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    Dos muestras y un documental celebran los 150 años de Joaquín Torres García

    Desde sus orígenes al constructivismo: la trayectoria artística del maestro se exhibe en el Museo Nacional de Artes Visuales y en el Museo Torres García

    Representar 150 años de un artista como Joaquín Torres García (Montevideo, 1874-1949) no es una tarea sencilla, por la magnitud de su obra, por su espíritu vanguardista, curioso y de movimiento constante, por su itinerario vital que lo llevó a residir en varias ciudades y regresar a Montevideo o por ser el creador de un taller único cuyas huellas continúan hasta el presente.

    Dos muestras le están rindiendo homenaje en Montevideo. En el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) se exhibe El universo como reto con curaduría de su director, Enrique Aguerre, y de los investigadores María Eugenia Grau y Fernando Loustaunau. La otra muestra combina lo artístico con una carga familiar y emotiva importante. Es en el Museo Torres García y la lleva adelante su director, Alejandro Díaz Lageard, bisnieto de Torres García, con un equipo de artistas e investigadores del museo. Clásico-Moderno-Universal es la sencilla y a la vez abarcadora forma en que se presenta esta exposición que ocupa todo el museo. Una relación muy estrecha tiene el documental de título misterioso que se puede ver en Cinemateca y Life Cinema 21. Se llama Pax in lucem y no hay que perdérselo.

    “El museo pensó en brindar al público una conmemoración del jardín para arriba”, dice Grau en el MNAV. El público tiene asimilado esa enorme construcción en granito rosado que es el Monumento cósmico (1939), integrado al paisaje verde del jardín. Pero conviene detenerse a “leer” esa obra y comenzar por allí a visitar la muestra de Torres García. “Es un testamento de piedra, atravesado por símbolos que representan el trabajo humano: el reloj que lo rige todo, el ferrocarril, el barco, la balanza, la escalera y la espiral que después retomará José Gurvich. Y también está lo ancestral, la máscara precolombina y el sol que también rige el tiempo. Está el trabajo y la filosofía”, explica la curadora.

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    Torres García joven

    Torres García joven

    Para Loustaunau, el jardín, diseñado por el paisajista Leandro Silva Delgado, merece ser considerado como parte integral del museo y que por eso se considera una parte del “corpus” del museo. En la Sala 2 se exhiben las obras de los discípulos más representativos de Torres García y en la Sala 5 las obras del artista que forman parte de su acervo. “Pretendemos que esta muestra sea leída en un sentido interactivo, global y orgánico”, agrega el curador.

    La primera sorpresa en el piso superior es ver a un Torres joven en una hermosa fotografía que muestra su mirada penetrante, la misma que mantuvo hasta su vejez. El recorrido sigue por sus primeras pinturas, y allí sorprende nuevamente un Torres que no parece Torres. Hay un retrato al óleo que hizo siendo muy joven, en 1982; hay unas lavanderas que parecen estar en un escenario griego. El cuadro se llama La colada y es de 1903. Para los curadores, hay una luz y un paisaje mediterráneo que recuerda a Cataluña. El cuadro hace contrapunto con otros dos llamados Composición. Instalados ahora sobre una pared azul, el óleo de 1919 es una de las obras de Torres que recrean el mundo clásico, idílico. Un Edén.

    La muestra avanza hacia los cambios estilísticos de Torres hasta llegar a sus obras constructivas. En ese transcurso aparece un cuadro de Rafael Barradas, el otro gran artista uruguayo que se radicó en Barcelona, con una carta en su interior. Porque la correspondencia entre ambos artistas fue prolífica y de rico intercambio artístico y filosófico. “Al fin un pintor uruguayo”, escribió Torres. “Un pintor de los que ya no pintan esa cosa horrible que se llama 'marinas', ni 'pastito verde', ni paisaje pintoresco de ruinas... sino que busca por su cuenta lo que le emociona de la realidad”.

    De nuevo en la planta baja, el encuentro es con los discípulos directos de Torres. Hay un hermoso mural de Gonzalo Fonseca de grandes dimensiones con un paisaje portuario, y otro Fonseca más pequeño, una belleza, un hombre universal mínimo que parece una loza de cerámica. Elsa Andrada es la única mujer representada con un óleo metafísico. Hay obras de Alceu y Edgardo Ribeiro; Horacio y Augusto Torres; Manuel Pailós, Francisco Matto y, por supuesto, de José Gurvich. Todos con sus raíces torresgarcianas, todos con sus caminos propios.

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    Un museo intervenido

    El amplio hall del Museo Torres García es una verdadera fiesta en homenaje al maestro. Si se mira hacia el techo, hay unas preciosas luminarias hechas con dibujos del propio Torres. “Están dedicados a Johann Sebastian Bach. Para él, la música era muy importante y Bach un referente muy fuerte”, explica Alejandro Díaz, el director del museo. Su hermana, Magdalena Díaz, junto con la arquitecta Macarena Risso, que se dedica a luminarias, hicieron esa instalación llamada Lux constructiva.

    Hay también una intervención a modo de videomaping que tiene como referencia uno de los cuadros de Torres que se quemó junto con 73 de sus obras, entre ellas, los siete murales que el artista había pintado para el Hospital Saint Bois. “Tomamos texturas y colores de obras que se perdieron en el incendio y las proyectamos en esta obra”, explica Díaz.

    Una curiosidad es una especie de Rueda de la Fortuna que se detiene en una fecha aleatoria cuando el visitante la gira y entonces una voz indica qué estaba haciendo Torres García ese día, a quién había visitado, qué concierto había ido a escuchar. Esa intervención, que pide por favor que se la toque, se llama Torres García hoy. Es sumamente original e implicó un trabajo de producción e investigación admirable.

    Un video muestra también los museos que exhiben en el mundo la obra de Torres que está desparramada por el mundo. Entre otros lugares, hay obra del artista en el MOMA de Nueva York, en el Reina Sofía, en el Museo de Fine Arts de Houston o en el Metropolitan que incorporó a Torres a su exposición permanente.

    La muestra se reparte en los tres pisos del museo y sigue los tres adjetivos: Clásico, moderno y universal. En el sector clásico aparece la casa de Mon Repòs, la casa que Torres construyó en el campo, cerca de Barcelona. “Él hizo los planos, la diseñó y la pensó. Pintó un mural en la fachada, además de otros cuatro que son los únicos que se conservan de esa casa. Fue declarada patrimonio y la compró un promotor privado que intentó hacer una casa en el sótano y se derrumbó. Lo único que queda es la fachada. El gobierno catalán lo obligó a hacerla de nuevo, pero hizo algo horrible. Hubo muchas protestas porque Torres es muy valorado en Barcelona”.

    Hay solo uno de sus murales que se mantiene donde él lo pintó. Está en el edificio de la maternidad del Casmu. “Todos los demás se sacaron del lugar, se quemaron o se derrumbaron”, explica Díaz.

    Mujer recogiendo frutos.jpg

    “'Él estudió mucho a griegos y romanos, calcó dibujos de enciclopedias. Hay apuntes en libretitas donde anotó sus características, vestuarios, nombres, instrumentos. Hasta los planos de casas de Pompeya”. La muestra tiene acervo del museo y préstamos de galerías y colecciones privadas, que lograron exhibirse gracias al Banco de Seguros, porque asegurar las obras es una de las mayores dificultades cuando se trasladan o se hacen préstamos. También hay obras del Museo Blanes, con el que se está trabajando para hacer este año una muestra que exhiba la relación de Torres con la ciudad.

    Una de las atracciones de la obra es la maqueta de la iglesia de San Agustín de Barcelona que Torres iba a decorar. Llegó a hacerlo solo en dos capillas, pero esa obra se quemó durante la guerra civil española. El fuego fue un destino maldito para el arte de Torres.

    El moderno y el constructivo

    Para Díaz, el primer cambio en Torres aparece en El descubrimiento de sí mismo, un libro que se publicó en 1917. “Allí declara que quiere estar en el presente, descubrió la ciudad y su belleza. Mi abuela Olimpia decía que Torres y Barradas se encontraban y eran como dos espíritus descarnados, se olvidaban de todo, desaparecía el mundo. Ambos se influyeron en ese deslumbramiento por la ciudad. Torres empezó a pintar paisajes urbanos que eran la materialización de la modernidad y todo lo que implica: dinámica, movimientos, sonidos”.

    Dentro de esa conversión está la construcción de juguetes de madera y hasta teatritos para los niños. Es un sector de la muestra delicioso, que incluye también la pintura de sus hijos.

    Se sube un piso más y aparece la obra constructiva, la más canónica, con la que generalmente se identifica a Torres. Y allí forman parte de la muestra elementos del Taller Torres García: una mesa original hecha por él, volúmenes y sus obras más representativas. Se exhibe además un fragmento del mural que se quemó en Río de Janeiro, Composición constructiva. “Es un sobreviviente”, dice Díaz.

    Nieto de Olimpia Torres y del escultor Eduardo Yepes, el director del museo ha reconstruido el perfil de su bisabuelo con los relatos familiares y con años de estudio de su obra. “Mi viejo lo define como el tractor que llevaba adelante la familia. Era muy cariñoso con los niños y muy respetuoso del ser humano que tenía en frente. A los que iban al taller, jóvenes de 20 años, los trataba de igual a igual. Le gustaba conectar con la esencia del otro. Eso sí, se imponía y metía miedo, pero no era un hombre duro, era intenso, como su mirada. Siempre tuve la idea de un tipo grande, alto, pero era bajo y flaquito. Su energía era avasalladora. Pintó, escribió, escribía cartas, se reunía con la gente, enseñaba”.

    Desde hace un año Díaz está preparando esta muestra que continuará hasta el verano. “Somos un grupo de curadores. No hay una firma autoral. Conocemos mucho a Torres cada uno desde su perfil. Gustavo Serra, Federico Méndez, Carlos Serra y yo. Carlos es antropólogo e investigador, los demás son artistas, yo escribo en general los catálogos y agrego la parte familiar”.

    Pax in lucem

    El documental dirigido por Emiliano Mazza es una belleza, una mezcla de itinerario vital de Torres y celebración familiar. También tiene algo de religioso, porque es algo así como la resurrección del mural Pax in lucem, quemado en el incendio de Río, aunque se salvó un fragmento. El documental sigue a Díaz en su búsqueda de las raíces de su bisabuelo por Cataluña, Nueva York, Río de Janeiro. Mientras tanto, el fragmento de mural se va restaurando y los artistas tratan de recrearlo lo más fielmente posible.

    La recomendación es ver esta película y después subir hasta el último piso del museo. Hay una sorpresa que asombra y también emociona. La mejor manera de recordar al gran maestro.