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    Cine uruguayo sensorial: cómo ‘Siempre vuelven’ construye una película sobre el deseo y el duelo con palomas mensajeras

    El cineasta Sergio de León debuta en ficción con un relato sobre la búsqueda de identidad, el despertar sexual y la colombofilia

    El origen de Siempre vuelven, la primera película de ficción del cineasta uruguayo Sergio de León, fue como el de muchos largometrajes nacionales: a partir de una conversación fortuita. Un colombófilo, aquel dedicado a la cría y el adiestramiento de palomas mensajeras, le contó en un almuerzo familiar que, tras la muerte de su padre, había heredado un palomar. La anécdota, cargada de simbolismo, resonó en el cineasta, quien transitaba su propio proceso de duelo y reflexión sobre las herencias familiares.

    “Venía de perder a mis padres, de heredar cosas buenas y otras muy pesadas. Me resonó esa idea del palomar como una carga que ligeramente aumenta porque las palomas se reproducen. Es una herencia que no se puede sacar de encima”, detalló De León durante un conversatorio en la Mediateca Ronald Melzer, el pasado sábado, con los colombófilos Mauricio Moreira y Marcelo Carballo como expositores invitados.

    Así, la colombofilia, con su ritual de aves que retornan indefectiblemente al hogar, se convirtió en la metáfora para explorar temas como la herencia, el duelo, la identidad, el sentido de pertenencia y hasta el despertar sexual, en una historia rodeada de héroes inesperados, empezando por las palomas: despreciadas como invasoras en plazas pero aquí celebradas como atletas veloces y hasta heroínas de guerra.

    Tras su estreno en salas montevideanas y su reciente participación en festivales como el de Guadalajara, con próxima presentación en el Frameline de San Francisco, especializado en cine LGBTQ+, Siempre vuelven apela a un ejercicio cinematográfico singular en la producción uruguaya reciente.

    Con una puesta en escena que navega entre lo íntimo y lo metafórico, la película no solo marca el debut ficcional de un documentalista, sino que propone otro camino para contar historias desde Uruguay: menos atado a lo explícito de la trama y más permeable a los sentidos y los ecos que las imágenes producen durante la película. La apuesta puede dejar a algunos espectadores hambrientos de respuestas ante una narrativa que ni siquiera se plantea ciertas preguntas.

    De León, director acostumbrado a encontrar inspiración en historias cercanas, como las que retrató en sus películas anteriores, Nieves florecida en astros y La intención del colibrí, vivió un giro creativo con Siempre vuelven. El descubrimiento de la colombofilia, un mundo desconocido que lo apasionó, lo llevó a meses de investigación, horas en YouTube y al diálogo y encuentro con expertos. Inevitablemente, imaginó un documental, pero la fuerza narrativa lo empujó hacia la ficción. El relato y sus protagonistas le exigieron otro lenguaje.

    La película sigue a Emilio (Bruce Pintos en su debut cinematográfico), un joven de 18 años que, tras la muerte de su madre, recibe como legado un palomar de palomas mensajeras. Lo que parece una carga se convierte en una búsqueda de identidad entrelazada en un entorno rural uruguayo opresivo. Pintos protagoniza con una actuación cruda, mientras que Anabella Bacigalupo interpreta a Lucía, la madre, cuya presencia sigue marcando a su hijo incluso después de su partida.

    El músico Juan Wauters, que también debuta en la gran pantalla, completa el reparto con un papel secundario. Aquí, el cantautor deja atrás la extrañeza que lo caracteriza en sus presentaciones en vivo y la reemplaza con una delicadeza que termina siendo un punto de atracción física para Emilio. Admirador de su obra, De León buscaba incorporar su singular sensibilidad poética al proyecto y logró incluso que el músico compusiera temas originales para la banda sonora y que también forman parte crucial de la trama.

    Embed - SIEMPRE VUELVEN TRAILER

    El cineasta describió el filme como el viaje del protagonista que resiste lo que heredó hasta aceptarlo. Atrapado en el umbral entre adolescencia y juventud, Emilio enfrenta el duelo materno y esa herencia inesperada: un palomar que lo obliga a confrontar lo inevitable. Pero la película no se limita a la metáfora del duelo. Siempre vuelven también aborda el despertar sexual de Emilio, un personaje gay cuya identidad permite que la homosexualidad del protagonista sea un aspecto orgánico de su persona, no el eje de su drama.

    “La película no va por esa cosa de salir del clóset o de que lo acepten o de los conflictos por ser gay”, explicó De León, enfatizando su intención de crear “un personaje gay cuyo conflicto principal fuera otro”. El director lleva esta perspectiva a escenas de franca carga homoerótica, una elección que responde a su crítica del cine nacional: “Lo realmente perturbador es la falta de erotismo en el cine uruguayo”, comentó.

    Para De León, era crucial abordar la sexualidad sin tapujos, con la misma naturalidad con que se filma una escena de un asado entre amigos, pero buscando también una poética propia. Inspirado por momentos icónicos del cine local, como la escena de El dirigible (1994) donde Laura Schneider fotocopia parte de su cuerpo —“Una de las escenas más eróticas y poéticas del cine uruguayo”—, se preguntó cuántas más hay de ese tipo. La reflexión lo llevó a explorar, en su propia película, la intersección entre sexo y muerte, “los dos temas que nos interpelan como humanos”, según apuntó.

    El director celebró el hallazgo de Pintos, un actor que enriquece la galería de jóvenes introvertidos del cine uruguayo, personajes cargados de silencios y demonios internos. Su mirada penetrante y su dominio de lo no dicho aportan autenticidad al rol, aunque en momentos de alta tensión emocional como el enojo su interpretación trastabilla. Curiosamente, durante el casting descubrieron que el joven tenía una peculiar protuberancia en el pecho que el director interpretó como una señal cósmica para esta historia de palomas y búsquedas interiores.

    La ambientación rural, filmada en Los Cerrillos (Canelones), también jugó un papel fundamental. Originario del interior, De León quiso mostrar un Uruguay rural distinto al estereotipo gris y optó por casas coloridas y una atmósfera veraniega que evoca lo tropical, en lo que describe como una “tropicalización” del paisaje uruguayo. El rodaje, en tanto, presentó desafíos técnicos particulares, especialmente en las escenas con palomas. Estos animales, sensibles a la tensión del set, obligaron al equipo a desarrollar técnicas especiales para trabajar en un ambiente tranquilo. Las secuencias de vuelo requirieron paciencia y coordinación, dependiendo en gran medida de la disposición natural de las aves.

    El diseño sonoro y la música de Daniel Yafalián explotaron la presencia animal de la historia para crear una experiencia que se hace sentir dentro de la sala. Yafalián aprovechó creativamente los ruidos y arrullos de las palomas, integrándolos a una banda sonora electrónica construida a partir de estos sonidos. El trabajo no solo es inmersivo y efectivo, sino que se fusiona con la psique del protagonista. Se complementa con la fotografía de Eduardo Crespo y la dirección artística de Adrián Suárez, que cargan la película con imágenes simbólicas, algunas evidentes, como las de Emilio encerrado, pero no por eso menos poderosas.

    De León habló de su obra como un alquimista de sensaciones, donde cada decisión, inclusive en el casting, rechaza lo seguro para perseguir lo singular. El resultado, dice, no es un relato convencional, sino una invitación: "Por eso convoco a las salas: busco que se sienta, no que se analice. Para mí, la película es como un frasco de perfume: metés ingredientes, lo agitás y surge algo único”, explicó.