hay que pasarla un poco mal por momentos; ya sabemos que de lo bueno, en general, se aprende poco.
Cheryl Strayed escribió el libro de memorias Wild en 2014, y poco después se hizo la película (Alma salvaje, está en Disney+). Reese Witherspoon interpreta a esta mujer joven, oriunda de Pennsylvania, que sufre el duelo de su madre mientras combate algunos recuerdos de ese vínculo, que tuvo sus conflictos y dejó sus huellas. Cheryl camina los 1.800 kilómetros del sendero del Pacífico en 90 días, y en esa peregrinación en la que pasa sed, dolor físico, frío y hasta sufre violencia, encuentra finalmente la paz.
El caso de Christopher McCandless también inspiró primero un libro y después una película, que dirigió Sean Penn: Hacia rutas salvajes (Into the Wild). Christopher dejó a su familia, la universidad y las comodidades para lanzarse a un viaje que sería eterno. Compensó su absoluta renuncia a lo material con una inteligencia fuera de lo común y una voluntad férrea. Recorrió desde México hasta Alaska con lo mínimo indispensable. La vida solo le duró 24 años, pero la vivió como quiso.
En inglés existe una de esas palabras-concepto que me fascinan: Wanderlust. La traducción literal sería “pasión por deambular”, una pulsión presente en muchos viajeros. (Hay una serie en Netflix con este título que te recomiendo especialmente, aunque no tiene nada que ver con viajes, geográficos al menos).
¿Te acordás de Fern? Es la protagonista de Nomadland, la película que ganó tres Oscar en 2021 (está en Disney+), inspirada en un libro de no ficción. Frances McDormand (un Oscar fue para ella) interpreta a Fern, esta mujer que desde que perdió a su marido abandonó su pueblo para llevar una vida nómade por el oeste de Estados Unidos. Se mueve, come, duerme en su furgoneta y tiene compañeros de ruta que llevan la misma vida. Están fuera del sistema (muchos de ellos a partir de la crisis de 2008), hacen trabajos zafrales y solo se tienen entre ellos, cuando coinciden. Para muchos, ese éxodo no es una elección; para Fern, es inevitable. La miro y pienso que debe ser una vida muy solitaria, desarraigada, pero también envidiablemente libre.
¿Y de Carl Fredricksen, te acordás? Es la viudez también la que marca el comienzo del viaje para el protagonista de Up, una de las mejores películas animadas de todos los tiempos (y ganadora también del Oscar, está en Disney+). Los primeros minutos ya explican por qué el viaje es tan importante para Carl, y al mismo tiempo por qué está tan aferrado a su casa (solo te voy a decir que tiene que ver con el amor de su vida). Presionado para mudarse por una empresa constructora que va a demolerla, la llena de globos y sale volando en ella. Lo acompaña (sin que esté en sus planes) un conversador niño explorador. Les pasa de todo y, al final, ninguno de los dos es el mismo que al principio.
El viaje de Miles en Entre copas( Sideways, está en Disney+) es el más corto y menos salvaje, pero aun así, transformador. Paul Giamatti es Miles, este profesor de inglés/escritor frustrado/aficionado al vino que intenta superar su divorcio mientras espera la respuesta de una editorial que podría publicar su libro. La despedida de soltero de su mejor amigo es la excusa ideal para recorrer viñedos de California, y aunque el deseo de fondo es escapar de su vida, termina madurando en el camino. La volví a ver y la disfruté más que la primera vez. Se llevó el Oscar a Mejor guion.
Dicen que no importa la distancia para que el viaje sea trascendental. Dicen, también, que se puede viajar sin salir de la ciudad.
El filósofo suizo Alain de Botton escribió en su ensayo El arte de viajar: “Vivimos en lugares, pero raras veces los vemos”. Me acuerdo también de una frase de Marcel Proust que seguramente has leído mil veces, pero viene muy a cuento: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”.
Susan Solnit describe esa sensación de anhelar siempre el paisaje lejano en su libro Una guía sobre el arte de perderse. “Una suave y húmeda mañana de principios de primavera, conduciendo por una carretera sinuosa a través del monte Tamalpais, la montaña de 2.500 pies justo al norte del puente Golden Gate, una curva revela una visión repentina de San Francisco en tonos de azul, una ciudad de ensueño, y me llenó un tremendo anhelo de vivir en ese lugar de colinas azules y edificios azules, aunque vivo allí, acababa de irme después del desayuno (...), y estaba ansiosa por ir de excursión a la ladera oeste de la montaña”. ¿Será que siempre queremos estar donde no estamos?
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En el Mes del Libro publicamos en Galería varias notas alusivas, desde una con claves para ordenar la biblioteca a una charla con varios autores rioplatenses que opinan por qué los cuentos viven un auge. Para seguir leyendo en la semana te dejo otras dos recomendaciones, la entrevista a Francis Andreu a propósito de sus 40 años, y el perfil homenaje de Belela Herrera.